La inminente inauguración del túnel de Glòries, una obra que debía estar terminada el año 2017 y que finalmente, después de varios tropiezos, está prevista para finales de este mismo mes de septiembre del 2021, permitirá que esta plaza, situada en el centro (geográfico) de Barcelona entre en una nueva fase de una vida de más de 150 años en que nunca ha acabado de estar bien definida ni ha sido capaz de erigirse en la plaza principal que en su día soñó Ildefons Cerdà.
De hecho, la que tenía que ser la plaza central de Barcelona ha pasado por varias fases en las cuales su papel nunca ha sido el de ejercer la centralidad para la cual fue concebida. Como encrucijada de caminos y punto de unión entre las tres principales avenidas de Barcelona: la Gran Via de les Corts Catalanes, la Diagonal y la Meridiana, su destino histórico ha sido el de devenir lugar de paso, convirtiéndose en una especie de Nudo de la Trinitat en medio de la ciudad, que a menudo ha tomado la forma d''scalextric' vial, un embrollo de autopistas y conexiones al servicio del vehículo privado que no ha conseguido, hasta tiempos muy recientes, convertirse en un espacio de paseo para disfrute de los ciudadanos.
Estas son, a grandes rasgos, las siete vidas de les Glòries:
El camino que históricamente llevaba desde Barcelona hasta el collado de Montcada, que todavía se puede recorrer en la actualidad y de forma aproximada por el eje formado por las calles Bòria - Corders - Carders - Portal Nou - Ribes - Clot - Gran de la Sagrera - Gran de Sant Andreu y la carretera de Ribes, ya pasaba por el medio de lo que actualmente es la plaza de les Glòries. Un itinerario similar recorría el Rec Comtal, la principal entrada de agua en la ciudad de Barcelona desde el siglo XI y casi hasta el siglo XX. Estos dos caminos, el de la conexión con el Vallès y el de la captación de agua hicieron del espacio de la actual plaza de les Glòries un espacio "más de paso que de estancia" según una recopilación histórica del mismo Ayuntamiento de Barcelona.
Con todo, en la zona se instalaron molinos harineros y los campos se adaptaron a los cultivos de regadío. Con el fin de la guerra de Sucesión, como gran parte del llano de Barcelona, este espacio quedó sujeto a la jurisdicción militar, que prohibía todo tipo de construcción permanente dentro del radio de acción de la artillería, bastante próxima en este caso por la existencia del Fort Pienc.
Todo ello hizo que a mediados del siglo XIX, el que hoy es les Glòries fuera un punto de las afueras, por donde se pasaba, pero donde casi nadie permanecía. Y la llegada del ferrocarril no sirvió más que para insistir en esta cuestión: en 1852, la línea de tren Barcelona-Granollers también pasaba por la zona.
A partir del célebre llamamiento para derribar las murallas de Barcelona que profirió el higienista Pere Felip Monlau en 1841, el ayuntamiento empezó a planear como expandir la ciudad y ocupar el llano de Barcelona. Es suficientemente conocido que a pesar de los intentos del consistorio de promover otros proyectos -que no preveían una urbanización singular para les Glòries-, al final fue el gobierno español de turno quien decidió que el proyecto que se sacaría adelante sería el del urbanista Ildefons Cerdà, que fue quien se "inventó" les Glòries.
En su proyecto de Eixample, les Glòries pasaba a ser un espacio central de la ciudad, punto de conexión de la Gran Via, la Diagonal y la Meridiana, con la voluntad de que se convirtiera en el nuevo centro cultural, político y administrativo de la ciudad. Tanto es así que años más tarde, el también urbanista Léon Jaussely, en su plan de 1905-1908, propuso trasladar la sede del Ayuntamiento y dotar el espacio de la monumentalidad inherente a tales equipamientos. La propuesta no cuajó, pero este no fue el único proyecto frustrado, ya que también quedó en el cajón la propuesta del arquitecto Josep Puig y Cadafalch de ubicar en aquel espacio los pabellones de lo que acabaría siendo la Exposición Internacional de 1929.
Al principio del siglo XX, mientras el Eixample iba tomando forma, el espacio de les Glòries continuaba falto de definición. En 1909 se aprobó una primera urbanización, que no se inauguró hasta 1919. Eso sí, una urbanización precaria, atravesada por las vías del tren, la aparición de fábricas -la harinera San Jaime, hoy en día Centre Cultural la Farinera del Clot se construyó entre 1908 y 1909- y el traslado, en 1928, de una de las instituciones que constituyen la identidad de la plaza, la Feria de Bellcaire, los populares Encants, que se situaron en la parte norte de la plaza hasta su traslado reciente a la nueva ubicación, que data del 2014.
Según la recopilación histórica del ayuntamiento, todo ello convirtió aquel gran espacio "en escenario de actividades clandestinas, foco de criminalidad y pistolerismo". Con todo, el espacio se fue civilizando con el tiempo, con iniciativas como el soterramiento de las vías del tren -frenado por la Guerra Civil-, la incipiente urbanización de la Meridiana y la instalación de la Hispano-Olivetti. Pasada la guerra apareció un extenso barrio de chabolas que persistió hasta la década de los cincuenta. En 1951 tuvo lugar la primera gran transformación del espacio, dando forma regular a un espacio que hasta el momento había sido lo bastante difuso. Entre los cambios del momento se incluyen la llegada del Metro y la canalización del Rec Comtal, que hasta el momento discurría a cielo abierto. En 1961 se hizo un primer intento de organización del tráfico con una anilla que enlazaba la Gran Vía y la Meridiana, pero que se derribó poco más tarde por su ineficacia.
En la España del Seat 600 y el desarrollismo, las ciudades experimentaron una revolución urbanística que ponía todo el espacio público al servicio del coche. Muchas calles y avenidas se convirtieron en autopistas donde el papel del peatón quedaba relegado a un rol secundario, con soluciones como las pasarelas que atravesaban la avenida Meridiana con el único objetivo de evitar que los coches tuvieran que detenerse para cederles el paso. Fue el tiempo de los 'Scalextrics' viarios, estructuras de hormigón con pasos elevados, túneles y conexiones que tomaron el nombre del popular juego de carreras de coches y que aparecieron en lugares de Barcelona como las plazas de Cerdà, Alfons X y Lesseps. Y evidentemente, también en les Glòries.
Desde 1969 la Gran Via se convertía, pasadas les Glòries, en la autopista de Mataró, la primera de peaje de todo el Estado, característica que mantuvo hasta hace cuatro días, cuando se levantaron las barreras. Para mejorar la conectividad, el año 1973 entró en funcionamiento un Scalextric que distribuía el tráfico desde la Gran Via hacia la Meridiana y la autopista, con dos ramales viarios elevados y que convertía les Glòries en un espacio todavía más inhóspito para el peatón, reducido a un papel de segunda en aquella jungla de asfalto.
El único detalle más o menos agradecido fue habilitar en 1974 una espectacular pasarela en forma de y griega que permitía transitar a los peatones y acceder a zonas ajardinadas en medio de la nada. Este paso, reconocible por su rojo anaranjado ponía una brizna de humanidad en el reino de los coches y consiguió en 1975 el premio de la Convención Europea de Construcciones Metálicas. A diferencia del complejo de rampas, pasos y túneles hoy totalmente desaparecido, la pasarela se conservó y vive ahora una segunda vida sobre la Ronda Litoral, junto al Fòrum.
La piqueta olímpica volvió a transformar la plaza de les Glòries, sustituyendo el scalextric por una doble anilla elevada, conocida popularmente como el 'tambor', que distribuía la circulación de una forma más amable que las estructuras anteriores. Estos cambios permitieron ajardinar el interior de la estructura -los jardins de las Glòries, donde apareció uno de los primeros mercados de la miseria de Barcelona- y habilitó los bajos del tambor como parking disuasivo e incluso como depósito municipal donde recoger el vehículo particular en caso de visita inesperada de la grúa municipal.
La zona, aunque seguía siendo inhóspita, empezaba a ser de uso público, gracias a innovaciones como la apertura de la Diagonal, la instalación de un centro comercial en 1995 y, posteriormente, el paso del tranvía, la construcción de edificios emblemáticos, como la torre Agbar -actualmente, torre Glòries- y la rehabilitación y conversión como Centro Cívico del edificio de la Farinera.
En el año 2007, sin embargo, se empezó a plantear la eliminación del tambor, iniciando el desmantelamiento de los equipamientos situados en el interior de la doble anilla, que quedó simplemente como paso elevado. Los nuevos tiempos pedían una ciudad más amable para los ciudadanos y menos rendida a los coches, de manera que poco a poco se avanzaba hacia un futuro donde el tráfico dejara de ser el protagonista, el verde sustituyera al gris y el peatón consiguiera hacerse suyo el espacio.
A medida que se deconstruye la anilla, la plaza toma una nueva fisonomía. El 2014 es un año bastante significativo, con la inauguración del Museu del Disseny -con un edificio popularmente denominado 'la grapadora'- y los nuevos Encants Vells y la finalización del derribo de la anilla viaria. Desde entonces la plaza ya no tiene ninguna vía de tráfico en altura y todo lo que pasa es a pie de calle. Con todo, la pacificación completa todavía queda lejos, porque el tambor tiene que ser sustituido por un túnel que conecte la Gran Vía por debajo de tierra. Esta obra, de inauguración inminente, acumula ya cuatro años de retraso y ha comportado años y años de obras que parecían eternas.
Ahora bien, en paralelo a la construcción de los túneles se ha ido reurbanizando la plaza de les Glòries a partir de un proyecto denominado Canòpia, que organiza las diferentes zonas verdes de un espacio cada vez más transitado por los peatones. La Gran Clariana, una gran explanada de 1,1 hectáreas de césped es en la actualidad el punto más destacado de un proyecto que se culminará una vez el tráfico sea desviado por los túneles.
El último capítulo hasta el momento tendrá lugar en los próximos días. El Ayuntamiento todavía no ha concretado el día de inauguración del túnel en dirección Besòs, pero ha anunciado que sería dentro de este mismo mes de septiembre, dejando para un poco más adelante el túnel en dirección Llobregat.
Cuando los dos estén operativos se podrá acabar definitivamente el proyecto de la Canòpia y conseguir, casi con ciento cincuenta años de retraso, hacer de les Glòries una plaza para los peatones, amable y pacificada que, con todo, no será la gran plaza central que ideó Cerdà. En todo caso, siete vidas ya parecen suficientes y la Canòpia tendría que ser no sólo el presente sino también el futuro de este lugar. A no ser, claro, que un nuevo proyecto futuro quiera volver a reconvertir les Glòries. De momento, parece del todo innecesario.