A menudo se asocia comer ecológico con comer caro. Y en tiempo de recortes parece que no se puede gastar tanto dinero en alimentación. Pero los alimentos ecológicos y de calidad no deben ser necesariamente caros. Hay opciones para poder comprar ecológico y a buen precio: alimentos de temporada, de proximidad, compra directa, mercados locales, grupos y cooperativas de consumo… Son alternativas que nos permitirán comer bien y a un precio asequible.
Sabemos que, si nos apetece, podemos comprar nectarinas, uva, fresas, melón… todo el año. Ya no sabemos si los tomates o las naranjas son cultivos de temporada o no. Hemos desaprendido los ritmos de producción de la tierra y nos hemos alejado del trabajo del campo. Comprar productos que no son de temporada hace que acabemos pagando más por lo que comemos, y obtengamos, además, un producto de peor calidad. Hay que volver a aprender a alimentarnos con frutos de temporada. Que en las escuelas cuenten cuando es el tiempo de las cerezas, cuando hay higos, cuando se pueden encontrar granadas en la huerta. Comprar alimentos ecológicos y de temporada nos permitirá comer bien y a un precio que no resultará caro.
Conocer lo que compramos debería ser casi obligado
Langostinos de Argentina y piña de Suráfrica con espárragos del Perú de entrante. Los alimentos viajan de media unos cinco mil kilómetros del campo al plato, según un informe de Amics de la Terra. Muchas veces es una estrategia de estas multinacionales de la agroindustria para producir barato, explotando derechos laborales y medioambientales, para después vender aquí el producto tan caro como les sea posible. Algunos alimentos nos pueden resultar más económicos, otros no tanto. Una compra local y de proximidad no debe ser cara; aparte, reduciremos el impacto ecológico de un modelo de alimentación kilométrico. ¿Qué sentido tiene que en casa comamos comestibles que vienen de la otra punta del mundo y que allí sus mercados estén “invadidos” por productos subvencionados del agribusiness, que se venden por debajo del precio de coste y hacen la competencia desleal a los productores autóctonos?
Otra cuestión es dónde compramos. Pensamos que ir al supermercado nos saldrá barato, sin embargo, a menudo, acabamos con más de lo que necesitábamos: ofertas 3×2, descuentos, colocación estratégica del material para que lo cojamos sin pensar. Algunos productos se anuncian baratos, pero acostumbran a ser solo un reclamo, porque mientras nos dirigimos a buscarlos cogemos otros que ya no lo son tanto. Comprar directamente al productor, en mercados locales, vía comercio electrónico o yendo a la finca es una buena opción para saber de dónde viene lo que comemos, pagar el precio íntegro a quien lo ha cultivado y ahorrar dinero. Los grupos y las cooperativas de consumo son también una elección adecuada: personas de un barrio o de un municipio que se organizan para comprar alimentos ecológicos, sin intermediarios, al productor, y obtener un producto de calidad y a un precio asequible.
Aparte, el consumo de carne, en los últimos tiempos, no ha parado de aumentar. Con una dieta más vegetariana, no solo reduciremos el impacto tan negativo que tiene la producción intensiva de carne en el medio ambiente –que genera gases de efecto invernadero, entre otros– y las malas consecuencias para la salud, sino que lograremos, también, rebajar el importe de la cesta. Más consumo de fruta y verdura ecológica es una buena alternativa, tan económica como saludable, a una dieta excesivamente carnívora.
Por lo tanto, comer ecológico no nos debe salir necesariamente caro, sino lo contrario. Se trata de saber comer y comprar. Y hacerlo con criterios de justicia social y ecológica. No solo ganará nuestro bolsillo sino también nuestra salud, nuestros productores y nuestro planeta.