La OMS y UNICEF recomiendan la lactancia materna como alimento exclusivo de los recién nacidos hasta los 6 meses de edad, ya que proporciona a los bebés todos los nutrientes que necesitan para crecer y que su sistema inmunológico se desarrolle plenamente. Aconsejan además que hasta los 2 años se alimenten con una combinación de la misma con alimentos adecuados y nutritivos para su edad. Tiene múltiples beneficios para la salud de los niños, como la protección frente a enfermedades, la prevención del sobrepeso o la diabetes.

Mejora intelectual

Pero no solo eso, a nivel cognitivo también es importante por los nutrientes que aporta. Y los estudios lo demuestran, como este llevado a cabo por South Australian Health and Medical Research Institute, que tras realizar un seguimiento a niños prematuros durante siete años concluyó que aquellos prematuros que recibieron mayores cantidades de leche materna durante y después del tiempo en la unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) tenían un mayor rendimiento académico, un coeficiente intelectual más alto y síntomas reducidos de TDAH.

La leche materna influye en el desarrollo neurológico y tiene efectos en el rendimiento académico, el coeficiente intelectual verbal y de desempeño, en los síntomas de TDAH, función ejecutiva y comportamiento. De hecho, según se ha demostrado, una mayor ingesta de leche materna se asocia con un coeficiente intelectual más elevado y puntuaciones más altas en lectura y matemáticas. También parece tener influencia a la hora de reducir los síntomas de hiperactividad, sobre todo en niños nacidos antes de las 30 semanas de gestación.

Bebé en el regazo de su madre / Pixabay

Sistema inmunitario

También es importante la leche materna en lo que al sistema inmunitario se refiere. El sistema inmunitario intestinal de un bebé recién nacido madura a través de la interacción con las bacterias del medio ambiente. Esto da lugar a una diversidad bacteriana que dura toda la vida y brinda protección contra muchas enfermedades.

Hay una serie de péptidos y proteínas que controlan este proceso de adaptación, las alarminas, que derivan de la leche materna y surgen en el tracto intestinal del niño. Se sabe que durante el parto vaginal existe una transmisión también, puesto que los bebés que nacen mediante cesárea planificada tienen niveles más bajos de estas proteínas. Además, los bebés prematuros son menos capaces de producirlas por sí mismos que los bebés a término y son más propensos a sufrir enfermedades inflamatorias crónicas.

Se calcula que al año nacen alrededor de 15 millones de niños prematuros, de los que más de un millón muere antes de cumplir los 5 años en todo el mundo, por lo que son una de las principales causas de mortalidad infantil. Tal y como explica la Asociación Española de Pediatría, se consideran bebés prematuros a aquellos que nacen antes de las 37 semanas de gestación.

Cuanto antes nace el bebé mayor es el riesgo de muerte y complicaciones, siendo los prematuros extremos (menos de 28 semanas) los más vulnerables. En los países occidentales, la neonatología ha avanzado mucho al respecto, de tal forma que la supervivencia ha aumentado mucho y con un mejor pronóstico. A día de hoy, los bebes nacidos entre las semanas 22 y 25 pueden salir adelante. Y a una fecha tan temprana como las 25 semanas, la tasa de supervivencia supera el 85%, aunque con riesgo de secuelas.