Un consumo excesivo de refrescos azucarados con fructosa, presente en la dieta diaria de niños y adolescentes, deteriora el ajuste energético del organismo y acelera el desarrollo de la obesidad y otras alteraciones metabólicas perjudiciales para el organismo. Ésta es la conclusión de un estudio preclínico realizado por investigadores del Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn).

La ingesta de líquido azucarado en cantidades abundantes durante un período de tiempo prolongado desarrolla una resistencia del organismo a la leptina, una hormona que regula el nivel de lípidos en sangre, según este trabajo. En niños y adolescentes resulta preocupante esta alteración metabólica que, además, es más acusada cuando se utiliza para azucarar líquidos, afirma el trabajo. Dirigido por el doctor Felipe F. Casanueva y coordinado por el doctor Miguel Ángel Martínez Olmos, se ha basado en investigaciones previas divulgadas sobre este tema en las ediciones de «Hepatology», «AJP-Heart and Circulatory», «Physiology» e «Hypertension».

 

La fructosa, uno de los edulcorantes más utilizados en refrescos, es el azúcar de la fruta, un monosacárido cuyo consumo dietético ha estado ligado siempre a efectos beneficiosos porque su ingesta no aumentaba la producción de insulina, al contrario que la glucosa y otros carbohidratos. Sin embargo, los estudios científicos realizados por el CIBERobn han desmontado esta teoría al observar que la fructosa añadida a alimentos procesados (en forma de sucrosa y jarabe) puede producir sobrepeso, puesto que es capaz de deteriorar el sistema de compensación energética del organismo y dificultar la asimilación de calorías.

Los alimentos contienen dos variedades de azúcares, los monosacáridos (unidades básicas de azúcar como la fructosa y la glucosa) y los disacáridos (unión de dos monosacáridos, como la sucrosa, también conocida como azúcar blanco, el extraído de la caña de azúcar). Los científicos del CIBERobn creen que pese a que ambos proporcionan la misma cantidad de calorías, el cuerpo las metaboliza de distinta manera. En el caso de la fructosa tiende a elevar los niveles de triglicéridos sanguíneos, un exceso de energía que el metabolismo es incapaz de quemar cuando se consume en grandes dosis, explica el doctor Martínez Olmos.

La fructosa provocaría una alteración metabólica mayor cuando se utiliza en su versión líquida (como edulcorante presente en refrescos y zumos envasados) que en la sólida (productos de repostería, jarabe de maíz y fruta), según esta investigación. La fructosa que aparece concentrada en dos litros de bebida refrescante azucarada equivaldría a la que contienen 20 litros de zumo de fruta natural, una cantidad que «no resulta tan descabellada de ingerir al día cuando se trata de un alimento casi imprescindible en la dieta de la sociedad actual», apunta el investigador.

Un consumo excesivo de refrescos azucarados con fructosa deteriora el ajuste energético del organismo y acelera el desarrollo de la obesidad y otras alteraciones metabólicas perjudiciales para el organismo