La obesidad avanza sin freno, tal y como denuncian las autoridades sanitarias. Y más aún desde la pandemia. Según la Organización Mundial de la Salud, desde 1975, la obesidad se ha casi triplicado en todo el mundo. Aproximadamente, el 39% de las personas adultas de 18 o más años tienen sobrepeso y el 13% son obesas.
La ciencia ha demostrado cómo la obesidad causa enfermedades cardiometabólicas como la hipertensión y la diabetes, pero atribuir estas enfermedades simplemente a un exceso de grasa es una simplificación. La grasa actúa como un receptáculo para almacenar energía, pero también es un actor esencial en procesos corporales vitales como la respuesta inmune, la regulación de la sensibilidad a la insulina y el mantenimiento de la temperatura corporal. Es decir, juega un papel esencial en nuestro organismo.
Un equipo de expertos de la Universidad de Pensylvannia ha publicado una revisión de estudios en la revista Cell en la que concluyen que los efectos negativos de la obesidad en la salud se derivan no solo del exceso de grasa, sino de la disminución de las funciones que esta lleva a cabo.
La composición y funcionamiento del tejido graso cambia en respuesta a las fluctuaciones de peso y al envejecimiento. A medida que la grasa disminuye en plasticidad debido al envejecimiento y, en este caso a la obesidad, pierde su capacidad de responder a las necesidades corporales. Y cuando eso ocurre, cuando se produce un rápido crecimiento del tejido adiposo, aumenta el suministro de sangre, privando a las células grasas de oxígeno y provocando la acumulación de células que ya no se dividen. Esto conduce a la resistencia a la insulina, la inflamación y la muerte celular, acompañada del derrame incontrolado de lípidos de estas células.
“El papel central de la disfunción del tejido adiposo en la enfermedad y su plasticidad respaldan la idea de trabajar con el tejido graso con fines terapéuticos”, aseguran los expertos. “Quedan muchas preguntas y oportunidades para futuros descubrimientos, que generarán nuevos conocimientos sobre la biología del tejido adiposo y, con suerte, conducirán a mejores terapias para las enfermedades humanas”.
Un ejemplo es el cerebro. Se sabe que a mayor grado de obesidad, existe un volumen más bajo de materia gris; y que la corteza prefrontal del cerebro –que determina el pensamiento complejo, la planificación y el autocontrol– es menos activa en las personas que tienden a comer en exceso, lo que aumenta las posibilidades de sufrir sobrepeso. Y estudios anteriores han encontrado un mayor riesgo de deterioro cognitivo y demencia entre las personas con más kilos.