Manuela, paja, gallola, dedito, maestra, alemanita, bartola, manfinfla… y así, hasta que la imaginación se canse. Una misma práctica sexual nunca ha tenido tantas variantes lingüísticas como la masturbación, o para ser más técnicos: el onanismo (o la ipsación, si queremos ponernos de intelectuales con el tema). Una actividad de un solo jugador que el 100% de la población mundial ha practicado -o al menos intentado-, ni que sea, una vez en su vida. Hay centenares de estudios que confirman sus beneficios: reduce los dolores menstruales en el caso de las mujeres y disminuye el riesgo a sufrir cáncer de próstata en los hombres; incrementa la frecuencia cardíaca y nos mantiene en forma; alivia el dolor de cabeza, ayuda a dormir mejor, reduce el estrés y estimula el cerebro liberando endorfinas, las llamadas ‘hormonas de la felicidad’.
Tocar nuestro sexo es una de las primeras cosas que hacemos cuando somos pequeños. Ni siquiera hemos aprendido a andar que ya estamos explorando nuestras partes nobles a placer hasta que se nos devuelve a la realidad con un manotazo y se nos regaña con la frase lapidaria que frustrará la mayoría de futuros placeres infantiles: “no lo toques, eso es caca!”. Desde temprana edad, la sociedad coarta nuestra sexualidad y la moldea a su gusto, y aunque muchos -y muchas- no se cansarán nunca de practicarla, la masturbación sigue generando contradicciones en pleno siglo XXI. Entre hombres se puede hablar del tema abiertamente, se hacen bromas, comparaciones y hasta existe un juego mundialmente conocido sobre ello: La Galleta.
Pero para el sexo femenino, sigue siendo un tema tabú vinculado a la más estricta intimidad. Por miedo a ser juzgadas, algunas incluso son capaces de negar hasta la muerte haberse tocado jamás. Que un hombre se masturbe se da por hecho, pero que una mujer lo manifieste en voz alta, supone si más no, que al decirlo se le escape una pequeña risita. Afortunadamente, cada vez van siendo más, las que se abren paso por el camino de la liberación sexual y hablan sin tapujos de sus hábitos carnales. Años de práctica con las manos han traído consigo una nueva generación de mujeres muy seguras de sus gustos onanísticos que son capaces de llegar al clímax tan fácilmente como chasquear los dedos (o frotarlos, en este caso…). La experiencia suele traer consigo ganas de recorrer nuevos horizontes, y si bien la mayoría empezó masturbándose con lo que tenía a mano (nunca mejor dicho) hoy en día y según las encuestas, más de la mitad de mujeres utiliza un vibrador para darse placer (por cierto, el 20% de los hombres también!).
Para el sexo femenino, la masturbación sigue siendo un tema tabú vinculado a la más estricta intimidad
Los aparatos sexuales para la masturbación existen desde la prehistoria, así que imagínate lo mucho que han evolucionado. Yacimientos arqueológicos han encontrado esculturas con formas fálicas con una antigüedad de treinta y cinco mil años. Y aunque dicen que fue Cleopatra quien inventó el consolador con un rollo de papiro y abejas en su interior que hacían temblar el tubo, no fue hasta 1880 que nació, oficialmente, el primer vibrador moderno. Con una forma inicial parecida al de un secador de pelo, este primer prototipo diseñado por un médico británico para tratar los ataques de ira y el estrés de las mujeres, fue evolucionando hasta lo que conocemos actualmente.
Solo hace falta echar un vistazo en tiendas online para darse cuenta de la infinita variedad de aparatos sexuales que hoy podemos comprar. Si bien muchas se quedaron en el clásico “pene de silicona que vibra”, ahora los aparatos sexuales nos abren un mundo de posibilidades eróticas: tienen forma de conejito, de pato y de pintalabios; algunos son tan bonitos que podríamos ponerlos en la estantería del salón de casa. Los hay que succionan clítoris, otros son para la zona anal o llevan un control remoto para jugar con la pareja. Buscando por la red, en Estados Unidos hasta venden uno que te pide una pizza por internet en cuanto has tenido tu orgasmo (no, no es broma).
Llegados a este punto, podemos admitir sin ninguna vergüenza, que sí, que nos encanta masturbarnos con los dedos, la mano entera, un vibrador o lo que encontremos en la cocina. Científicamente, el orgasmo obtenido en solitario es más intenso que el conseguido en una relación sexual de pareja, y además, se alcanza en una media de 4 minutos frente a los 20 que tardamos en compañía; y eso, si tienes prisa, es un punto a favor.
Científicamente, el orgasmo obtenido en solitario es más intenso que el conseguido en una relación sexual de pareja
Está claro que un encuentro íntimo con la persona que has escogido para ese momento te aporta muchas sensaciones que serán imposibles de conseguir con el onanismo, pero hablando de orgasmos, como diría el dicho ‘si quieres tener un buen criado, sírvete por tu mano’, o lo que es lo mismo, si quieres asegurarte un gran orgasmo ese día, provócatelo tú. Porque quizás quieres mucho a esa persona, pero más te quieres a ti.
Y no lo mantengas en secreto! Contarle a tu chico o chica que te tocaste con alguna fantasía de los dos mientras no estaba, crea complicidad entre vosotros y además, puede ser la chispa que encienda una tarde de pasión. Las relaciones sexuales en pareja son más que un ‘mete-saca’, y disfrutar en compañía de una buena masturbación puede mejorar la conexión entre vosotros y ayudar a conocer mejor los gustos del otro. Algunas personas tienen miedo de descubrir que su pareja sigue masturbándose porque piensan “si puede tener sexo conmigo, ¿por qué necesitan tocarse?” sin tener en cuenta de que se trata de experiencias totalmente distintas, con orgasmos distintos y objetivos distintos, y pasando por alto un hecho ya demostrado: cuanto más se masturban las personas, más activas sexualmente son con sus parejas. Así que deja olvidados los prejuicios en el último cajón de tu mesita de noche (porque en el primero está tu vibrador) y dale a la manita! Ya sea después de un cansado día de trabajo, recién llegada del gimnasio, o por la mañana de tu día libre, te mereces un buen orgasmo