Alma, la red social social es una nueva manera de hablar social. Con actitud y optimismo. Desde la diversidad. Y a partir de las historias de la Fundación "la Caixa". Alma quiere ser también un punto de encuentro de las infinitas realidades sociales de nuestro mundo.

¿Que la sociedad pospandémica podría parecerse a un episodio de Black Mirror? Pues sí, podría. ¿Que si todos pusiéramos de nuestra parte podríamos construir otra más justa? También. El futuro tras la epidemia de COVID-19 está en nuestras manos y la construcción de uno que nos beneficie a todos pasa por asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos, dejar atrás el miedo y la culpa, cultivar el pensamiento crítico y cooperar. O, al menos, esta es la receta del filósofo Josep Ramoneda, quien hace unos días compartió una charla on-line con el también filósofo Franco Berardi, en el marco del programa de la Escola Europea d’Humanitats, con sede en el Palau Macaya, impulsada por la Fundación ”la Caixa” y coordinada por La Maleta de Portbou. Hablamos con él sobre cómo podría ser la sociedad después del coronavirus.

Parece ser que, al final, somos seres vulnerables y no tenemos el control. ¿Ha tenido que venir un virus para que nos diéramos cuenta?
Tengo la sensación de que estamos descubriendo cosas muy obvias, como la vulnerabilidad del ser humano: ¿qué puede ser más frágil que un ser que nace, crece, se desarrolla y muere en un periodo que, con suerte, llega a los 100 años? ¡Eso son milésimas de segundo en la historia de la Tierra! Me parece que ha habido un exceso de prepotencia por parte de la especie humana. Hace muchos años que vivimos en una aceleración muy considerable, que sufrió un primer bache con la crisis económica del 2008. Eso puso de manifiesto que habíamos perdido la noción de los límites y, cuando la humanidad pierde los límites, siempre acaba mal. Así que justo ahora, cuando nos creíamos capaces de solucionarlo todo con la tecnología, un simple virus nos ha recordado que somos naturaleza y ha provocado un parón en casi todo el planeta.

¿Esa supuesta “normalidad” en la que habitábamos antes era una distopía y no queríamos darnos cuenta?
Acuérdate de que hace nada, en otoño, estábamos en un momento de grandes revueltas generalizadas, desde Hong Kong hasta Chile. En todas ellas había un denominador común: la sensación de no tener alternativa a la realidad que habitábamos. 

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En cualquier caso, Franco Berardi dijo que estamos en un umbral que nos puede llevar a crear una nueva sociedad mejor. ¿Nos encontramos en un momento clave?
La situación podría equipararse a la de antes de la Segunda Guerra Mundial. La crisis de la República de Weimar significó el hundimiento del mundo utópico: surgió el nazismo y hubo una guerra mundial. Pero después se produjo una gran transformación y, en los países occidentales, se crearon unos estados del bienestar sin equivalente en la historia de la humanidad, con unos niveles de igualdad muy notables. ¿Eso abre una perspectiva de cambio ilusionante? Puede que sí, aunque es evidente que hoy en día existe una desigualdad muy grande entre las fuerzas económicas, políticas y sociales. La ciudadanía podrá cambiar caminos con sus hábitos y actitudes, podrá presionar e incidir, pero es cierto que será difícil conseguirlo, si esas fuerzas no están dispuestas a hacer concesiones.  

¿De qué dependerá?
De factores muy difíciles de evaluar. Por ejemplo, ¿cómo saldremos del confinamiento: con miedo o con ganas de vivir? Porque no nos engañemos, la condición humana necesita del otro. ¿Nos protegeremos detrás de las pantallas? ¿Podremos volver a hablarnos? Hasta podríamos plantearnos si estamos ante una mutación de la condición humana y si el confinamiento es un ensayo de lo que vendrá después: la desaparición de los cuerpos. Yo ya tengo una edad. Y no me imagino una sociedad parapetada detrás de pantallas y mascarillas en el que las relaciones sean a distancia y no nos podamos reunir, abrazar, mirar o comer juntos. El transhumanismo nos ha hecho creer que tenemos unas capacidades que no tenemos. Pero nuestro ADN tiene unos límites. Además, una distopía así dividiría totalmente a la sociedad, porque parte de ella no se puede permitir ni está preparada para vivir confinada.

¿Quién crees que debería liderar el cambio: los estados, las empresas o los ciudadanos?
Un poco todo el mundo. Nadie ni ningún estado por sí mismo es suficiente. Tenemos que encontrar mecanismos de gobierno globales que hoy no existen. Como dijo Edgar Morin: “Para poder hablar de gobierno de la humanidad, primero nos tenemos que constituir como humanidad”. De momento, estamos constituidos como naciones.

Berardi recordaba en su charla que la palabra catástrofe, etimológicamente, significa ‘ir más allá’. ¿Debemos intentar ver los malos momentos como oportunidades?
La naturaleza ha puesto en evidencia los límites de nuestra civilización. Y eso nos invita a reflexionar sobre un mundo más equilibrado y solidario, con un tejido social más fuerte. Sin duda, la mejor manera de afrontar una crisis es convertirla en oportunidad. Esa debería ser la disposición. Creo que ahora es el momento de pasar del miedo (a contagiarnos) y la culpa (por si contagiamos a los demás) a la cultura de la responsabilidad y a cierta osadía, porque es la única manera de avanzar. La vida es riesgo, y tenemos que asumirlo.

Así que nos toca ser más valientes e imaginar nuevos mundos. Hablando de imaginar, ¿qué nos dice la literatura de ficción sobre el mundo que nos espera?
Si repasas las obras de ficción de finales del siglo XX te darás cuenta de que son, por lo general, distópicas. Pintan unos mundos a los que no hace ilusión llegar. Un ejemplo lo encontramos en las novelas de J. G. Ballard. La literatura del siglo XIX, en cambio, era utópica, prometía mundos ideales. Esto asusta y tranquiliza a la vez, porque las utopías del siglo XIX acabaron catastróficamente: tuvimos un siglo XX con totalitarismos y dos guerras mundiales. Así que quizá nuestras distopías acaben mejor…