El arzobispo Joan Josep Omella no conoce bien Barcelona y todo lo que quieran, pero decidido sí lo es. El miércoles día 13 presidía la presentación oficial en la archidiócesis de la exhortación apostólica La Alegría del Amor, que resume y cierra los sínodos universales sobre el matrimonio y la familia. La idea era que los cinco invitados, entre ellos Omella, intervendrían diez minutos cada uno para acabarlo en una hora. La cosa empezó medio torcida porque en las brevísimas palabras de bienvenida, el arzobispo pidió al público que levantaran la mano a los que se habían leído la exhortación. Ninguna mano se levantó. Se entiende, porque el documento papal había salido cuatro días antes y hace 250 páginas. Siguieron los parlamentos 1º, 2º y 3º, que se adaptaron al tiempo pactado: diez minutos por barba. El 4º correspondía al obispo auxiliar, Sebastià Taltavull, que, sin embargo, se alargó hasta 22 minutos. Omella, que tenía que clausurar el acto con sus diez minutos, lo hizo en seco, diciendo al público que se saltaba su parlamento porque se habían comprometido a una hora, que se cumplía en aquel momento. Taltavull pidió disculpas a la concurrencia.