Fosas comunes que todavía guardan los restos de soldados republicanos represaliados, tapias de cementerio donde se ejecutaron a presos sentenciados, márgenes de caminos donde fueron enterrados aquellos que fueron llevados a hacer un "paseo", campos de concentración donde murieron centenares de personas de inanición y enfermedades... El fotógrafo Miquel Gonzalez quiso visitar los escenarios de la represión franquista de todo el Estado español para averiguar hasta qué punto estos lugares guardan la memoria del pasado. El resultado es Memoria perdida, una exposición de fotografías, que se puede ver en el Castillo de Montjuïc hasta el 11 de septiembre, y el libro de mismo nombre. La exposición se compone de unas 50 imágenes, a menudo frías, asépticas, como lo son los espacios que ilustran, pese a la tremenda carga emocional que acumulan.
Historias de dolor
La exposición documenta brevemente cada uno de los lugares que presenta. En algunos se hace referencia a episodios de violencia colectiva: ejecuciones en la tapia de un cementerio, fosas que contienen presos republicanos no identificados... Pero, además, en algunos casos el fotógrafo relata historias particulares de personas represaliadas. Los fusilados toman cara: tienen nombre, familia, profesión. Y dejan de ser simples números. La barbarie deja de ser abstracta. Y el paisaje donde pasaron los hechos toma adquiere otra fisonomía.
Enterradas bajo el cemento
Es muy interesante ver qué conservación tienen estos lugares. La excepción son los lugares como el Cementerio de la Pedrera del cementerio de Montjuïc o el Campo de la Rata de la Coruña que han hecho constar algún recordatorio a las víctimas de la brutalidad. La mayoría de espacios no tienen ningún recordatorio especial. Hay algunos escenarios de la represión que se mantienen intactos: alguna tapia de cementerio todavía conserva los agujeros de los tiros del pelotón de fusilamiento. Pero muchos han quedado sepultados bajo el cemento, con la construcción de infraestructuras: carreteras, AVE... Muchas de ellas son infraestructuras recientes. Nadie consideró que valía la pena pararlas para enterrar dignamente a los muertos... El fotógrafo explica que en un terreno de Las Regueras, en Asturias, donde también había fosas comunes, los campesinos dejaron de labrar, porque cuando lo hacían salían los huesos de los muertos. Decidieron consagrar las tierras en pastos... La plaza de toros de Badajoz, escenario de la salvaje represión de la columna del ejército del África del general Yagüe, ha sido convertida en un centro de convenciones; de la misma forma, el Camp de la Bota, donde se ejecutaron más de 1.700 personas, fue barrido para dar paso a la plaza del Fòrum. Aquí, es casi invisible la placa en recuerdo de todos los fusilados, que incluye un verso de Màrius Torres que acaba con "Yo quiero la paz pero no quiero el olvido". Y lo más escandaloso de todo: continúa en pie, y consagrado a homenajear al dictador, el Valle de los Caídos, donde metieron los cuerpos de más de 12.000 personas, muchas sin el consentimiento de sus familias.
114.000 heridas abiertas
Dicen que todavía hay 114.000 víctimas del franquismo enterradas en fosas en todo el Estado español. Incluso la ONU ha criticado los pocos esfuerzos hechos por los sucesivos gobiernos en este ámbito, a casi 43 años de la muerte del dictador. Durante todo el tiempo de gobierno del PP se bloqueó la apertura de fosas mediante el bloqueo de la financiación de estas actividades. La Generalitat, en cambio, potenció la excavación de fosas y un banco de datos de ADN para identificar los cadáveres encontrados. La exposición de las fotografías de Miquel Gonzalez ayuda a denunciar la ignominia. Y a recordar que queda una asignatura pendiente. Hasta que los muertos republicanos no estén dignamente enterrados, no podremos considerar enterrada la dictadura.