Hace una década Lena Dunham tenía sólo 26 años, y, sin embargo, HBO decidió apostar por ella para que escribiera, produjera, dirigiera y protagonizara su propia serie, Girls. El resultado fue querido, comentado y, también, muy criticado, pero Dunham siempre ha sido de aquellas personas que considera que la mala publicidad no deja de ser publicidad, porque le daba bastante igual. Haters gonna hate. Ella siguió adelante durante seis temporadas narrando los errores y peripecias de cuatro amigas en Nueva York para intentar, y, en gran parte, conseguir, convertirse en la voz de toda una generación.
Cuarteto de princesas decadentes
Todo empezó con una incómoda conversación de Hannah (Lena Dunham) con sus padres, que le anuncian que le cierran el grifo, que ya no la ayudarán más económicamente. Impulsada a la fuerza hacia la vida adulta, con 24 años no tiene los recursos ni materiales ni emocionales para comportarse como tal, lo cual la llevará a cometer un error tras otro. En una situación similar se encuentran sus tres amigas, Jessa (Jemima Kirke), Marnie (Allison Williams) y Shoshanna (Zosia Mamet), formando un cuarteto, de princesas decadentes que son incapaces de madurar ni de saber qué hacer con sus vidas, representando, de alguna manera, a toda una generación.
Porque cuando Hannah le dice a sus padres que quiere ser "la voz de su generación" o, al menos, "una voz de una generación", no se refiere sólo a la voluntad de la protagonista de dedicarse a la escritura, sino también a la que la propia Lena Dunham tiene con la serie: hacer un retrato de qué significa ser millennial. Más concretamente, una chica millennial.
La ausencia de diversidad cultural y racial no tiene justificación posible en una serie que retrata las partes más desfavorecidas de Nueva York
Este retrato generacional tuvo muchos aciertos - la evolución de las amistades que se van alejando con el tiempo, la representación de cuerpos y relaciones sexuales de forma realista o el tratamiento de temáticas difíciles como la pobreza o los abusos -, pero también algunas decisiones discutibles, como la ausencia de diversidad cultural y racial, que no tiene justificación posible en una serie que retrata las partes más desfavorecidas de Nueva York. La mayoría de críticas, sin embargo, no vinieron de aquí, sino por como de mal caían las protagonistas. Y sí, las cuatro amigas cometían errores constantes y a menudo eran odiables, ¿pero no nos equivocamos todos y nos odiamos un poco a nosotros mismos?
La gran imperfección de Hannah, Jessa, Marnie y Shoshanna no deja de seguir siendo este retrato de una generación incapaz de tomar decisiones que ayuden a salir adelante con sus vidas. Y sin todos estos errores y dramas tampoco habría habido trama para llenar las seis temporadas de Girls, que acabaron conduciendo a Lena Dunham a llevarse dos Globos de Oro y dos Premios Emmy. Porque a veces vale más ser rompedora y enseñar lo que quieras enseñar sin hacer caso a las críticas que intentar hacer una serie para complacer a todo el mundo, que de estas ya hay muchas, y no son de las que diez años después todavía se habla.