La de de Will Smith a Chris Rock no ha sido|estado la única bofetada de estos Oscar 2022. La decisión de la Academia de apartar del show televisado la entrega de hasta ocho premios (hace unos años ya retiraron el Oscar honorífico) es un varapalo al espíritu de unos galardones que deciden que hay ganadores de segunda. Y que CODA se haya llevado la estatuilla a la Mejor Película, por delante de títulos con mucha más sustancia, como West Side Story o El poder del perro, también es un señor puñetazo, uno más, a la historia de unos reconocimientos que, de vez en cuando, se sacan de la manga injusticias sin sentido. La pista definitiva de hace unos días, el premio gordo del Sindicato de Productores, el PGA, que calentaba las esperanzas de los responsables de CODA de llevarse el Oscar a Mejor Película, no falló. El remake de la francesa La familia Bélier ha dado la campanada. CODA es una historia llena de buenas intenciones, que apuesta por la diversidad y la inclusividad, una feel good movie de manual que no esconde sus carencias, que no pasa de agradable acompañamiento por|para una siesta del domingo. Y que está a años luz de algunas, de casi todas, sus competidoras. Pero no es la primera vez que la Academia de Hollywood premia con el Oscar más importante una película que no lo merecía. Repasamos a 10 injustas ganadoras a la historia de la estatuilla dorada.
Año 1942. Si hay una peli que, pasen los años y pasen las modas, sigue encabezando los listados de mejores de la historia, es Ciudadano Kane. El glorioso debut como director de Orson Welles es una demostración de talento increíble por un debutante, una lección de atrevimiento y autoconfianza de un superdotado. Ciudadano Kane es una peli extraordinaria que, aquel año, llegaba a los Oscar con nueve nominaciones y sólo ganó el de Mejor Guion. El premio gordo cayó a manos de ¡Que verde era mi valle!, y no será el firmante de este artículo quien discuta los méritos del gran John Ford, pero la Historia nos dice que muy pocas pelis han tenido la trascendencia de la ópera prima de un Welles que, por cierto, nunca ganó un Oscar. Y ojo, que en aquella edición también estaban nominadas El halcón maltés, de John Huston, y El sargento York, de Howard Hawks.
Año 1953, el Oscar a Mejor Película fue para El espectáculo mayor del mundo, de Cecil B. DeMille. Un pomposo drama sobre el mundo del circo, con James Stewart maquillado como un payaso durante casi todo su metraje, que, ciertamente, reunía algunos de los elementos que siempre han encantado a la Academia. Pero aquel año estaban nominadas dos obras maestras que merecen el premio gordo: Solo ante el peligro (que le dio el galardón a Mejor Actor a Gary Cooper) y, sobre todo, el irresistible El hombre tranquilo (que hizo que John Ford ganara su tercer Oscar). Y todavía más: aquel fue el año de la eterna Cantando bajo la lluvia, que ni siquiera optaba aMejor Película.
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Año 1977, Rocky se lleva el premio en Mejor Película. Una buena peli, sin duda, origen de una saga que hizo ganar carretadas de dólares a Sylvester Stallone. Pero es que entre sus competidoras estaban Todos los hombres del presidente, Network y, sobre todo, Taxi Driver, de un Martin Scorsese que aquel año ni siquiera fue candidato a Mejor Director. Una de las mil pruebas que demuestran el eterno maltracte de los Oscar a Scorsese. Si pensamos que ha dirigido obras maestras incontestables como Toro salvaje, Uno de los nuestros, Casino o La edad de la inocencia, no se entiende que sólo tenga un Oscar, por Infiltrados, que era muy buena pero no tan redonda como las anteriores.
Año 1980. Kramer contra Kramer fue la gran vencedora de aquella gala, con los premios a Mejor Película, Dirección (para Robert Benton), Actor (para Dustin Hoffman), Actriz Secundaria (para Meryl Streep) y Guion Adaptado (de nuevo, para Benton). Demasiado reconocimiento para un drama lacrimógeno, tan tramposo como eficaz, y decididamente menor. Un filme que, obviamente, no tenía la complejidad y la energía de la colosal Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, una de las pelis más poderosas de la historia del cine, que sólo se llevó los galardones a Fotografía y a Sonido.
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Año 1981. La ganadora de aquella edición fue Gente corriente, el contundente debut detrás de la cámara de Robert Redford. Una buena peli, sí, austera y emotiva, a contracorriente de lo que se podría esperar de una superestrella como Redford, decidida a explorar caminos incómodos. El problema es que aquel año también estaban nominados dos películas de la dimensión de Toro salvaje (una vez más, la miopía académica hacia Martin Scorsese) y El hombre elefante, el fascinante segundo largometraje de David Lynch, otro creador inconmensurable, irreverente, y eternamente ignorado por los Oscar.
Año 1990, los cuatro Oscar, incluido el de Mejor Película, por la agradable pero decididamente menor Paseando a Miss Daisy, hace reír si pensamos de que competía con el emocionante El Club de los Poetas Muertos, de Peter Weir, y con la sensacional Nacido el 4 de julio, de Oliver Stone. Dos filmes que se merecían el premio gordo mucho más que la bienintencionada historieta de amistad entre un chófer negro con la cara de Morgan Freeman y una viejecita sureña con las maneras de Jessica Tandy. Dos décadas después, Green Book demostró que los melodramas raciales on the road, con conductor y pasajero aparentemente lejanos e íntimamente próximos, te aseguran la atención sobredimensionada de los académicos.
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Año 1999. Este es uno de los más impresentables robos de la historia de los Oscar. Con 11 nombramientos llegaba a la gala como gran favorita la mayúscula Salvamos el soldado Ryan. Le dieron cinco premios, entre ellos el de dirección en Steven Spielberg, el segundo (y último hasta hoy). Pero la campanada, estilo CODA, llegó cuando Harrison Ford abría el sobre y leía: And the Oscar goes to... Shakespeare In Love. Un ligero pasatiempo que, ni en broma, se podía plantear competir con la brillante incursión bélica de un Spielberg que ya estaba (y sigue estando) muy acostumbrado a la tirria que parece tenerle la Academia por algún motivo oculto. Hace falta recordar que, hasta que La lista de Schindler (1993) no hizo justicia, el cineasta ya había perdido con pelis como ET: el extraterrestre, Encuentros a la tercera fase o En busca del arca perdida, y había sufrido otro caso flagrante: el año 1986, cuando, después de convertirse en el rey del cine comercial, encaró su primer drama adulto. El color púrpura era un conmovedor drama sobre el racismo que, seamos sinceros, no era la más redonda que hizo. Pero lo habían nominado en 11 Oscar igual que su principal competidora de aquella edición, Memorias de África. Resultado final: Spielberg cero, Robert Redford lavándole el pelo a Meryl Streep siete. Cero a siete. Este año, el único Oscar a West Side Story (para Ariana DeBose, la cautivadora Anita) vuelve a poner encima de la mesa el menosprecio eterno hacia un genio como Spielberg.
Año 2002, Una mente maravillosa se lleva cuatro Oscar (Mejor Peli, Guion Adaptado, Dirección para Ron Howard y Actriz Secundaria para Jennifer Connelly). Aquella mediocre historia concebida por el lucimiento de Russell Crowe, y que apelaba a los más bajos instintos del espectador, pasó por delante de la majestuosidad de la adaptación imposible que Peter Jackson hizo posible con El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo (méritos reconocidos un par de años más tarde, cuando la tercera entrega de la saga, El Retorno del Rey, arrasó, llevándose las once estatuillas en las cuales estaba nominada, empatando el récord que compartían Titanic y Ben-Hur). Y ojo, porque aquel mismo año también era candidata una peli que levanta controversias, pero que, para el firmante de este artículo, daba mil y una vueltas a la ganadora, Moulin Rouge, el sorprendente y portentoso musical de Baz Luhrmann.
Año 2006, gana Crash. Manipuladora y tramposa hasta decir basta, la calidoscópica propuesta de Paul Haggis, una reflexión sobre la violencia racial y religiosa en el mundo de hoy, es, probablemente, la peor decisión de la historia de los premios. En aquella edición competía contra cuatro películas mucho mejores a todos los niveles: Brokeback Mountain, de Ang Lee; Múnich, de Steven Spielberg; Capote, de Bennet Miller, y Buenas noches y buena suerte, de George Clooney, habrían sido elecciones mucho menos discutidas y mucho más acertadas.
Año 2017. Hasta el cachete de Will Smith a Chris Rock, el momento más surrealista de la historia de los Oscar era, también, el de otro escándalo y una sorpresa mayúscula. Que La La Land perdiera, con dosis inesperadas de suspense, el premio a Mejor Película y se lo acabara llevando Moonlight parece un chiste. Podemos aplaudir que la Academia premiara el mensaje humanista de tolerancia del filme, pero sus aciertos no se pueden comparar a los de La La Land, ganadora de seis estatuillas de las catorce a las que aspiraba, en un musical fabuloso, con canciones sensacionales, con una mirada interesantísima y nada tópica sobre el precio del éxito, y con una pareja protagonista: Emma Stone y Ryan Gosling, que hace saltar chispas.