Día 1.º - 1 de enero
¿Es posible vivir plenamente en catalán? Después de leer que el castellano es una lengua perseguida en Catalunya, hoy, primer día del año, he decidido darle el vuelco al asunto y empezar un propósito arriesgado: descubrir si puedo ser capaz de sobrevivir hablando, consumiendo y entreteniéndome únicamente en mi lengua durante trece días y medio. ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? Ya lo veremos. Si por primera vez en décadas he conseguido la proeza de levantarme el 1 de enero sin resaca, todo es posible.

Día 2.º
De momento todo bien. He decidido cumplir el propósito punto por punto, como si viviera en una distopía: hoy no he salido de casa en todo el día, no he visto canales de televisión que no fueran en catalán, he empezado la última novela de Francesc Serés y he respondido en catalán el mensaje felicitándome el año nuevo de una amiga de Logroño. Me ha entendido. Creo.

Día 3.º
Para llenar la despensa no es necesario intercambiar palabras, por suerte, pero vivir cerca de Santa Maria del Mar tiene algunas dificultades logísticas importantes si quieres llenar el carro con productos etiquetados en la lengua de las Homilies d'Organyà: hoy he ido al único gran supermercado que tengo cerca de casa, justo delante del Born Centre Cultural, pero conseguir encontrar un tarro donde diga cigrons en vez de garbanzos es más complicado que resistir al asedio de Felipe V el año 1714. No tener supermercados respetuosos con la lengua catalana cerca de casa no es el único obstáculo en el camino: si alguna cosa he aprendido en estos tres primeros días es que, en general, vivir en el Born y ser catalán es una aventura sorprendentemente estrambótica, entendiendo ser catalán como alguien que pretende vivir en catalán en Catalunya, hablando exclusivamente en catalán a los comerciantes, comprando productos etiquetados en catalán en las tiendas o sencillamente charlando en catalán con los vecinos.

Día 5.º
Por la mañana he trabajado un rato, pero he tenido que cambiar el hilo musical operístico que utilizo siempre para escribir y aislarme del mundo: nada de Wagner, Verdi, Bizet o Puccini; me he puesto L'aplec del Remei, de Josep Anselm Clavé, pero con la zarzuela no me concentro tanto. Por la tarde he salido a comprar cuatro cosas. Los productos más esenciales del día a día como el pan, la carne, los utensilios del hogar, la fruta o las verduras los puedo encontrar sin problemas en mi lengua en el Mercado de Santa Caterina o en las panaderías y tiendas del barrio, pero si quiero hacer una compra grande estrictamente en catalán parece ser que será necesario andar dos kilómetros, uno de ida y uno de vuelta, según el Google Maps. Todavía tengo cosas en la nevera, pero quizás mañana o pasado mañana tendré que emprender la odisea.

Día 6.º - Reyes
Los reyes me han regalado una camiseta cojonuda donde dice "Perdón por hablar en catalán". ¿Hipérbole o realidad? Me motiva comprobarlo. Paso la tarde mirando por enésima vez capítulos antiguos de Temps de silenci, ya que estoy prácticamente desconectado de la vorágine de novedades, recomendaciones y listas sobre series: en la actualidad, excepto Filmin, ninguna plataforma de contenidos audiovisuales ofrece series o películas dobladas en catalán, y sólo Disney+ tiene filmes subtitulados en los cuales hay espacio para la existencia de la ce trencada, grafía de momento absolutamente inexistente en plataformas como Netflix, HBO o Amazon Prime. Ver series populares y de moda en catalán resulta una misión imposible, pero cuando acabe por enésima vezTemps de silenci volveré a tragarme todas las temporadas de Plats Bruts, así que en este aspecto la penitencia ha resultado casi una bendición. Por la noche he añorado la prosa d'Enrique Vila-Matas, pero por suerte sigo zambullido en La casa de foc.

Día 7.º
Me he impregnado del mismo afán que un escalador haciéndose la mochila antes de aventurarse a subir el Everest y he caminado un kilómetro y cien metros hasta llegar a la calle Trafalgar, fora muralla. Es una ruta larga y pesada, ya que andar durante dos kilómetros con un carrito por los callejones de Santa Caterina, entre napolitanos añorados de la patria, personajes pintorescos apoyados en las esquinas saludando secretamente con un "shhht" y gente de aspecto caucásico con cara de tener muebles de diseño en casa es poco sexy y sobre todo poco cómodo, pero son los sacrificios necesarios si quieres comprar un bote de alfàbrega en hoja sin que diga albahaca o un zumo de naranja donde diga taronja en un comercio en el cual te pregunten si quieres bolsa en catalán o no te respondan "¿cómo"? cuando consultas dónde están los fregalls de cocina.

Tras una apariencia inofensiva, estos utensilios de cocina esconden una amenaza importante: entre fregall y estropajo hay un abismo lingüístico insalvable. (Pixabay)

Día 8.º
Primer día en el trabajo después de las vacaciones. Por suerte, trabajo en catalán. He explicado a los compañeros del diario esta aventura y me han espoleado a convertirla en la primera Cuarentena cultural. ¿Qué quiere decir eso de cuarentena cultural, sin embargo? Pues que si nada lo impide, dos veces al mes explicaré en las páginas de Revers —que ayer salió a la luz— cómo se vive dedicando el día a día durante dos semanas a una experiencia concreta relacionada con la cultura, ya que como decía Samanta Villar en aquel mítico programa, "no es lo mismo vivirlo que explicarlo".

Día 9.º
Si sobrevivir a una cuarentena únicamente en catalán reclama previamente una cosa tan básica como no morirse de hambre, también reclama otra importante: pretender no congelarse dentro de casa. A media mañana he sufrido un infortunio inesperado, y es que el termostato del sistema de calefacción de mi piso ha dejado de funcionar. He llamado a un total de tres empresas diferentes que figuraban como servicio técnico de la empresa de aire caliente, pero evidentemente ser atendido en catalán ha resultado una misión imposible. Con temperaturas bajísimas en la calle y mi piso convertido en la jaula de los pingüinos del Aquarium, la única opción para calentar la casa ha sido ir a comprar una estufa catalítica en la ferretería más cercana. Encontrarla y comprarla en catalán no ha sido un inconveniente, por suerte, pero nunca me hubiera imaginado que comprar una bombona de butano en nuestra lengua resultaría una aventura más propia de las epopeyas griegas.

Día 10.º
Inicié este propósito de año nuevo como un juego, pero no imaginé que acabaría siendo un reto. Vivir íntegramente en catalán raya la ciencia-ficción, cosa que ya sabía, pero estar consiguiéndolo me hace sentir dentro de una especie de capítulo de Black Mirror dirigido por Ventura Pons.

Día 11.º
Ayer fue el día más duro de la cuarentena. De hecho, durante unas horas estuve a punto de tirar la toalla, abandonar esta aventura ya convertida en reto y mandarlo todo a hacer puñetas: comprar butano por teléfono y en catalán era literalmente imposible. Había conseguido llenar la despensa y la nevera en mi lengua y, por lo tanto, tenía la supervivencia asegurada, pero si seguía fiel al propósito que me había propuesto corría el serio riesgo de desafiar la hipotermia dentro de mi propia casa. Visto que acceder en catalán al reparto a domicilio de butano era imposible, la única solución ha sido, esta mañana, llamar a un amigo que tuviera coche, pedirle que me acompañara a una gasolinera y comprar la bombona. Hemos ido esta tarde, pero la ola de frío había vaciado de butano las gasolineras barcelonesas: en las que me han atendido en catalán no les quedaba ninguna bombona. Al final, después de dos horas dando vueltas en las cuales mi amigo me ha dicho reiteradamente que estaba perdiendo la chaveta, hemos encontrado una bombona en una gasolinera del Bon Pastor donde nos han atendido en catalán, en los límites municipales con Santa Coloma de Gramenet, la ciudad donde hace cuatro décadas empezó a aplicarse la inmersión lingüística en las escuelas.

Día 12.º
Durante doce días y medio he podido leer libros en catalán, he escuchado tanta música en catalán como he querido y he disfrutado yendo al teatro en catalán, pero me está resultado francamente difícil ir al cine y ver películas en catalán, no sólo subtituladas —que son poquísimas—, sino dobladas en nuestra lengua: en toda la cartelera, sólo tres de ellas se proyectan en catalán, siendo dos de ellas producciones catalanas. Cinéfilo como soy, después de haber visto La dona il·legal hace una semana y La vampira de Barcelona anteayer, he decidido llevar a cabo mi designio cultural y volver por tercera vez al cine, pero teniendo que conformarme viendo El cavaller del drac, la única película de producción extranjera que durante estos trece días y medio contaba con una proyección doblada en catalán. No ha sido fácil. Si tengo que ser sincero, tragarse solo y a mi edad (32) una aventura infantil sobre un dragón volador que busca el santuario de los dragones es duro, para qué negarlo, y más teniendo en cuenta que el hecho de ser el único espectador de la sala sin hijos, sobrinos o nietos sentados en la butaca del lado quizás ha levantado ligeras sospechas de pedofilia entre los otros espectadores durante toda la proyección, pero proponerse ver cine en catalán en Catalunya tiene estas cosas.

El caballero del dragón, la única película con doblaje en catalán presente en las carteleras durante las últimas semanas. (Cines Girona)

Día 13.º
He vivido trece días y medio viviendo únicamente en catalán en Barcelona, que evidentemente no es el mismo que si lo hubiera hecho en Berga, Solsona, Horta de Sant Joan o en mi casa, el Pla del Penedès, por eso esta primera aventura deberá basarse en la realidad donde se ha puesto en práctica, cosa que no excluye el hecho de que lo que pasa en Barcelona, por una cuestión demográfica, puede ser un buen reflejo de aquello que pasa en buena parte del país. Según los datos, el 94% de las personas que viven en Catalunya entienden el catalán, pero sin embargo en la ciudad de Barcelona sólo el 26% de ellas lo hablan. Durante estos días me han dicho que estoy zumbado, que soy maleducado, que hablar catalán a recién llegados o personas no catalanohablantes es despreciarlos, que soy un carlista de pacotilla o, incluso, que mi actitud era etnicista. He acabado agotado, aunque mi experimento durante esta cuarentena era sólo eso: un experimento, una prueba personal hiperbólica con más ironía que voluntad científica.

Día 14.º - Fin de la aventura
Sí, vivir únicamente en catalán —así como en cualquier otra lengua— es absurdo y frenopático, evidentemente, ya que la comunicación humana y respetuosa se basa en que cada uno se exprese en su lengua y que la otra persona lo entienda, sea cuál sea la lengua de respuesta. Ahora bien, ¿es normal que a menudo en Catalunya haya que pedir perdón por desear una cosa tan sencilla como vivir nuestra vida, en nuestro país, utilizando la lengua con la cual aprendimos a decir el nombre de cada cosa? Hablar una lengua amenazada en el país donde es oficial no tendría que ser nunca motivo de "mala educación": es un acto de amor y defensa a la cultura, ya que cómo se argumenta en El futur del català depèn de tu, de Carme Junyent, la única manera de no convertir el catalán en una reliquia folclórica es que sus hablantes no duden en hablarlo, convirtiéndolo, así pues, en una lengua de uso normal. Una lengua tan normal que empeñarse en utilizarla en todos los aspectos de la vida no sea un desafío heroico o estrambótico como esta cuarentena absurda mía, sino precisamente lo contrario: una cosa normal digna del país normal que algún día aspiramos a ser.