Hace escasamente dos semanas, el president Puigdemont declaraba que "Catalunya tiene que poder tener una política de defensa moderna, democrática y muy homologable a los esfuerzos que hacen naciones que consideramos aliadas". Lisa y llanamente, defendía la conveniencia de que el Estado catalán disponga de un ejército. Un planteamiento que puede resultar extraño a una sociedad que, desde hace tres siglos, no ha conocido una tradición militar propia. La ocupación francocastellana del primer Borbón hispánico desguazó el Ejército de Catalunya. Criminalizó a todos los combatientes y condenó a todos los mandos. Con el breve paréntesis del conflicto civil de 1936, Catalunya ya no volvería a tener un ejército propio y durante las centurias posteriores, exceptuando casos muy puntuales como Prim, Joffre y poco más, los catalanes crearían y alimentarían —por resistencia, por desengaño, o por ambas razones juntas— una cultura social y política absolutamente refractaria a las tradiciones militares de España o de Francia.

El día en que la guerra dejó de ser hispánica

La Guerra de Sucesión hispánica (1705-1715) dimitió de su condición sucesoria y renunció a su naturaleza hispánica el día en que el candidato Habsburgo ordenó evacuar a todas sus tropas. Era el 22 de junio de 1713 —todavía faltaba más de un año para el asalto borbónico a Barcelona— y Starhemberg y Grimaldi, en nombre de sus patrones respectivos Habsburgo y Borbón, pactaban la retirada de las últimas tropas austriacas. En aquellos días, ingleses y holandeses, que en Utrecht habían pactado una provechosa retirada a cambio de países y de negocios, únicamente mantenían tropas testimoniales en el Principat. El 30 de junio de 1713, las armas austriacas, inglesas y holandesas abandonarían definitivamente el territorio peninsular y dejarían a Catalunya sola contra los ejércitos de las dos principales potencias militares continentales. El conflicto adquiría una nueva dimensión: las monarquías hispánica y francesa contra el Principat de Catalunya.

Batalla en las murallas de Barcelona (1714) / Fuente: Archivo de El Nacional

Días de debate inflamado

Los catalanes somos muy tradicionales. Lo hace nuestra cultura latina. Y nuestra naturaleza mediterránea. En aquellos días decisivos se articularon unos esquemas que, de forma reveladora, se han reproducido posteriormente en el transcurso de nuestra historia más reciente. Las instituciones catalanas, la Generalitat y el Consell de Cent, debatieron la postura que convenía adoptar a partir del abandono internacional. Y las fuentes documentales nos revelan que los estamentos del poder se dividieron entre los partidarios de la resistencia, los partidarios de una rendición incondicional y una curiosa facción, que podría inspirar la Tercera Vía actual, partidaria de una rendición pactada en unas condiciones fantasiosas. El Borbón hispánico, que durante la guerra había dado motivos para ser el hazmerreír de todas las cancillerías de Europa, había madurado una obsesión enfermiza que imaginaba con fruición la destrucción más absoluta de los catalanes. Las fuentes documentales también lo revelan.

Defensa de la muralla de Barcelona (1714) / Fuente: Comissió del Tricentenari

El triunfo de la revolución

Las circunstancias, probablemente más que la confianza, trabajaban a favor del partido de la resistencia, que se acabaría imponiendo por mayoría. El 9 de julio de 1713, la Junta de Braços —el equivalente al actual Parlament— votó la resistencia a ultranza con todas las consecuencias. Declaró, formalmente, la guerra a las monarquías hispánica y francesa. El conflicto sucesorio se convertía de facto en una revolución independentista. Se transformaron las estructuras propias para adaptarlas a las de un estado moderno y soberano. Y la primera acción, no por la lógica sino por las circunstancias, sería la articulación de un Ejército de Catalunya que no estaría subordinado a la figura de ningún monarca. Ni hispánico ni austriaco. Ni financiado por ninguna cancillería exterior. Ni Viena ni Londres. Con una jerarquía republicana: un mando militar subordinado a la clase política dirigente. Y con una estrategia estrictamente catalana: el Principat como único campo de actuación.

El Ejército de Catalunya

El Ejército catalán se nutrió, básicamente, de efectivos del país. La Generalitat, la Junta de Braços y las clases privilegiadas ponían el dinero. Y las clases populares, como ha sido siempre en Catalunya y en todas partes, la ilusión y la sangre. Se les sumarían los restos del ejército austriacista que no siguieron al Habsburgo en su precipitada huida del conflicto, hasta formar un curioso batiburrillo militar con el propósito inicial de crear unidades armadas —regimientos— en función del origen de los combatientes. Naturalmente, napolitanos, navarros, alemanes y castellanos no eran una masa considerable. Los que habían decidido quedarse, lo que suponía renunciar al estipendio imperial y confiar el salario en el tesoro de un pequeño país en guerra, debieron de tener aquel tipo de razones tan poderosas que, en un escenario de conflicto, solo están al alcance de una minoría. Las fuentes nos revelan cierta sinergia entre militares extranjeros y damas catalanas, sobre todo viudas, que podría explicar este curioso fenómeno.

Fusilero y garandero del Ejército de Catalunya / Fuente: Wikipedia

La Coronela de Barcelona

En el momento culminante de la leva, el Ejército de Catalunya llegó a reunir unos 10.000 efectivos, distribuidos entre las armas de infantería, de caballería, de artillería y de marinería. Los regimientos más numerosos eran los catalanes, seguidos de los valencianos, los mallorquines y los aragoneses. Y a una distancia considerable, los románticos restos del ejército imperial. A esta fuerza militar se le sumaron las fuerzas populares. Los miquelets —fusileros y caballería de extracción campesina y de gran movilidad— y la Coronela de Barcelona, un ejército de civiles formado por compañías surgidas directamente de los gremios. Hasta una cuarentena larga de compañías con una historia que se remontaba al año 1000. La Coronela de Barcelona conseguiría aportar unos 6.000 efectivos a la leva decretada por las instituciones, lo que, en una ciudad de escasamente 40.000 habitantes, revela un elevado grado de implicación de la población civil en el conflicto.

Uniformes militares de la Coronela de Barcelona (1705-1714) / Fuente: Universitat de Barcelona

La ambición catalana

Naturalmente, el Ejército catalán tenía una ideología. Como todos los ejércitos del mundo. Las fuentes revelan que los últimos resistentes, los que lucharon calle por calle y casa por casa, clamaban "Por la libertad de los pueblos de España". Visto así podría parecer que la resistencia a ultranza no era una revolución independentista, ni el Ejército de Catalunya era tal cosa. De hecho, este ha sido un argumento recurrente de la historiografía nacionalista española que, en su ridícula argumentación, ha elevado a los de la "Tercera Vía barroca" a la categoría de protagonistas. Nada más lejos de la realidad. "La libertad de los pueblos de España" no se refería ni siquiera a la recuperación del ideario confederal que, hasta la renuncia, había representado el candidato Habsburgo. Las elites catalanas —la fábrica de las ideas, como todas las elites del mundo en la época— en su ambición, desmesurada o no, imaginaban una república catalana, pionera de un modelo político que se acabaría imponiendo por todos los "países de España".

El peso de la historia

El año 1931, cuando el president Macià —el de los hechos de Prats de Molló (1926) y militar de profesión— proclamó la República catalana dentro de la Federación ibérica, no hacía otra cosa que recoger al testigo de 1713: la ideología que había impulsado y la ambición que había presidido la revolución independentista. Cataluny se posicionaba otra vez, no como una locomotora de ideas con una larga y pesada retahila de vagones, sino como la pionera de un proceso de alcance peninsular que rompía definitivamente con la cultura ideológica y sociológica sustentada en el poder de las oligarquías latifundistas castellanas: eso que contemporáneamente identificamos como las cuatrocientas familias que hace cuatrocientos años que gobiernan las Españas con las formas de quien manda —con el látigo de cien cascabeles— un coto de caza privado. Y que, contemporáneamente, han transportado sus intereses latifundistas hacia el mundo de la gran empresa. Aquella que cotiza en un conocido índice bursátil. Negar la ideología independentista del Ejército catalán de 1713 equivale a negar la ideología independentista del gobierno republicano del president Macià.

 

Imagen principal: El Ejército de Catalunya, representación contemporánea / Fuente: Wikimedia Commons