Fernando León de Aranoa y Joaquín Sabina se conocieron a finales de 2002, cuando el primero estrenó Los lunes al sol y el segundo le hizo llegar un mensaje. “La película le gustó, pero creo que sobre todo me escribió por un texto que publiqué en un periódico, un pequeño cuento sobre los personajes del film que se manejaba entre la realidad y la ficción. Joaquín me propuso encontrarnos un día a través de un amigo común y cenamos juntos”, recuerda el cineasta en una conversación con Revers.
La relación intermitente se estrechó años después, cuando el músico trabajaba con el poeta Benjamín Prado en lo que sería su disco Vinagre y rosas (2009). Sabina pensó que sería buena idea invitar a León de Aranoa a su retiro creativo en Rota, para participar del proceso, aún sin tener definida de qué manera. El director lo tuvo claro: “Con o sin cámaras, me abrió la puerta a esa zona de trabajo y creatividad, pero sin ningún plan concreto, solamente por el placer de vivir la experiencia. No había ningún objetivo concreto, más allá de registrar esos momentos, e ir entendiendo durante el proceso qué querría hacer, qué tipo de película haría, si es que la hacía... Eso me empujó a aceptar, a jugar, y ver a dónde nos llevaba eso. Y aquí nos ha traído, 14 años después”.
El aquí, el resultado, es Sintiéndolo mucho, un documental en el que veremos a Joaquín Sabina componiendo y cantando, sufriendo un ataque de pánico antes de una actuación o emborrachándose rodeado de mariachis en el mexicano Salón Tenampa (el mismo local que vio desfasar a Chavela y a José Alfredo), recibiendo regalos de cumpleaños ante la sarcástica mirada de Joan Manuel Serrat, firmando autógrafos, confesando su relación íntima con las drogas (“19 días y 500 noches se hizo en sesiones de tres días sin dormir y mucha coca”), sufriendo desde el tendido con la cogida del torero y amigo José Tomás, y precipitándose desde el escenario del WiZink Center. Le escucharemos reflexionando sobre asuntos que ha convertido en canciones, como el desamor, las relaciones tóxicas, la familia o la inmadurez. Y también le veremos envejeciendo sin dignidad, como desea el propio cantante, en un rodaje que se alargó de forma discontinua durante trece años.
El film empieza con una frase de Sabina: “Tengo problemas con ese tipo del bombín que se sube al escenario”. Parece una declaración de intenciones del documental, pero la sensación es que no se distinguen tanto..
Alguien me decía hace poco que es muy difícil establecer la diferencia entre el personaje público y el privado, porque en su caso parecen el mismo. Y esa sensación es cierta: Joaquín es mucho lo que muestra, lo que canta. Muchas de las cosas que escuchamos en sus canciones estaban en su vida. También un cierto vértigo, un cierto caos; yo hablaba mucho al principio de un dulce caos a su alrededor, gravitando permanentemente, algo que para mí como cineasta es difícil, no de asumir, lo asumo encantado, pero sí de ordenar. Y al final, el trabajo ha sido ese: ordenar todo ese dulce caos que hay a su alrededor, de muchos músicos pero de Joaquín en particular. Convertir eso en un relato ha sido la gran dificultad del proyecto.
Hablas de caos, y posiblemente este sea el trabajo más caótico, menos planificado, que hayas hecho nunca...
Creo que sí, de hecho creo que también influye en que todo el proceso haya tomado tanto tiempo. Tenía que ir encontrando el camino poco a poco. Como director de ficción, la tendencia es tenerlo todo controlado, la historia, la producción... Aquí sentí enseguida que no habría manera de que eso ocurriera. Por la propia idiosincrasia de Joaquín, que estaba en la improvisación, en los cambios de última hora. Y en vez de estresarme, que es un poco lo que me ocurrió al principio, decidí que debía convivir con ello, abrazarlo y usarlo como una de las señas de identidad del documental. Porque al final ese es uno de los encantos de Joaquín, someterle a un plan o a unas indicaciones mías era quitarle la vida que en realidad tiene. Era mucho mejor seguirle y luego darle forma a eso.
Someter a Joaquín a un plan o a unas indicaciones mías era quitarle la vida que en realidad tiene; era mucho mejor seguirle y luego darle forma a eso
Salir de la zona de confort también es un reto como director.
En general, el documental me sirve para eso: a mí me gusta que la historia que llega a la pantalla se parezca mucho a la que imaginé. Luego hay mejoras que intentas incorporar. Pero el documental sirve un poco de terapia para evitar la tendencia al control, y creo que ahí también hay un aprendizaje, que hace que captures cosas con las que no contabas, a darles forma, a convertirlas en narración. Es una forma de trabajar muy distinta, muy atractiva también.
Me imagino ese estado constante de pensar en qué pasará hoy...
Sí, sí, fue un poco así. Hay cosas... cuando planificamos el rodaje en Las Ventas, la que él creía que sería su última actuación en ese escenario, empezamos a rodar cuatro horas antes, para contar esos momentos previos. No podíamos imaginar que esos nervios acabarían siendo el eje de la secuencia, que lo iba a pasar tan mal, por la carga extra de responsabilidad que a él, por las razones que sea, le supone actuar en Madrid y en Las Ventas. De repente era algo inesperado, sucedía y en algún momento del proceso te das cuenta del interés que tiene cómo un artista de su experiencia puede pasarlo tan mal antes de cantar. Sentía que ese tipo de cosas tenían un valor que no suele verse en documentales sobre figuras parecidas a Sabina, que acaban siendo hagiográficos... Y me encontré con el enorme regalo que Joaquín no tenía problema para que se le mostrara así. Otros artistas, yo mismo, hubieran hecho apagar la cámara.
Aquí no ha ocurrido. ¿Tampoco te sugirió cortar nada en la sala de montaje?
No, eso no sucedió. Es verdad que, además de la confianza, Joaquín tenía también un enorme respeto por mi trabajo. Una vez terminado, compartí el documental con él, muy atento a lo que me pudiera decir. Y se sintió bien retratado, decía que se parecía mucho al que está en la película... Creo que él, que es de una enorme sabiduría, es consciente que eso enriquece la visión de su figura. Era importante que el documental tuviera el sentido del humor que tiene él: muy fino, pero un poco punk a veces, sin temer a lo que no es políticamente correcto, con esa gran capacidad de reírse de sí mismo que tiene. Como sé perfectamente que aborrece la solemnidad, lo último que hubiera querido era hacer un documental solemne. Eso no está en sus canciones, en su forma de ser. Por lo tanto, la película tenía que transmitir lo que Joaquín me transmitía a mí.
En el documental, Sabina cuenta sin complejos la influencia que la cocaína tuvo al componer 19 días y 500 noches. Y le vemos pasado de rosca en las sesiones de trabajo de Vinagre y rosas.
Tiene que ver con esa franqueza y normalidad con la que cuenta las cosas. Es evidente que se lo explica a alguien en quien confía, siendo plenamente consciente de que está siendo grabando. Pero él habla con tranquilidad, y deja constancia de algo que ha influido en su creatividad y en su música, en este caso las drogas, la cocaína. También cuenta con naturalidad cómo las dejó. No tiene filtros para eso, confía y por otro lado respeta, que es algo que habla muy bien de él, y lo agradezco mucho. Muchos de los temas que la película va atravesando, a través de él y de situaciones vivas que se van sucediendo, eran importantes en la medida que explican su creatividad. Lo biográfico, por ejemplo, está mostrado solamente en función de lo que él escribe: la parte en que se habla de su padre, que ya tenía vocación de escribir sonetos, sirve para que Joaquín diga que escribe un poco igual. Yo no tenía interés en contar su vida, nació aquí o tuvo estas novias, solo quería detenerme en lo que afectaba a su arte, a su creatividad. Y ahí está lo de su padre, o lo que hablábamos de las drogas o el alcohol, que explica el mismo Joaquín.
Tu cine tiene mucho de mirada social, de compromiso, pero esta peli se escapa de eso. ¿Cómo la encajas en tu trayectoria?
En el lado más personal, que tiene que ver mucho con la trayectoria si no es lo mismo, la música de Joaquín siempre me ha acompañado. Desde los 17 años, cuando escuché el doble en directo de Sabina y Viceversa, me siento muy conectado con el universo poético que expresa ahí, en muchas de sus canciones. Más allá de que sean buenas o no, los universos que describe me son cercanos. Y creo que eso también funciona en dirección contraria: cuando nos conocimos, Joaquín me hablaba mucho de Barrio, de cuánto le había gustado. Le pasaba un poco lo mismo que a mí: esa historia de tres chavales que no están en la marginalidad más extrema pero que sí se encuentran en muchas dificultades para buscarse la vida era algo que le tocaba de cerca. Hacer un documental sobre él no es salirme de mis temas, porque lo que él cuenta en sus canciones es algo que siento muy próximo: la ternura hacia los personajes de los que habla, con un pie en la marginalidad, los ambientes, la forma respetuosa y el humor con los que los describe, la manera como dialoga en sus canciones... tiene diálogos que son de una precisión que muchos guionistas envidiaríamos.
Sabina, en sus canciones, tiene diálogos que son de una precisión que muchos guionistas envidiaríamos
El tono de Sintiéndolo mucho es casi crepuscular.
Al final es difícil que suene a otra cosa, porque es alguien que habla desde sus setenta y pocos años y con mucha carrera a las espaldas. Con la tranquilidad de charlar desde ahí, alguien que no se ve como una persona con el corazón y la cabeza de setentón. Me hace mucha gracia cuando dice: “Creo que he pasado de la adolescencia a la vejez", y usa un verbo que a mí me encanta, "sin rozar siquiera la madurez”. Es una forma de explicarse a sí mismo muy honesta, algo que tiene que ver con sus experiencias, con la intensidad con la que ha vivido, de ahí el título. Sintiéndolo mucho no es tanto una disculpa como la expresión de una forma de vivir. Al final, el tono de la película lo establece lo que yo sé de él, mi relación previa al rodaje, el sentido del humor, el huir de la solemnidad como de la peste, su cierta chulería... todas esas cosas definen el documental. Me parece que ese es el retrato más fiel, que el film definiera su manera de ser en términos de tono y de energía. Al final, mi idea en todo este viaje, si he atinado con la intención de la película, era transferir al público la relación que tengo con Joaquín, compartir eso que yo he sentido como un privilegio durante tantos años, que el público tuviera la sensación de pasar un largo rato a solas con Sabina y de conocerle como yo le conozco.
Hace unas semanas se cumplían 20 años del estreno de Los lunes al Sol. Y deben cumplirse 25 o 26 de tu primera peli, Familia. ¿Has hecho balance?
Recuerdo una frase en una película de alguien a quién le preguntaban por su trayectoria, y decía: “Yo no tengo una carrera, yo tengo un trabajo” (risas). Me sentí muy identificado con la frase. Siempre he sentido que mi carrera, si es que la tengo, ha sido construida trabajo a trabajo.
¡Eso suena muy cholista!
(risas) Debe ser, sí... Es verdad que cuando he terminado una película, la elección de la siguiente siempre ha tenido que ver con lo que sentía, con mis ganas, no ha habido nunca un cálculo. A veces lo escucho en compañeros: como he hecho esto, ahora me conviene hacer algo muy distinto. Conmigo no funciona, aunque claro que ha ocurrido: Barrio tenía muy poco que ver con Familia, o el tono tan deliberadamente satírico de El buen patrón también era distinto a cosas como Los lunes al Sol, que también tenía humor y abordaba los mismos problemas pero desde un tono muy diferente. Nunca ha habido un cálculo. Cuando he rodado en inglés, caso de Un día perfecto, fue porque la historia que me moría de ganas de hacer en ese momento lo pedía. Un relato sobre cooperantes internacionales tenía que filmarse en inglés, porque, vengan de donde vengan, los personajes hablan en ese idioma. No la hicimos en inglés para trabajar con actores norteamericanos, es que no se podía hacer con cuatro señores de Castilla. La historia manda, la que en ese momento me enamora y me lleva a dedicarle cuatro años de mi vida. A veces aciertas, a veces te equivocas, pero a mí me sale así. Y si miro hacia atrás, a veces habrá tenido más sentido, a veces habré dado más bandazos, pero nunca ha habido un cálculo.
En el caso de Los lunes al Sol, ¿cómo valoras el peso que ha tenido en tu carrera y en cine español?
Como puedes imaginar, es una película a la que le tengo mucho cariño. También por el proceso. El proceso es muy importante, lo mucho o lo poco que sufriste haciéndola. Y en este caso, todo el viaje de documentación y escritura de guion lo disfruté muchísimo. Y el trabajo con los actores. Es una de las veces en que he sentido al equipo más cohesionado. A veces, cuando había que forzar y hacer horas extra, y todo el mundo estaba muy cansado, había como una razón un poco superior para llevarlo adelante. La gente estaba dispuesta a ese esfuerzo porque tenía mucha fe en la película, interesaba mucho lo que contaba, y el equipo era muy sólido y estaba muy comprometido. Y todo eso contribuye a que tenga un recuerdo muy bueno de ella. También el resultado. Y a veces pasa que te encuentras en redes sociales a gente recitando diálogos enteros, también me ha pasado con Barrio, y eso me hace mucha gracia, que haya quedado establecida de alguna manera en el imaginario.