El País Vasco y su opinión pública entraron en shock el 2018 cuando Ekai, un adolescente trans de 16 años, puso fin a su vida después de una batalla constante para que se le reconociera su identidad de género. La noticia supuso un antes y un después para el pueblo vasco, un hecho que fue la semilla de Estibaliz Urresola (Bilbao, 1984) para crear 20.000 especies de abejas. Presentada este jueves en la Berlinale, la película acompaña todo el verano de la Cocó, a una niña trans de ocho años, su madre y sus hermanos en el pueblo materno donde vive la abuela. El autoconocimiento, las dudas y los nuevos aprendizajes de la pequeña, que no le gusta el nombre que se le otorgó cuando nació, pero tampoco se acaba de sentir cómoda con el nuevo nombre que ha escogido, serán los hilos conductores de una película sublime y detallista con coproducción catalana, grabada en vasco y castellano y que ha triunfado en el festival.
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La biodiversidad de las abejas
La realización de 20.000 especies de abejas ha sido un proceso de cinco años que empezó cuando Urresola se acercó a la Asociación de Familias de Menores Trans del País Vasco "y conocí a las familias con niños y niñas con edades muy tiernas que ya se estaban expresando en un género diferente al cual se le había otorgado tan solo nacer", confiesa. De aquí, bajó la edad hasta ocho años con Cocó, interpretada por una maravillosa Sofía Otero que, de manera increíblemente natural y orgánica, adopta el papel de una niña que no está confundida, como su padre o su abuela piensan, sino que no acaba de encontrar el espacio para autodeterminarse tal como ella quiere. "Gran parte del imaginario colectivo piensa que es un capricho, que es una cuestión que tiene que ver con una militancia o una opción política. Pero cuando ves a niños tan pequeños expresándose de una forma tan genuina, te haces otras preguntas: ¿desde cuándo sentimos estas cosas? ¿Cuánto espacio tenemos dentro de la familia para expresarnos? ¿Solo se nos ofrecen dos formas de expresión o podrían existir más formas intermedias?", argumenta la directora bilbaína.
Gran parte del imaginario colectivo piensa que es un capricho, que es una cuestión que tiene que ver con una militancia o una opción política. Pero cuando ves a niños tan pequeños expresándose de una forma tan genuina, te haces otras preguntas
Las abejas y su colmena, donde cada una tiene una función, sirve a Urresola para hablar de las dos historias paralelas a la película: no solo la de Cocó, sino también la de Ane, su madre, una artista a quien no acaban de llegar oportunidades laborales y que se ve arrinconada por la figura artística de su padre, de quién guarda todas sus obras en el garaje de la casa familiar. La cera, moldeable al inicio de su trabajo, pero dura cuando se acaba, será el material con el cual Ane basará su arte. "Las abejas son garantes de la biodiversidad. La película es un canto a la biodiversidad y a las diferentes maneras de habitar el mundo", afirma Urresola. Pero esta biodiversidad sobrevive gracias a la comunidad, como un enjambre en una colmena, "un organismo vivo que se rige por sus propias leyes y normas y que me sirvió para generar esta dialéctica entre el individuo y el colectivo".
Saliendo de las fronteras sociales
La gran maestría de la dirección de Urresola con la protagonista es una de las revelaciones que ha llevado a la película a ser parte de la Sección Oficial del festival berlinés. "En mis proyectos anteriores había trabajado con una niña de diez años y con actrices no profesionales. Eso me sirvió para establecer un trabajo menos jerárquico como directora", confiesa la realizadora, que también quería que fuera una niña y no un niño quien interpretara al personaje de Cocó: "Quería intentar llevarla a un lugar que podría no estar comprendiendo o experimentando de manera integral. Eso no habría sido posible sin Sofía, una niña tremendamente inteligente con quien podía hablar a un nivel que me sorprendió mucho".
En esta transición y al salir de las fronteras sociales, las ideas de autoconocimiento y de fe, más allá de la vertiente religiosa, son muy importantes en la película para creer absolutamente en lo que somos. Urresola cree que la fe va más allá de la religión: "Acompañar a Cocó en este momento ha servido para que cogiera por sí misma la configuración de su propia verdad con el menor prejuicio posible. Para ella, su abuela lo es todo, y cuando ella le introduce la idea de fe, la transporta a un aparte de la identidad, que es inaprensible y misteriosa". Una identidad que la madre pretende que no sea dentro del binarismo hombre/mujer, pero donde Cocó seguirá refiriéndose a ella misma en género femenino.
El pueblo como espacio de control donde conviven sabiduría y juicio al mismo tiempo, donde el contacto con la familia puede reconfortar, pero también hacer traquetear los límites que, tiempos atrás, habían sido derribados con esfuerzo por parte de cada uno
Con reminiscencias artísticas y narrativas de proyectos como Verano 1993, de Carla Simón, la película también traslada a toda la familia de Bayona, donde residen, a un pueblecito de campo del País Vasco. Volver al pueblo, allí donde se confronta el legado familiar, nos hace ser como somos, según Urresola: "Este pasado es muy responsable de cómo somos y cómo nos hemos permitido ser, y para Ane confrontarse con todo eso no hubiera sido posible en Bayona". El pueblo como espacio de control donde conviven sabiduría y juicio al mismo tiempo, donde el contacto con la familia puede reconfortar, pero también hacer traquetear los límites que, tiempos atrás, habían sido derribados con esfuerzo por parte de cada uno. Un pueblo que también puede dar las herramientas artísticas, materiales y mentales para reconstruir el mundo interior de cada una de las personajes.