Estados Unidos, septiembre de 2001. HBO tiene entre manos una macroproducción bélica creada por Steven Spielberg y Tom Hanks tres años después de su éxito con Salvar en el Soldado Ryan.
La expectación entre la gente es muy grande y la emisión del primer capítulo es un éxito. Pero un atentado contra las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre cambia el clima del país. La cadena por cable decide parar cualquier publicidad de la serie. Es un momento de duelo, no de hablar de guerra.
Pero la población norteamericana no piensa lo mismo. Precisamente, el 11-S hizo rebrotar el sentimiento patriótico del país y una conmemoración de los soldados que habían ido a luchar en nombre de los Estados Unidos de América a la Segunda Guerra Mundial era exactamente lo que la audiencia pedía.
¿Fue este patriotismo la clave del éxito de Hermanos de Sangre (Band of brothers)? La respuesta es que no, porque si hubiera sido así, la serie no nos seguiría pareciendo magnífica ahora que hace veinte años.
Las claves, más allá del contexto histórico, las encontramos en la voluntad de realismo, en el dinero gastado en producirla y en su reparto.
La verdad como objetivo
Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que la serie es una adaptación del libro homónimo de Stephen E. Ambrose. Y este tal Ambrose era un reconocido historiador. Así pues, su relato de la historia de los soldados de la Easy Company cruzando media Europa entre cadáveres, trincheras y batallas mortales estaba muy bien documentada.
Pero el realismo de la serie no se acaba aquí. La acertada decisión que tomaron Hans y Spielberg fue la de incorporar el testimonio testimonios de los veteranos de la Easy Company al inicio de cada episodio para explicar su experiencia de la guerra de primera mano.
El objetivo de la serie, como de tantas otros que han recibido su influencia, era acercarse a la verdad. Y no hay nada que interese al espectador como saber la verdad de un acontecimiento histórico tan importante.
La serie más cara de la historia
La segunda clave del éxito hemos dicho que era el dinero. Bien, el dinero bien invertido, evidentemente, porque de nada no sirve si detrás no hay un guion al mismo nivel (sólo hay que ver qué pasó con la carísima y decepcionante última temporada de Game of Thrones).
En el caso de Hemanos de Sangre, los 125 millones de dólares que en aquel momento la convertían en la serie más cara de la historia de la televisión estuvieron invertidos a la perfección: un diseño de producción espectacular con unas batallas que no tenían nada que envidiarle a las que se veían en el cine.
De hecho, podríamos hablar de esta obra como una larga película dividida en 10 partes, porque la escala del proyecto superaba en ambición a todo lo que se había hecho antes en el medio televisivo; y a casi todo lo que se ha hecho los 20 años posteriores, más allá de The Pacific o la ya mencionada Game of Thrones.
Estrellas nacidas en las trincheras
Finalmente, es casi obligado hablar del reparto. No para que en aquel momento pareciera nada del otro mundo sino porque ahora, visto en perspectiva, nos damos cuenta del gran número de estrellas que nacieron en aquellas trincheras.
Empezando por un Damian Lewis que después triunfó en Homeland, entre los soldados encontramos a Michael Fassbender (Malditos Bastardos, Steve Jobs o el malvado Magneto en X-Men), James McAvoy (Expiación, Narnia y también en X-Men), Andrew Scott (el Moriarty de Sherlock y el "hot priest" de Fleabag) o Tom Hardy (Mad Max, Venom, Origen, El Renacido, Peaky Blinders... y podríamos seguir y no acabar nunca).
¡Si es que por caras que ahora nos parecen conocidísimas también había el Ross de Friends (David Schwimmer) y el presentador de late nights Jimmy Fallon! ¿Qué otra serie tiene un reparto de esta magnitud sin ser todavía consciente?
Y si bien no podíamos prever que todos aquellos actores acabarían donde están ahora, quizás sí que podíamos intuir que Hermanos de Sangre seguiría siendo, veinte años más tarde, la mejor serie bélica de la historia de la televisión.
Una obra que, junto con The Sopranos i The Wire, otorgó en HBO el sello de calidad que hoy todavía lo caracteriza y que no hay plataforma que no desee obtener.