Hay un tipo de gente que ha hecho gala los últimos años de odiar la fiesta de Sant Jordi. "Se ha vuelto demasiado comercial". decían, "demasiado masificada, demasiado turística, demasiadas rosas, demasiados libros, demasiada gente, demasiado todo"!. Al fin y al cabo, son los mismos que creen que Navidad es una fiesta consumista a erradicar, que odian a los niños que mantienen la ilusión en los Reyes Magos y a quienes molestan los petardos y las hogueras de San Juan.
Son los que no gusta la fruta confitada del roscón ni el mazapán de los panellets. Y no olvidemos que se marchan de su pueblo cuando hay fiesta mayor y se quejan de la invasión de Sant Valentín y Halloween, pero también gruñen cuando llega Sant Jordi y Todos los Santos. Son alérgicos a la mona de Pascua que no toleran ni Sant Ponç -¡uf!, demasiado mosques!–, ni Los Tres Vuelcos y Sant Medir –demasiada peste|pudor, demasiado caballo!. Después de un año largo de pandemia, sin embargo, ha sido imposible seguir la pista del hater de Sant Jordi.
Dejar atrás el "peor Sant Jordi de nuestra vida"
Como|Cómo nos dirá el editor de Ahora Libros y presidente de la Semana del Libro en Catalán Juan Carlos Girbés, el Sant Jordi del año pasado fue el más triste de nuestras vidas. Un recuerdo amargo que, en un día de inaudita primavera –en el que algunos hemos salido con jersey y gabardina y hemos acabado poniéndonos las gafas de sol–, había que borrar a marchas forzadas. De hecho, después de la anulación de la fiesta de Sant Jordi del 2020, con todo el mundo confinado en casa y sin flores, ni libros en las calles –y las librerías y floristerías cerradas–, y el intento téngate más o menos éxito en celebrar el día del Libro y la Rosa por Sant Brígida (23 de julio), la sensación general era que nos debían un Sant Jordi. De hecho, nos debían cualquier cosa que nos permitiera salir de casa, encontrarnos, celebrar.
Primera sorpresa del día: No hay paradas de rosas en cada esquina como en un Sant Jordi normal, montadas por grupos de recreo|centro de recreo y escuchas, alumnos que organizan viajes de final de curso y todo tipo de entidad deportiva, y pronto descubrimos que hay menos floristerías de las que tendríamos que tener. Eso hará que las floristas de la Rambla, vacía de paradas de libros de las editoriales más extrañas y de los partidos y entidades más diversos, queden desbordadas desde de buena mañana.
Dará testimonio Carolina Pallés, de la histórica Flors Carolina de la Rambla –cuarta generación de una dinastía histórica de floristas, desde 1888–, a quien no osamos molestar mucho mientras prepara flores con una cola que no se veía desde hacía décadas. La falta de flores en las calles traerá de cabeza a los fotógrafos preocupados por encontrar la imagen del día, a los cuales veremos hacer lo imposible por conseguir la imagen de portada.
Escritores exultantes
Lejos de la Rambla –porque este tampoco se hace el tradicional desayuno multitudinario a la Virreina, que reúne escritores, editores y periodistas–, hemos empezado de buena mañana al encuentro que Ediciones 62 ha organizado con sus autores premiados: Maria Barbal, ganadora del Josep Pla con Tàdem y flamante Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, Gerard Quintana, galardonado con el Ramon Llull por L'home que va viure dues vegades, y Francesc Serés, vencedor del Premio Proa con La casa de foc.
Este último está exultando y reflexiona en torno a este primer Sant Jordi particular, el primero después de uno no Sant Jordi y el último que, presumiblemente pasaremos tapados y perimetrats. Serés confesa que, así como los anteriores libros los publicó lejos de el 23 de abrili, esta será el primer año que pasará por el ritual de firmas maratonianas, pero está predispuesto a cumplir y vivir una experiencia nueva, en una ciudad que, hace notar, no hay turistas.
Quién sí que tiene experiencia a Sant Jordi es Maria Barbal, que describe la fiesta de este año como "pletórica". Un día en que los escritores reanudan el contacto con los lectores y, especialmente, con un tipo de lector particular: el lector de Sant Jordi, que año tras año está. Preguntada si tiene ningún secreto para|por aguantar la jornada maratoniana que la espera, confiesa que está más nerviosa que nunca, y ruega poder cumplir el reto físico que supone ir y venir a las diferentes paradas de firmas, con alegría y empuje.
También está ilusionado Gerard Quintana, que se estrenó como escritor el año 2019 y pudo vivir en primera persona el último Sant Jordi "normal". Señala con ironía que, para dejar atrás la Diada "siniestra" del año pasado, sólo iluminada por las luces de las pantallas, algún productor o director de fotografía o responsable de iluminación ha procurado un día radiante.
En este sentido, se muestra totalmente entusiasta de un día que describe como "una de las expresiones colectivas más impresionantes" que sabemos organizar, en qué más allá del Día del Libro, parece que dejamos atrás el invierno para celebrar la vida. Sobre el día que la espera, asegura que lo que lo ha sorprendido más de estos días previos a Sant Jordi, visitando librerías de barrio y de comarcas, son las historias que le confiesan a los lectores. "Me han explicado cosas impresionantes", asegura, "realmente hay muchas ganas de comunicarse".
Colas por todas partes... y sin rastro de los haters
Encontramos casualmente con Albert Forns, a un escritor que, aunque tiene un libro en el mercado, se prepara para un Sant Jordi con cierta calma y con muchas ganas de reencontrarse. Nos confiesa que en la fotografía que hace pocos días se hicieron los autores premiados para TV3, palpó las ganas de compartir un rato, incluso entre autores que no se lo habrían imaginado nunca. Lo dejamos tranquilamente bajando los Jardines Pequeños de Gracia, mientras observamos la importante cola que ya se ha formado en el espacio perimetratdo de puestos de editoriales y rosas que se ha instalado bien cerca de donde vivía al poeta Salvador Espriu. Entramos y saludamos a las editoras Laura Huerga, de Raig Verd, Núria Iceta, de L'Avenç, y Maria Sempere, de Les Hores. Iceta hace votos para que el Sant Jordi descentralizado, una larga reclamación de los editores independientes, se mantenga después de la pandemia.
Colas en los espacios de firma, cola en las floristerías, cola en las librerías –como la nueva Ventanas, donde incluso encontramos al exministro Salvador Illa, esperando turno pacientemente. Este gesto, que hace más de un año habría provocado nerviosismo y griterío es vivido, hoy 23 de abril de 2021, simplemente, y de manera estoica, como un mal necesario. Como un peaje. Como una pequeña molestia a cambio de poder tener el Sant Jordi que el año pasado no pudimos celebrar y que este año nos debían. Y no, ni en las colas ni en Twitter hemos encontrado rastro del hater de Sant Jordi. Quizás el próximo año, que todos estaremos vacunados y todo será más normal, se dejará ver, refunfuñando y mirando al cielo implorando que llueva.