Más de un cuarto de siglo. 27 años. 324 meses. Unos 9.800 días. El recuento del tiempo que Pablo Ibar ya nunca va a recuperar. El 26 de agosto de 1994 fue acusado de haber cometido un triple asesinato en Miramar (condado de Broward, Florida) que ocurrió mientras él dormía con Tanya (entonces su pareja, hoy su mujer) a 8 kilómetros y 13 minutos en coche de allí, siempre según su coartada. Fue condenado a muerte sin pruebas concluyentes ni muestras de ADN que lo situaran en el lugar de los hechos. Tras 16 años en el corredor de la muerte y 4 juicios que lo han declarado culpable, en 2019 fue sentenciado a una cadena perpetua que sigue privando de libertad sus días.
“Mi vida paró en 1994. No recuerdo qué se siente al estar libre. Hasta en mis sueños soy un preso”. Pablo es un chico de 22 años encerrado en un cuerpo de 49. Sus ganas de vivir quedaron esperando en la acera de algún lugar sin rejas, donde podemos decidir a qué hora comemos o cuál será nuestro siguiente paso. Él no puede elegir nada. “Yo lo que hecho de menos es elegir hacer las cosas. Por ejemplo, abrir una puerta. Hace veinte años que no decido abrir una puerta”.
Su hoy se resume con unas pocas palabras: llevar a cabo las necesidades básicas del día a día, echar de menos a su familia (su mujer, sus hijos, su padre, su hermano) y demostrar que es inocente del crimen que acabó con la vida del empresario Casimir Sucharski y de las dos jóvenes que conoció en su local, Sharon Anderson y Marie Rogers ese 26 de junio de 1994.
El único español condenado a muerte en el mundo
Nacho Carretero habló con Pablo Ibar por última vez hace unos meses. “En la cárcel donde está ahora cumpliendo cadena perpetua tiene una mejor comunicación que cuando estaba en el corredor”, me cuenta. El periodista (autor también de Fariña) publicó En el corredor de la muerte en 2018, un libro donde explica la historia del hispano-estadounidense y que inspiró la miniserie homónima en 2020 protagonizada por el actor Miguel Ángel Silvestre. Las citas de Pablo que aperecen en este artículo, salen de esas páginas.
Su relación con el reo empezó casi de casualidad y con cierta desidia, cuando en 2012 el director del Diario Qué! para el que trabajaba le propuso entrevistar a Tanya Ibar. Se sintió captado por lo que le contaba y meses después tuvo la oportunidad de viajar a Florida para entrevistar a Pablo personalmente. “Entrar en el corredor de la muerte es una experiencia que no es agradable, es un lugar escalofriante. Pero periodísticamente resulta muy interesante entrar en un lugar así y conocer las sensibilidades, las opiniones y las experiencias de una persona condenada a muerte”, explica Carretero. Pablo Ibar pasó 16 años esperando la hora para morir, el único español en el mundo con el mono naranja. “Los días que hay ejecución se hace el silencio. Nadie habla. Se puede sentir en el aire que ese día es diferente. Porque mañana te puede tocar a ti”.
Para Nacho, el preso – de padre vasco y madre cubana, pero nacido en Florida – tiene un carácter y una forma de ser esculpida desde el encierro: ha pasado más años entre rejas que en casa, más de media vida sin pisar la calle. “Es una persona muy amable, atenta, educada y con una capacidad y una lucidez mental increíble para llevar más de media vida en la cárcel”, dice el periodista. “También es una persona bastante indescifrable, fría y calculadora que solo tiene un objetivo en mente, que es salir en libertad, y lo digo como algo lógico, no como una crítica”. Estudia, trabaja y prepara su caso, pero muestra poco lo que siente.
Un vídeo, una camiseta y ni rastro de ADN
La primera vez que Pablo Ibar pisó la cárcel no fue como acusado de triple asesinato. Fue por un trapicheo de pandilleros que se complicó más de la cuenta el día 14 de julio. Así que cuando encontraron los cuerpos sin vida de Casimir Sucharski, Sharon Anderson y Marie Rogers días después del crimen, Pablo ya estaba detenido. Y cuando el detective Paul Manzella, quien lo había arrestado, vio la grabación de las cámaras de seguridad ubicadas en el lugar del crimen, le reconoció.
Nacho Carretero: “No hay ninguna prueba definitiva que muestre la culpabilidad de Pablo Ibar”
Porque una cinta de 22 minutos grabó la brutalidad del triple asesinato, en el que uno de los dos atracadores que entran en el local se acaba retirando la camiseta del rostro, dejándolo al descubierto, mientras se seca el sudor. Esta fue la principal prueba que se esgrimió para condenar a Pablo. Pese a que el vídeo está en blanco y negro y pixelado como las grabaciones de principios de los 90. Pese a que no se encontró ni una muestra de ADN en una camiseta repleta de fluidos corporales, ni en el local, ni encima de las víctimas. Solo unos años después se encontró una pequeña coincidencia en la pieza de ropa.
“No hay ninguna prueba que muestre de manera definitiva la culpabilidad de Pablo Ibar; sí que hay pruebas circunstanciales que pueden llegar a hacer pensar que es culpable, que es lo que pensó el jurado. Digamos que hay testimonios que lo señalan ese día en el lugar del crimen, hay evidencias (aunque muy dudosas) de ADN y ese cúmulo de pruebas, de indicios más bien, es lo que llevó al jurado a concluir su culpabilidad”, cuenta Nacho, quien intenta no entrar en el asunto sobre la inocencia de Pablo. Lo que tiene claro es que la condena no se sujeta sobre pruebas definitivas. Ni la primera, ni las otras 3 que han venido detrás.
Nacho Carretero también piensa que en un sistema judicial como el español, que da más peso a la presunción de inocencia, Pablo no hubiera entrado nunca en la cárcel. “De hecho, en el primer juicio a él le condenan con 9 votos a favor y 3 en contra; si hubiera pasado ahora, lo hubieran enviado a casa, porque cambiaron las leyes del estado de Florida y ahora las condenas a muerte tienen que ser por unanimidad”. La historia de Pablo es rocambolesca, intrigante y supera la ficción. De largo. Incluso una docuserie de HBO intenta poner algo de luz a todo el entramado.
Hoy en día, y desde 2019, el ex condenado a muerte cumple cadena perpetua, aunque su defensa ha presentado un recurso para que le repitan el juicio. Es la vía que le queda. Nacho piensa que algún día será libre y confía en una necesidad de justicia poética que ponga fin a esto. Y Pablo Ibar siempre, siempre ha mantenido su inocencia. “Nunca me voy a rendir. Soy un luchador. Pelearé hasta el último aliento que me quede por defender mi inocencia y por limpiar mi nombre. Yo no cometí esos crímenes”.