Aulús, Occitania, 20 de agosto de 1883. Un hombre de excursión al valle de Garbet es detenido por la gendarmería francesa cerca de la cascada de Ars, acusado de ser un republicano francés disfrazado de cura. La policía lo retiene, lo acusa de ir hacia España con el fin de instaurar la revolución y, cuando le piden algún documento o pasaporte para acreditarle la identidad, el hombre les entrega la única cosa que lleva encima: la edición de un poema en catalán del cual asegura ser el autor. En efecto, tal como le argumenta al sargento de policía, su nombre es Jacint Verdaguer, aquel folletín titulado Oda a Barcelona ha sido editado por el Ayuntamiento de Barcelona, el barón de la foto en la contracubierta es él y, tal como demuestra la sotana que viste, no es ningún republicano francés, sino un sacerdote que hace de poeta. O un poeta que hace de cura y que tres años después se confinará 47 días para poetizar una nación.
Barcelona, capital de la patria... ¿pero de cuál?
Antes de hablar del confinamiento, sin embargo, vayamos al origen. La anécdota de la curiosa detención de Jacint Verdaguer en una de sus expediciones al Pirineo sirve para comprender bien quién era aquel hombre nacido treinta y ocho años antes en Folgueroles, el año 1845, y que 175 años después de su nacimiento es todavía capaz de filtrar versos suyos en canciones de un grupo tan popular como Manel. Hijo de una familia campesina, aquel mosén tan poco cosmopolita que se había plantado a la ceremonia de los Jocs Florals de Barcelona el año 1865 con barretina y espardenyes quizás era más moderno que todos los que habían hecho befa para vestir como un payés mudado.
Así lo demostró dieciocho años más tarde en aquella Oda a Barcelona, un canto a que la ciudad aspirase a su derecho al progreso y el autogobierno, eso sí, sin renunciar nunca a los principios cristianos. ¿Quién era, sin embargo, aquel sacerdote que había trabajado haciendo misa en el barco de la Compañía Transatlántica, que ahora vivía en el Palau Moja haciendo de cura doméstico del marqués de Comillas y que en pleno 1882 escribía "como si el ángel de España abrigara con sus alas, para que nuestros ojos no se entretuvieran, y nuestro corazón español y catalán se empleáse muy entero por nuestra amada pátria" [traducción]? Era, seguramente, un romántico. Un exponente de la Renaixença a quien la decena de travesías oceánicas y los viajes que le permitieron descubrir mundo no habían hecho nada más que afirmarle una idea lúcida: para Verdaguer, Catalunya es su patria y Barcelona su capital, ahogada dentro de una nación que él considera España.
Leídas así, las palabras hoy nos suenan a federalismo de la tercera vía, pero según menciona el filólogo Narcís Garolera en el prólogo de Patria, la 'patria' era para Verdaguer lo que hoy conocemos como nación, y la 'nación' lo que hoy conocemos como estado. Sea como sea, influenciado por el catalanismo conservador de Vic, Verdaguer cree que para que la patria mute en nación necesita dos cosas: que Catalunya recupere su identidad y que Barcelona, desde el cristianismo y la modernidad, la comande. De la segunda parte de la ecuación se encarga la Oda a Barcelona, de la cual se editaron cien mil ejemplares repartidos por toda la población de la ciudad, cuando los Ayuntamientos, diferentes a los de ahora, repartían gratuitamente alguna cosa más que lel programa de actos de las fiestas patronales.
La montaña como inventario de la catalanidad
La primera parte de la ecuación, la que tiene que ver con la catalanidad, ya hacía años que le rondaba a Verdaguer. Un año y medio más tarde de haberse consagrado poéticamente con L'Atlántida -de quien incluso el papa León XIII dicen que hizo buenas críticas-, el año 1879 el poeta visita Sant Martí del Canigó y queda cautivado por la magnificencia del Canigó. Durante los cuatro próximos años y en una época en la cual el excursionismo era minoritario, Verdaguer, como un romántico en busca de un pasado histórico glorioso escondido en los valles entre las dos Cataluñas (la francesa y la española), explora palmo a palmo la cordillera pirenaica haciendo inventario de las leyendas sobre el origen de la nación catalana.
Durante aquel tiempo, el poeta pone sus cualidades artísticas al servicio de la Renaixença y, concretamente, de su sector más conservador y cristiano, liderado por Josep Torras i Bages. El año 1880 participa en el Mil•lenari de Montserrat, un año después gana el concurso para otorgar un himno a la patrona de Catalunya con la composición El Virolai y el año 1885 participa junto con Àngel Guimerà, su amigo Jaume Colell o Frederic Soler "Pitarra" en la comisión del Memorial de Greuges presentado al rey Alfonso XII, un documento que reunió el malestar transversal de muchos sectores de la sociedad catalana, desde la burguesía hasta el campesinado pasando por el mundo cultural, y que sería el embrión de las Bases de Manresa de 1892, el primer proyecto concreto de un autogobierno planteado desde Catalunya. Durante todo este tiempo, mientras tanto, escribe el largo poema Canigó, una "leyenda pirenaica del tiempo de la Reconquista", como él mismo lo define.
Un confinamiento voluntario de 47 días
Unos cuantos años antes de que en Manresa se aprobaran las Bases para la Constitución Regional Catalana, sin embargo, el verano de 1884 Verdaguer decide confinarse al Santuario de la Verge del Mont, encarado de lleno al Canigó. "Veo el Canigó cada día, cara a cara, y hago con él algunas charlas. ¡Oh dulce soledad!" [traducción], escribe el poeta en su cuaderno durante la estancia, al mismo tiempo que en una carta a la viuda de Manuel Milà i Fontanals se define a sí mismo como "el ermitaño del Monte". Allí, entre el 25 de julio y el 8 de septiembre, Verdaguer completa la escritura restante de los poemas que acabarán conformando Canigó, su libro más importante, una de las obras poéticas más monumentales del romanticismo europeo y piedra fundacional del catalán literario moderno.
No hablaremos del poema, ya que nos ocuparía otro artículo. Sólo diremos que se sitúa en el s.XI, narra a partir de once cantos y un epílogo los orígenes legendarios de Catalunya y tiene en su canto VIIº el clímax de la obra. Y es de eso, precisamente, de lo que sí debemos hablar, ya que aquel canto, denominado "Cant de Gentil", no sólo fue uno de los últimos fragmentos del poema que escribió durante aquel confinamiento, sino que son los versos donde se filtra el punto más personal, amoroso y representativo del Mosén Cinto persona, o sea, aquellos que recogen su afán de absoluto. En el canto, seducido por la hada Flordeneu, el soldado Gentil vuela encima de la sierra pirenaica cometiendo el pecado de haber abandonado su lugar de guardia y le pregunta a aquel ángel si "¿Ets del cel guspira eterna/ o sols fantàstica lluerna?,/ ¿dus a l'infern o al paradís? [¿eres del cielo un rayo eterno/ o solo una fantástica lucerna?,/ ¿llevas al infierno o al paraíso?"]. Dicho de otro modo, Gentil sucumbe a la tentación, como si en aquellos versos Verdaguer liberara el deseo tantas veces reprimido por los principios del oficio que le ocupa.
El poeta del pueblo
Verdaguer nos lanza la pregunta pero no nos muestra la respuesta, quizás por eso 175 años después todavía lo seguimos leyendo, por mucho que haya gente a quien su nombre le sugiera primero una parada del metro de Barcelona. Pocos años después de la publicación de Canigó, un viaje a Tierra Santa trastoca completamente su concepción del mundo y, cada vez más abanderado de opiniones "políticamente incorrectas", se vuelca a trabajar para un mejor reparto de la riqueza y en la ayuda a los desfavorecidos, como afirma cuando escribe “A captar jo me n’aní/ des del palau a l’ermita...”. Estas acciones, el desafío a la clase dominante y la acusación de practicar exorcismos, sin embargo, convierten al poeta en víctima de una campaña en la cual es acusado de loco y que, al final, acaba privándolo incluso de ofrecer misa.
Desterrado, endeudado y señalado por la opinión pública, escribe En defensa propia y su último libro de poemas, Al cel, donde le dice a Dios que "El destierro se me hace largo,/ corre a llevarme a la otra orilla" [traducción]. Cuando zarpa a la otra orilla, el 10 de junio de 1902, riadas de gente hacen cola en el salón del Consell de Cent del Ayuntamiento de Barcelona para despedirse de aquel mosén polémico que entendía la escritura como un arma, alguien que para definirse decía que "Poeta y labrador soy/ y hago el trabajo tan neto/ que labro como un poeta/ y escribo como un labrador" [traducción]. Tres días después, el 13 de junio, el entierro de Jacint Verdaguer se convertía en una manifestación popular y multitudinaria sin precedentes en la ciudad, con medio millón de personas acompañando en su ingreso a la inmortalidad al poeta del cual hoy celebramos el 175º aniversario.