Ser catalán no es fácil, pero hay una cosa que todavía tiene una vida más complicada que la de los habitantes de este rincón de mundo entre Salses, Guardamar, Fraga y Mahón: nuestra lengua, el catalán. Considerada para mucha gente el pilar fundamental de la nación, la lengua catalana no sólo tiene que hacer frente cada día a la difícil convivencia con dos lenguas vecinas millones de veces más poderosas -el castellano, en el estado español; el francés, en la Catalunya Nord-, sino que también se tiene que enfrentar casi cada minuto a los centenares de trifulcas, riñas y reproches que genera entre sus propios hablantes. ¿Es la lengua catalana un objeto digno del museo de cera? ¿Se convierte la normativa oficial en un cinturón que, en lugar dar seguridad, genera la incomodidad de un cinturón que estrecha? ¿Y sobre todo, por qué la lengua catalana vive en una permanente crispación?

Con su nuevo libro, El català tranquil, el escritor Enric Gomà pretende responder a estas preguntas. ¿Como? Recuperando el sentido vivo de la lengua, es decir, aceptando sus cambios, evoluciones, deformaciones, vulgaridades y ultracorrecciones. Escrito con un estilo fresco como un sorbo de limón, este manifiesto lingüístico a favor de una lengua catalana más repuesta y menos auto-represiva propone la aceptación de una cincuentena de palabras o expresiones populares, coloquiales y dichos or todo el mundo pero que, por los motivos que sean, todavía no son aceptadas normativamente. Estos son algunos ejemplos.

Peta

Todos somos conscientes de que en nuestra casa hablar y escribir en catalán es a menudo un deporte de riesgo, por eso a los catalanes sólo hay una cosa que nos inquieta más que la tensión sexual no resuelta: la tensión lingüística no resuelta. En el bar de Letras de la UAB he visto alumnos de Filología Catalana llegar a las manos en una discusión sobre si "peta", refiriéndose a "porro", tenía que ser una palabra aceptada por el DIEC.

Àrbit

Dicen que economizamos las cosas que tendemos a utilizar más a menudo. Crecimos diciendo col·le al colegio, soci a la asignatura de sociales o rotu a los rotuladores para dibujar, ya que desde pequeños nos acostumbramos a reducir las palabras y entendernos perfectamente diciendo sólo una parte de ellas, al igual que hacemos con las Cristines a quienes llamamos Cris, los Oriols a quién llamamos Uri o las Margaritas a quién llamamos Marga. Así pues, si durante noventa minutos de partido la palabra más repetida por cualquier aficionado, jugador o entrenador es la palabra árbitro, ¿no tiene todo el sentido del mundo gastar unos segundos menos cada vez y llamarla àrbit? Según el DIEC, no. Según Enric Gomà, evidentemente que sí.

Cumbaià

Si àrbit no tiene buena fama porque nació como un vulgarismo en la época de los noucentistas y, además, se creyó que se trataba de un calco del castellano, que cumbaià no sea un término normativo es absolutamente incomprensible, ya que pocas palabras describen mejor a la sociedad catalana en el último medio siglo que cumbaià, sin duda. No podremos tener una lengua viva si giramos la espalda y arrinconamos durante cincuenta años a los pocos neologismos genuinamente catalanes que aparecen, y cumbaià es uno de ellos. O fue uno de ellos, mejor dicho: su origen se remonta a los años sesenta y se inserta en el mundo del escultismo catalán. Excursiones con bandera a la montaña, canciones con la guitarra cerca del fuego y pacifismo a ultranza: el día que cumbaià entre en el DIEC, esperamos que en la definición ponga "Espíritu inherente en todos los ámbitos del Procés independentista catalán". Por desgracia.

Candau

Hace más de diez años Federico Moccia publicó Perdona si te llamo amor y, de repente, la mayoría de puentes de las grandes ciudades europeas se llenaron de candados donde los enamorados sellaban su amor. Lo que no sabe Federico Moccia, y tampoco Enric Gomà, es que algunos años más tarde, en el puente de la Princesa de Girona, una noche de julio un joven par de enamorados partieron peras cuando uno de los dos le propuso al otro colgar un candau en el puente. Para alguien con instinto ultracorrector, oír candau en lugar de cadenat es tan doloroso como recibir un puñetazo en el estómago. "Antes el corazón roto que la obra de Fabra profanada", dicen que se oyó aquella noche sobre el río Onyar.

Llàpissos

Ya lo decía Vàlius en una de sus canciones más recordadas: tot i que et semblava que sí, tot i que t’ho semblava, era que no. Por algún motivo difícil de comprender, el plural de la palabra llapis, llàpissos, no es normativo. En catalán, algunas palabras con el singular acabado en -s son invariables en cuanto al número, una norma que choca con nuestra tendencia a diferenciar el singular del plural. Coge papel y lápiz y apunta: por desgracia de Gomà –y hasta que el DIEC no diga lo contrario– está prohibido escribir o pronunciar la palabra llàpissos.