Una fotografía capta un momento, a veces mágico. ¿Sin embargo, qué hay más allá de la escena que capta el objetivo? ¿Qué pasa después de que se haya tirado la foto? ¿Qué relación tenía el fotógrafo con el fotografiado? ¿Qué impacto tuvo esta imagen? Todo eso lo explora la exposición 50 fotografías con historia, que se puede ver en el Paseo de Colón, al lado de la Gamba de Mariscal, hasta el 27 de agosto. Grandes obras de fotógrafos españoles salen de las salas de exposiciones y se muestran, en una altísima calidad, justo en medio de la calle. No faltan los grandes fotógrafos catalanes: Joan Fontcoberta, Francesc Català-Roca, Oriol Maspons, Agustí Centelles, Joana Biarnés...
Más que una imagen
La clave de esta exposición es que cada imagen está vinculada a una pequeña historia que se explica en la cartela. Además, cada fotografía está vinculada a un código GQ que permite acceder a informaciones y materiales complementarios (como fotos relacionadas o biografías de los fotografiados). Porque en realidad esta es una exposición, que ya se ha mostrado en Huelva y en Còrdoba, ha sido producida por Acción Cultural Española a partir del libro del mismo título de José María Díaz-Maroto, publicado por Signo Editores. 50 fotografías con historia ha contado con la colaboración del Port Vell, el Ayuntamiento de Barcelona, el Ayuntamiento de Vilassar de Dalt, la Generalitat de Catalunya y la Diputació de Barcelona.
Historias mágicas
En 1958, en Sant Boi, Ricard Terré fotografió a una niña muy ilusionada con su primera comunión. Cuando la reveló constató que la imagen resaltaba el estrabismo de la niña, pero él quiso exponerla, con la convicción que lo prioritario era mostrar la ilusión de la criatura. Gracias a esta fotografía, y a la intercesión del fotógrafo, un médico operó a la niña que superó el problema de estrabismo. Esta es una de las historias emotivas que explica la exposición. Una historia con final feliz que contrasta con la de la fotografía El niño de la maleta, de Juan Manuel Díaz Burgos, realizada en la República Dominicana en 1993. Burgos estableció una cierta relación con los niños del poblado donde se hizo la foto, y de vez en cuando les enviaba juguetes. A todos, excepto al niño retratado, que retornó a Haití, de donde eran originarios sus padres. Años más tarde acabaría en la prisión.
Los carabineros y los astronautas
La exposición se abre una imagen mítica, que se también la primera a nivel cronológico: Guardias de asalto en la calle Diputación, de Agustí Centelles. Es a través de ella que también se quiere reflexionar sobre la relación entre la fotografía y la verdad. Al fin, esta fotografía que muestra a unos carabineros disparando tras el cadáver de un caballo, no fue realizada durante los combates, sino cuando estos ya habían acabado. De hecho, los carabineros, en la imagen, disparan en dirección contraria a dónde habían disparado. Y, a pesar de todo, esta es quizás la imagen más vista del 18 de julio de 1936 en Barcelona. Y en una reflexión sobre la veracidad de la fotografía no podía faltar, obviamente, algún trabajo de Joan Fontcuberta, el artista que más ha trabajado este tema. Y se incorpora una fotografía de la serie Sputnik, que documenta la vida de un tío de Fontcuberta, militante del PSUC, que tras exiliarse a la Unión Soviética llegó a ser astronauta ruso y participó en algunas frustradas expediciones espaciales (que quizás nunca existieron, como el mismo tío de Fontcuberta). También Cristina de Middel retrata a astronautas inexistentes. En su caso es directamente una recreación imaginaria sobre el único programa espacial de un país africano: el que propuso Zambia en 1964 y que nunca fructificó.
Historias incompletas
El hilo conductor de la exposición es el presentar fotografías con una historia detrás. Y algunas de ellas tienen una historia impresionante. Otras historias son más forzadas. Sencillamente las fotos representan momentos de suerte, en la que el fotógrafo estaba en el lugar|sitio adecuado al momento adecuado (como la de Geralvo Vielva, con su magnífico retrato de una florista parisina, o el caso de Pablo Juliá que consiguió una fotografía del líder popular Manuel Fraga con propaganda electoral socialista). O por el contrario, otras fotografías son muestra de la dedicación continua de un fotógrafo a un tema (como la de Benito Román sobre los enanos que se dedicaban al toreo bufo). Es el caso también de Guillermo Meneses: fue a Cuba, se estableció allí y decidió ir a fotografiar a los guerrilleros; consiguió contactarlos en la Sierra y les hizo unas fotografías, de una calidad técnica no muy extraordinaria, que le garantizaron portadas en la prensa más popular y unos fuertes ingresos. Pero en este caso la historia extraordinaria, en sí, no es la historia de una imagen, sino la de un fotógrafo.
Lanzar la fotografía a la calle
Poner una exposicio en medio de una calle tan céntrica como el paseo Colom es, sin duda, un acierto. Permite que el arte escape de las salas de exposición y entre en contacto con todos los que pasan por la zona. El buen montaje y la gran calidad de las fotografías animan a muchos de los peatones a detenerse y a fijarse en unas fotografías que en otros espacios pasarían desapercibidas. Algunas de las imágenes escogidas son, sin duda, sensacionales. En 50 fotografías con historia hay amor, hay dolor, hay humor, hay cuestionamiento del orden, hay ficción... Algunas de las imágenes pronosticaban, hace años, lo que vendría (como el primer bikini de Ibiza, fotografiada en 1953 por Oriol Maspons). De otras imágenes no queda nada de nada: ha desaparecido el protagonista, ha desaparecido el escenario... Pero nos queda la fotografía, que permitirá revivir y reinventar la escena, una y otra vez, a todos los que tengan el acierto de pasar por el Paseo Colom durante estos meses.