Esta mañana Barcelona se ha levantado seca y yo casi me echo a llorar de la emoción. Parecía mentira después de las informaciones terribles que preveían el fin del mundo y un diluvio universal propio del episodio del arca de Noé. Por unos momentos me he creído que el caballero había matado a la lluvia para que podamos vivir una festividad normal como la que hace tres años que no vivimos y así poder observar las sonrisas perfectas al recibir una rosa o un libro ahora que las mascarillas ya no son obligatorias. Pero no. Ha llovido mucho y ha granizado, y las Stories con vídeos de los aguaceros han sustituido las rosas y los libros hasta que ha vuelto a salir el sol (y así durante toda la mañana). Sant Jordi 2022 vuelve a la calle, pero no sólo: también es posible hacer un seguimiento exhaustivo de la jornada desde casa sin perderse ni un detalle, observarlo todo en estricto streaming, con una naturalidad que francamente pone los pelos de punta. Lo sé porque me he pasado toda la mañana viviendo Sant Jordi a través de mi móvil. Sin pasear, ni comprar, ni pararme a cotillear en ninguna parada llena de volúmenes que huelen a libro: sólo dando vueltas por los posts o directos de mi cuenta de Instagram (y alguna parada técnica en Twitter, no sea dicho). Y he sacado algunas conclusiones de sofá y manta.

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Definitivamente, los catalanes somos unos seres entrañables. Hacemos que un día cualquiera se convierta en el día del amor, del consumismo, del autobombo, de la falsedad o de la amistad a partes iguales. En las redes sociales mostramos lo que queremos, pero más allá de ser esta una teoría puramente superficial, ciertamente lo que publicamos dice más de nosotros que lo que callamos, aunque sólo sea porque tras la pantalla enseñamos aquello que priorizamos de cara a la galería. He visto de todo esta mañana a través de la pantalla: imágenes con mensajes que no casan con quien las publica, la celebración de diadas a muchos kilómetros de Catalunya o el postureo inútil de fotografiar las rosas y libros regalados en un día en que lo más evidente es regalar rosas y libros, y que probablemente yo también acabe reproduciendo en algún momento del día. Somos una especie altamente curiosa y contradictoria, realmente. Nada nuevo bajo el sol.

Primer Sant Jordi normal después de tres años sin celebrarlo como es debido. / Sergi Alcàzar

Librerías y autores más contentos que nadie

Lo reconozco: me ha hecho especial ilusión ver los puestos de librerías y paradas culturales dándose autoabombo a través de las redes para pedir que la gente pase por allí. Así sí. Las redes sociales son el nuevo marketing, el espacio ideal para construir un buen storytelling que convenza al usuario. A mí, sin duda, me han comprado todas, y más todavía cuando he visto que les ha caído el chaparrón del siglo: iría una por una a comprarles un libro si no fuera porque mi cuenta corriente está temblando desde que me compré la entrada para ir a ver a Rosalía al Palau Sant Jordi. Que la precariedad actual sea para hacer buen homenaje a la catalanidad, como mínimo. En fin, que las librerías se lo montan muy bien, especialmente aquellas que han nacido con vocación de ser referente cultural o aquellas que se han adaptado a una demanda nada fácil de contentar.

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Toni Cruanyes ha colgado un vídeo felicitando la jornada, Rigoberta Bandini se ha limitado a publicar el horario y los lugares donde firma y Empar Moliner o Carles Porta no han dicho absolutamente nada en Instagram pero han empezado la jornada tuiteando. Tres maneras de afrontar esta jornada histórica. Pero en general, sobre todo a través de las cuentas de librerías y puestos, los autores parecían contentos y felices y sólo faltaría: después de sudar la gota gorda pariendo un libro ahora tienen la posibilidad de atrofiarse la mano y la voz a base de firmas y verborrea. Dicho así no parece demasiado esperanzador, pero siempre he pensado que firmar por Sant Jordi tiene que ser una de las cosas más bonitas que te pasan en la vida. Qué queréis, soy una básica.

Los posts de Sant Jordi están ultra masticados

La verdad es que no ha habido nada que me haya sorprendido, veo que hoy seguimos publicando fotos o imágenes más prototípicas que las modelos de Inditex. Los políticos con su institución y las marcas haciendo posts cuquis para vender mucho más de cualquier cosa, puro capitalismo de masas. Lo más visto: rosas en jarrones encima de la mesa y algún libro estratégicamente colocado para hacer una foto instagramable. Los pies de foto más leídos: Feliz Sant Jordi 🌹 📚 o Feliz día más bonito del año ❤️. Cero creatividad. Poco más que decir.

Somos totalmente adictos (y contradictorios) en las Stories

Confirmamos que las Stories de Instagram le están ganando la partida a los posts que publicamos y que viven bajo el lastre de la dictadura del like —aunque ahora también se puede poner un me gusta a las historias que duran 24 horas. Desde primera hora de la mañana, se han visto por las redes muchos cafés con leche al lado de rosas, mujeres embarazadas con la flor duplicada, amigas que se han regalado mutuamente una rosa y rosas transfronterizas que celebran la festividad fuera del país. En definitiva, muchas rosas estilo rosa roja sobre pared blanca sostenida por un brazo anónimo que claramente han liderado la cobertura de Sant Jordi de esta mañana en Instagram en detrimento de los libros. ¿Es porque la gente no lee o porque somos unos peseteros y una rosa (3 euros) es mucho más barata que un libro (20 euros)?

 

Las imágenes de ilustradores como Joan Turu o Lola Vendetta también han vuelto a reavivar. Han sido las más vistas de la mañana por estos terrenos digitales. Me llama la atención ver cómo algún personaje de estos con los que no tengo relación cuelga los mensajes "Querer es la opción más valiente" o "Feliz Santa Jordina" cuando se han pasado la adolescencia babeando tóxicamente detrás de todas las faldas del planeta, y los maldigo un poco en voz alta, la verdad.

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Continúa el sesgo de género

Las mujeres estamos mucho mejor que antes y el sexismo ya es historia, pero curiosamente y mayoritariamente, los chicos siguen regalando rosas a las chicas y las chicas siguen regalando libros a los chicos. Es evidentemente discriminatorio e identificativo que nosotras estemos relegadas a una flor que se marchitará en una semana, muestra de la belleza y la fragilidad (ostras, ¡como manda el patriarcado!), y que ellos reciban el pozo de cultura que es cualquier lectura. La conclusión según mis fuentes digitales es lamentable: según lo que he visto esta mañana en Instagram y Twitter, continuamos en clara desventaja: muchas mujeres han publicado fotos o historias con rosas, pero ningún hombre se ha hecho uno selfie con una rosa regalada. Repito, todo según datos de mi cuenta y entorno.

Las chicas siguen recibiendo más rosas que libros; los chicos, más libros que rosas. / Sergi Alcàzar

¿Regalos por Sant Jordi?

Y para acabar, la gran pregunta que me atormenta des de las 9h de la mañana: ¿regalos por Sant Jordi? Efectivamente, regalos por Sant Jordi y no hablo de rosas o de libros. Hay personas que se regalan cosas por Sant Jordi. Jerséis, camisetas o incluso alguna joya. Es un fenómeno alucinante, el aprovechar cualquier fiesta para alimentar el capitalismo. Que Sant Jordi sea nuestro día del amor particular no quiere decir que tengamos que poner un pie en el Corte Inglés. En todo caso, si tenemos la mala suerte de que a nuestro enamorado o enamorada no le gustan las rosas o los libros (por libros digo cualquier contenido escrito, como revistas, porque no a todo el mundo le gusta leer lo mismo), quizás sería bueno mantener la tradición y regalar cultura. ¿No?