"Cada día, desde hace seis meses, cojo el tren en Plaza Catalunya. Cada día durante más de medio año cruzo la Rambla hacia las 17.15 horas para volver a casa. Este es el primer jueves que no". Escribí esto en Facebook el 17 de agosto de 2017 por la noche, después de saber que no me había chocado con un ataque terrorista de milagro. Recuerdo que era una tarde de mucho bochorno y que las informaciones fueron muy difusas, como siempre que pasa un hecho inesperado que lo sacude todo: muchos mensajes de Whatsapp por los grupos de amigos y familiares, notificaciones contradictorias, un chismorreo informativo que tenía a todo el país con el corazón en un puño. Todo eran rumores poco fiables, hasta que hacia las 20h, Josep Lluís Trapero, entonces mayor de los Mossos d'Esquadra, y Joaquim Forn, entonces conseller de Interior, comparecieron para explicar los hechos: que una furgoneta había recorrido los 800 metros que separan Plaza Catalunya del mosaico de Joan Miró, delante del Mercado de la Boqueria, atropellando a una multitud de personas y que era un ataque yihadista. Como el 11-S, como el 11-M, como Charlie Hebdo o la sala Bataclan, como miles había habido en países de Oriente. Horas después del atropello masivo, hubo otro atentado en Cambrils. Los dos fueron perpetrados por jóvenes de entre 18 y 25 años.
Pero si todo hubiera ido como estaba previsto, Younes Abouyaaqoub no habría atropellado a decenas de personas en la Rambla de Barcelona y el ataque de Cambrils no se habría ejecutado con 4 cuchillos y explosivos falsos. Los atentados del 17-A no se pueden entender sin saber que un día antes explotó una casa ocupada en Alcanar, llena de explosivos, donde se escondía toda la célula islamista liderada por Abdelbaki Es Satty, imán de Ripoll y responsable de la radicalización de los terroristas. ¿Por qué unos jóvenes supuestamente integrados en Catalunya quisieron morir matando en Barcelona y Cambrils? Esta es la pregunta principal sobre la que gira 800 metros, una docuserie de Netflix de 3 capítulos que se estrena hoy y que se focaliza en la investigación de un ataque que cayó en el olvido mediático mucho antes que otros atentados de Europa. "La especial naturaleza de estos atentados ante otros ocurridos en Europa, dado el perfil nada marginal de los jóvenes radicalizados, fueron las principales razones por las que quisimos introducirnos en esta historia", explica el director Elías León Siminiani.
No es un documental fácil: 800 metros muestra la parte más cruenta de la maldad, aquella que huye de la locura y sitúa el infierno en un lugar real que todos podemos identificar. Es una parada para escuchar a las víctimas y a los investigadores, pero también para escuchar a las personas que convivían con los terroristas, gente del pueblo que los conocía y que no podía creerse que fueran asesinos. Es impactante ver fotografías de ellos saliendo de fiesta o yendo de excursión: las mismas caras que hemos visto por la tele como los culpables de una de las situaciones más crueles con que se puede tropezar el ser humano. No falta tampoco el material policial ni todo el montaje narrativo para entender qué pasó exactamente aquellos días, un relato que el tiempo y el exceso de información ha podido sesgar. Por eso la docuserie es una pausa necesaria en medio de tantos estímulos recibidos.
Se han hecho más de 80 entrevistas y se ha contactado con más de 400 personas, con 150 horas de visionado de los juicios, 60 fuentes biográficas realizadas y más de 200 horas de grabación
Producida por Ramón Campos, de Bambú Producciones, los periodistas y expertos en el tema Anna Teixidor – autora también de Los silencios del 17-A, clave para la base teórica de la serie –, Nacho Carretero y Jesús García llevan investigando los hechos más de 4 años: se han hecho más de 80 entrevistas y se ha contactado con más de 400 personas, con 150 horas de visionado de los juicios, 60 fuentes biográficas realizadas y más de 200 horas de grabación. El resultado es esta crónica periodística totalmente contrastada que analiza los días antes del atentado, revisa las declaraciones de los que se sentaron en el banquillo de los acusados y reflexiona sobre los factores que llevan a unos jóvenes a abrazar el fundamentalismo islámico.
En el Camp Nou, la Torre Eiffel o la Sagrada Familia
"Veo los vídeos de cómo preparaban las bombas y tengo la sensación que es como si estuvieran jugando. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera explotado la casa de Alcanar"?, se pregunta uno de los testimonios de la serie. Lo comenta después de ver cómo algunos de ellos bromean mientras tienen explosivos en las manos y ríen diciendo que los infieles tendrán lo que se merecen. Supuestamente, la idea de los terroristas era cometer un atentado masivo, matar a las máximas personas posibles, e inmolarse. El atentado improvisado en la Rambla, consecuencia impulsiva después de la explosión en Alcanar, evitó la idea que tenían los terroristas de cometer un atentado coordinado y simultáneo más adelante en lugares como la Sagrada Familia, el Camp Nou o la Torre Eiffel, en la que probablemente se hubiera convertido en la peor masacre de la historia de Europa.
Testimonio de 800 metros: "Veo los vídeos de cómo preparaban las bombas y tengo la sensación que es como si estuvieran jugando"
Pero la muerte del imán de Ripoll a Alcanar, junto con Youssef Aalla, precipitó los planes. Mientras Younes iba hacia Barcelona, Mohamed Hichamy se desplazó hasta Cambrils para encontrarse con Said Aalla, Omar Hicamy – su hermano –, Houssaine Abouyaaqoub – hermano del autor del ataque de la Rambla –, y Moussa Oukabir, el único menor del grupo. Una vez allí, la madrugada del día 18, compraron un hacha en un bazar chino y, después de atropellar a tres personas, atacaron a cuchilladas hasta ser abatidos por los Mossos d'Esquadra. En total, contando Barcelona y Cambrils, las cifras de la atrocidad fueron de 16 muertes y más de 100 personas heridas. Horas después, Estado Islámico reivindicó la autoría de los hechos, declarando que sus autores materiales "eran soldados del califato".
Más allá de la preparación de los atentados, de escuchar las llamadas que se hicieron los terroristas antes y después o de los planos interactivos que sitúan cada uno de sus pasos, 800 metros es también un reconocimiento y un homenaje público a las víctimas que todavía no ha llegado. Los testimonios coinciden en hablar del abandono de las instituciones y de la poca empatía que se ha tenido con sus experiencias personales. "Te sientes dos veces víctima: una por estar en el lugar del atentado y la otra por parte de una administración que hasta que no aparece una acción como la de la UAVAT (Unidad de Atención y Valoración a Afectados por el Terrorismo), te sientes desamparado", explica uno delante de la cámara. O Javier Martínez, padre de Xavi Martínez, el niño de 3 años que fue asesinado por Younes. "Nadie se puso en contacto conmigo, ni tan solo para decirme que tenía que denunciar que mi hijo había muerto en el atentado", confiesa al padre. Y la impotencia, el dolor y el pánico ante su testimonio es infinita.
Igual que las imágenes de la furgoneta bajando por la Rambla y arrasando con todo lo que tiene delante, las fotografías de las calles vacías, las personas escondiéndose dentro de los comercios a toda prisa y bajando la persiana, esperando todos apiñados en el suelo a que alguien los informara, esperando llegar a casa y abrazar a la familia. Y la rabia, la rabia en el pecho de ver la huida del terrorista por la Boqueria, la calle Entença y hasta llegar a Zona Universitaria, donde apuñaló a un hombre para robarle al coche, e imaginar que podría haber escapado para volver a crear una célula y hacer más daño. Pero no fue así: la célula fue desactivada y los acusados, los pocos que quedaron vivos, condenados. Quizás todavía quedan preguntas, pero 800 metros intenta hacer entender uno de los episodios más oscuros de la Barcelona reciente, el por qué de un terror sin filtros que nunca tendrá un por qué.