En una de las escenas más relevantes de A Real Pain (película que mañana llega a las salas de cine), y en la recta final de su viaje, los dos protagonistas se fuman un porro en la azotea de un hotel en el que se han colado a hurtadillas. Y, en un momento de confesiones a corazón abierto, uno le suelta al otro: “Cuando entras en una habitación, todo se ilumina. Daría lo que fuera para sentir lo mismo. Y tú entras, la iluminas y después te cagas en ella”. De algún modo, y en lo que se refiere a la primera parte de la reflexión, la habitación y la luz, la cosa es perfectamente aplicable al actor que la recibe. Porque, entre otras muchas cosas, A Real Pain supone una extraordinaria exhibición de recursos de un Kieran Culkin capaz de transmitir, al mismo tiempo, desvergüenza y fragilidad, irreverencia y tristeza de alma.

A Real Pain supone una extraordinaria exhibición de recursos de un Kieran Culkin capaz de transmitir, al mismo tiempo, desvergüenza y fragilidad, irreverencia y tristeza de alma

Una ligereza profundamente conmovedora

Con cinco temporadas de la serie Succession a las espaldas, que le han convertido en una estrella mediática, Kieran Culkin se corona también en la gran pantalla y camina disparado hacia el Oscar tras llevarse el Globo de Oro a Mejor Actor Secundario. En la trama de A Real Pain interpreta a uno de los dos primos estadounidenses y judíos que viajan a Polonia en busca de sus orígenes. Tras la muerte de la abuela, superviviente de los campos de exterminio nazis, ambos deciden hacerle un homenaje pisando el país donde ella nació y de donde ella tuvo que marcharse huyendo de los más terroríficos traumas, formando parte de un tour turístico sobre el Holocausto. Y si Culkin da vida a Benji, un tipo carismático e inmaduro, expansivo y sin filtros, pero también con algunos gestos depresivos y perdidas miradas al infinito, es Jesse Eisenberg quien ocupa la piel de David, el primo neurótico y controlador, introvertido, aprensivo y permanentemente agobiado. Antisociales de formas muy diversas, ni el uno ni el otro son, en realidad, muy hábiles a la hora de relacionarse. El choque de personalidades, la extraña pareja, de estos dos personajes con pasado común y presente alejado, es una de las cartas ganadoras de la película. Escrita y dirigida por el propio Eisenberg, A Real Pain también levanta el vuelo cuando propone una reflexión sobre la identidad judía y sus contradicciones (hubiera resultado interesante que el proyecto hubiera llegado con el genocidio de Gaza en plena expansión).

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Jesse Eisenberg y Kieran Culkin durante el rodaje de En Real Pain / Foto: Archivo Searchlight Pictures

A Real Pain también levanta el vuelo cuando propone una reflexión sobre la identidad judía y sus contradicciones

O cuando cuestiona la (im)moralidad, o la banalización, de convertir en espacios turísticos aquellos lugares que son sinónimos de horror y de muerte. La memoria histórica, la humanidad y el respeto vs. los decorados perfectos para selfies de Instagram. En este sentido, resulta modélica la forma con la que Eisenberg muestra la visita del grupo al campo de Majdanek: absolutamente respetuosa, en un silencio sepulcral y huyendo de cualquier tentación sensiblera o manipuladora. Y, sobre todo, el film trasciende cuando pone sobre la mesa el contraste entre los dolores y los traumas contemporáneos inevitablemente empequeñecidos cuando deben competir contra la Shoah y la barbarie nazi, con la insoportable carga de este legado en la conciencia de los judíos de hoy. En otro momento de la película, Benji/Culkin explota contra sus compañeros de viaje, que cruzan Polonia en un vagón de primera clase cuando sus antepasados ​​hacían un trayecto similar hacinados como bestias camino del matadero.

Jesse Eisenberg apuesta muy acertadamente por una ligereza a ratos muy divertida, casi siempre profundamente conmovedora

A pesar de la solemnidad de los asuntos que se tratan en A Real Pain, subrayados de una forma orgánica en medio de la sencillez de una narración principal que va al grano (el film no llega a la hora y media de duración), que nadie es asuste: Jesse Eisenberg apuesta muy acertadamente por una ligereza a ratos muy divertida, casi siempre profundamente conmovedora. Es necesario reconocerle la generosidad, o la inteligencia, o ambas cosas, a la hora de mantenerse en un segundo plano para dar toda la cancha del mundo a su compañero de reparto, haciéndole brillar en cada secuencia y regalándole un precioso y emocionante plano final que, más allá de la hondura y los aciertos de la película, nos dice que Kieran Culkin es uno de los mayores talentos del Hollywood contemporáneo.