A veces me pierdo en el Sónar. Quiero decir, que voy con la intención de ir a ver una sesión o un concierto muy concreto, pero me pierdo. Me pierdo porque me canso y me marcho, porque me encuentro algún amigo o amiga que me dice que va a ver a no-sé-quién que mola mucho y me apunto. Y, entonces, todos los planes que me había marcado, toda la ruta que me había trazado, se van al garete. Y si había dicho que hoy se marcharía a las dos, porque ya estoy destrozado de dos días de festivales, me pierdo y me acabo marchando a las seis, en aquel momento en que, como nos decía The Blessed Madonna, el Sónar de noche vuelve a convertirse en Sónar de día. Ayer, claro, me perdí.

Y ahora que hablábamos de The Blessed Madonna: señores y señoras del Sónar, quién fue que tuvo la idea de hacer coincidir el final de la sesión de nuestra señora toda poderosa de la electrónica (qué espectáculo nos regaló), en el Sónar de día, con el inicio de la sesión del gran mentiroso del IDM, Aphex Twin, en el Sónar de noche. A veces pasa que me pierdo y claro, ayer, entre que quería ver a una y quería ver al otro, me perdí la clausura de una y la arrancada del otro. A veces me pierdo cosas en el Sónar.

El Sónar de noche se llenó para ver el retorno al festival de Aphex Twin / Foto: Carlos Baglietto

Una locura

Aphex Twin es un marciano. Un tipo que lleva tres décadas haciendo lo que no hace nadie más. Su electrónica inteligentemente minimalista volvía al Sónar después de 12 años de ausencia. Lo hizo con un espectáculo grandioso elaborado especialmente para celebrar el 30 aniversario del festival de música avanzada de Barcelona. Encerrado dentro de una jaula, Richard David James trazó una sesión que, amplificada por los efectos frenopáticos de las luces estroboscópicas y los láseres que iluminaban el pabellón de la Fira de la Gran Via, fue de menos a más, partiendo de la vertiente más ambiental de su propuesta para acabar perforándonos tímpanos y trepanándonos el cerebro a golpe de los ritmos más salvajes del industrial y el drum'n'bass. Una locura no apta para oídos delicados y no acostumbrados a la materia.

Y entonces me perdí. Porque en el Sónar, siempre me pierdo. Y sé, o creo, que vi a Fever Ray, el proyecto en solitario de Karin Dreijer Andersson de The Knife. Yme dejé llevar con el house de los norirlandeses Bicep y admiré un poco más de lo que ya admiraba a Peggy Gou, la DJ estrella del momento. Y me volví a perder, aunque por suerte he encontrado el camino para volver a casa.