Pont Florant es una de las compañías más emblemáticas y unánimemente aclamadas de la escena teatral valenciana. Por eso, es muy de agradecer que el Teatre Nacional de Catalunya programe Acampada, un espectáculo que se empezó a gestar en 2018 en el Laboratorio Escénico Altres InCapacitats, dentro del 36.º Festival de Otoño de Madrid, y que dos años más tarde obtendría el Premio de las Artes Escénicas Valencianas al mejor espectáculo de la temporada. La propuesta, que pasó por el FITT-Noves Dramatúrgies de Tarragona en 2021, se puede ver ahora en el TNC tanto en sesiones matinales —dirigidas preferentemente a institutos— como vespertinas.

Esta creación colectiva sobre diversidad funcional, surgida de la voluntad de la compañía Pont Florant —Àlex Lado, Joan Collado, Jesús Muñoz y Pau Pons— de construir un espectáculo sobre capacidades e incapacidades para un público diverso en sentido amplio, parte de un simulacro de acampada como marco posible de convivencia. Se trata de una especie de ensayo o campo de pruebas que se plantea como una experiencia a seis, pero que acaba implicando a más personas en escena, aparte de interpelar directamente a la platea.

Foto: Nacho Carrascosa

En primer término de un escenario cubierto de hojarasca, Jesús Muñoz pregunta a los espectadores sobre los impedimentos que pueden dificultarles la recepción del espectáculo: problemas de visión o de oído, claustrofobia, impaciencia, etc. Esta manera de mezclar (in)capacitats tan diferentes y poco comparables —como el pánico escénico, la desafinación o los accesos de somnolencia— nos sitúa en un lugar de distensión que predispone a la empatía. Para hacer frente a los retos de la diversidad, la compañía ha previsto un apoyo de audiodescripción y la presencia en escena de una intérprete de lengua de signos, Carmen Golfe, que, además de reproducir los diálogos entre los personajes, describe los sonidos derivados de determinadas acciones que quedan ocultas tras el telón. Acompañan visualmente la peripecia unos expresivos e inspirados dibujos de Raúl Aguirre.

El espectáculo se construye a partir de un simulacro de acampada como marco de convivencia

Empieza la fábula propiamente dicha: seis amigos —Àlex Lado, Mónica Lamberti, Itziar Manero, Jesús Muñoz, Alberto Romera y Benito Valverde— pasan un fin de semana al aire libre. El relato, que abarca desde el momento de llegada y montaje de las tiendas hasta el desenlace de la aventura, incluye excursiones, vivac y pequeñas confidencias. Si bien la introducción de Muñoz pone el énfasis en las capacidades de los espectadores presentes en la sala, las personas que van de acampada no son descritas en estos términos: en ningún momento se explicita dónde radica su diversidad, más allá de algunos atributos muy evidentes. Incluso, hay determinadas anécdotas o peculiaridades que la voz de Isabel Gómez, camuflada entre el público, enuncia sin atribuirlas a ninguno de los seis en concreto.

Cautiva el espacio diseñado por Joan Collado, con árboles suspendidos, matorrales correderos y tiendas de campaña que aparecen y desaparecen. El eficaz trabajo lumínico de Marc Gonzalo divide los días en franjas horarias y subraya algunos de los conflictos en que se enredan los personajes. El espacio sonoro de Josep Ferrer completa la estampa campestre, mientras que la música creada ad hoc por Pedro Aznar y los temas Todo para todos de Enric Montefusco y Pass This On de The Knife contribuyen decisivamente a la dramaturgia. Ahora bien, lo más distintivo de la propuesta es el dispositivo metateatral, caracterizado por una variedad de canales y códigos que aseguran una recepción simultánea y en igualdad de condiciones.

Foto: Nacho Carrascosa

Lejos de improvisarse, la convivencia —tematizada aquí a partir de pequeñas rutinas y sorpresas relacionales— requiere organización, previsión y cuidados. Y es que una buena relación de grupo no fluye por arte de magia, sino que pide tiempo y paciencia, así como una atención atenta en las diversas vulnerabilidades y fortalezas. La idea es que cada una de las personas del público apronte su disposición tanto a admitir las propias limitaciones como a leer la fragilidad ajena. Desde el primer momento, la compañía incide en la necesidad de mirarnos, reconocernos y llegar a acuerdos. Este caminar conjunto hacia el entendimiento se revela, ni más ni menos, consecuencia orgánica de la manera —tendra, lúdica y propensa a lo didáctico— que tiene Pont Flotant de entender el teatro.