Madrid tiene fama de ser una ciudad que acoge a todo el mundo que llega, pero ha habido días en su historia en que más valía no demostrar demasiado que eras catalán. No estamos hablando de los tiempos del procés, sino de hace exactamente 100 años, cuando tres anarquistas catalanes, Ramon Casanellas, Lluís Nicolau y Pere Mateu, montados en una moto con sidecar, disparaban mortalmente contra el coche del presidente del Gobierno, el conservador Eduardo Dato.
El político que había aprobado la creación de la Mancomunitat de Catalunya, había decretado la neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial y, a pesar de sus ideas reformistas, había acabado nombrando al general Severiano Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona, se añadía a la lista de magnicidios anarquistas, que ya habían costado la vida a dos de sus antecesores, Antonio Cánovas del Castillo y José Canalejas. A diferencia de estos dos, el magnicidio no era acción individual de un ácrata vengador, sino que había sido absolutamente planificado desde Barcelona, donde sindicalistas y pistoleros de la patronal se mataban por las calles. El hecho de que los sospechosos fueran catalanes convirtió el acento catalán en un problema para los numerosos catalanes que frecuentaban la Villa y Corte, como un joven Josep Pla, corresponsal del diario La Publicidad.
"A los mudos no se les dice nada aunque sean catalanes"
El 9 de marzo de 1921, el día siguiente del asesinato, cuando el periodista entró en el Café Regina, donde participaba en una tertulia, uno de los habituales le lanzó: "¿Pero usted, con su acento catalán, todavía no está en la prisión?". Pla relata el episodio en Madrid 1921. Un dietario: "La policía se mueve mucho, a causa del asesinato, naturalmente. Se dice que los asesinos son catalanes y detienen a todo el mundo que tiene acento catalán. [...] Estos días, en efecto, tener acento catalán ha sido una cosa tan peligrosa como ser fichado anarquista de acción. Se ha interrogado a mucha gente por causa de una pronunciación deficiente. Muchas veces se ha creído tener una pista y no había en realidad más que una a un poco demasiado abierta. Yo tengo notoriamente un acento terrible, escandaloso".
Alertado por Julio Camba, ¿qué solución encontró el entonces prometedor periodista del diario liberal barcelonés para disimular un "acento verdaderamente rasposo"? Pues, como explica él mismo, la solución fue hablar lo menos posible: "En el quiosco de los diarios, cuando quiero El Sol señalo el astro del día; cuando quiero La Voz me pongo un dedo en los labios, El Imparcial me lo hago dar haciendo el gesto de lavarme las manos". Con aquel juego parece que se hace entender, aunque parezca mudo a ojos de todo el mundo. Sin embargo, "a los mudos no se les dice nada aunque sean catalanes". Otra solución pensada en aquellos días fue practicar el acento andaluz. No hay ninguna prueba de que Pla se hiciera pasar por hijo de Salobreña, en vez de Palafrugell.
Apuntes de dietario de un Pla de 24 años
De todos modos, la policía debería aguzar el oído en algún momento de distensión en que el acento lo delató, y dos investigadores se presentaron en la casa de huéspedes donde se alojaba: "Me hacen sacar los papeles. Los miran, los leen detenidamente. Me someten a un interrogatorio. Mientras tanto, observo que se miran el uno al otro varias veces. Perplejidad. Quedamos los tres de pie en el pasillo de la escalera, en el último, sin saber qué hacer. Al fin, uno de ellos dice, atusándose el bigote, dejando caer las palabras: – Volveremos mañana. Salen. Se detienen un momento en el rellano. El del bigote todavía se lo atusa. El otro se ata la americana. Hago como quien cierra, pero no acabo de cerrar. Escucho por rendija. El del bigote empieza a bajar los peldaños y dice al otro: – No es nada... Tiene demasiado acento".
Pocos días después, sin embargo, Mateu, autor material del crimen sería detenido, dando por acabada la novela policíaca en que se había convertido la investigación, y los catalanes establecidos en Madrid como Pla podrían volver a hablar sin que el acento les pudiera suponer acabar en el calabozo. En el dietario de aquel año, Josep Pla, que hacía 24 años el mismo día en que Dato caía bajo las balas anarquistas, escribe: "Vivir estos días en Madrid no me ha gustado. ¡A los veinte se tiene una visión tan simplista de las cosas! ¡Cuesta tanto de comprender que la vida es enormemente complicada! Viniendo de Catalunya, sobre todo, pasa que uno se nutre, con respecto a España, de una literatura quizás demasiado aproximada, falta de toda finura incisiva, extremadamente pueril. Produce un efecto extraño ver que el español, incluso el madrileño, es también un ser difícil de comprender, difícil de someter a nuestras ideas tradicionales y a nuestro instrumental impreciso y chapucero".