En tiempos de sobreinformación, sobreestimulación y sobreexposición, la misma campaña de marketing que consigue llevarte de cabeza a una sala de cine puede, al mismo tiempo, arruinarte la experiencia. Es el mundo en el que vivimos, un lugar en el que, hoy, no sería posible el impacto que han causado, a la cinefilia y a la cinefagia, películas tan relevantes como el Psicosis de Hitchcock o El sexto sentido de Shyamalan. Así que, de entrada, un aviso para navegantes: ¡Evitad la tentación de ver el tráiler, innecesariamente revelador, de La acompañante! Haced un acto de fe y acudid lo más vírgenes que podáis, dejaos llevar como si no viviéramos indefensos al aluvión de mil y un enlaces a youtube y posts en las redes sociales que destripan lo que no deben.

El primer largometraje del también guionista Drew Hancock es una traviesa mezcla de géneros que necesita imperiosamente de la complicidad del espectador para lograr sus disfrutones efectos

En su primera escena, La acompañante determina sin atisbo de dudas que estamos ante una de esas películas que nos volarán la cabeza, siempre y cuando nos mantengamos conveniente y convencidamente ignorantes. En ese inicio que pone los puntos sobre las íes, la protagonista arrastra un carrito de la compra en el largo pasillo de un supermercado, hasta que frena en la sección de frutas y verduras, comprueba el aroma de un melocotón, levanta la cabeza y cruza la mirada con un chico impactado con su belleza, un tipo de aires más bien patosos que provoca un alud de naranjas al suelo cuando, nervioso, agarra la pieza inadecuada. Los dos sonríen con cara de bobalicones y se presentan. Y, narradora omnisciente, la voz en off de Iris, la chica de la película, nos dice: “He sido inmensamente feliz dos veces en la vida: la primera, cuando conocí a Josh. Y la segunda... ¡cuando lo maté!”. En ese instante, cuando aún no hemos superado los cinco minutos de proyección, La acompañante abre las puertas de una trama dispuesta a jugar con las expectativas del público, a sorprenderle con cada uno de sus bien medidos giros de guion, a darle gato por liebre, o liebre por gato, y a tomarle el pelo tanto como pueda. En el mejor de los sentidos. Y es que el primer largometraje del también guionista Drew Hancock es una traviesa mezcla de géneros que necesita imperiosamente de la complicidad del espectador para lograr sus disfrutones efectos. Si os sirven las experiencias en primera persona, el arriba firmante da fe de la poderosa eficacia si se participa de esta propuesta completamente virgen de información previa.

rev 1 COMO TP3 004 High Res JPEG
La acompañante, sangre, visceras y #metoo

Una broma de buenísimo gusto

Intentando no pisar ninguna de las astutas trampas argumentales que Hancock nos va dejando en el camino, podemos contar que, pasado un tiempo desde su romántico primer encuentro, la pareja protagonista acude a un casoplón perdido en medio de un frondoso bosque para pasar una prometedora escapada de fin de semana entre amigos. Y, en ese punto, comienza una partida que es, al mismo tiempo, una broma de buenísimo gusto y un retorcido y muy divertido homenaje al cine de suspense y de terror más lúdico y juguetón, con influencias múltiples que podrían viajar desde La huella de Mankiewicz o La soga de Hitchcock, hasta obras de Michael Crichton, Ira Levi, Alex Garland, Spike Jonze o Charlie Brooker. La fuerza de la película también tiene que ver con la entrega de un grupo de inspiradísimos intérpretes, encabezado por un Jake Quaid que utiliza armas parecidas a las de su personaje lleno de contradicciones de la serie The Boys, y de una fabulosa Sophie Thatcher (vista recientemente en Heretic y popular por la serie Yellowjackets), capaz de oscilar de la fragilidad al empoderamiento, de la ingenuidad a la toma de conciencia.

La acompañante es una gozosa muestra del poder de un buen guion que no teme plantear reflexiones socialmente relevantes en medio de un descenso a los infiernos tan divertido como enloquecido

Pero, más allá de un ingenioso high-concept y de su revoltoso mecanismo narrativo apoyado en una más que solvente puesta en escena, y gracias a un permanente sentido del humor, negro y salvaje, que recuerda que aquí hemos venido a pasarlo bien, La acompañante levanta las armas de la sátira sangrante para disparar a las dinámicas de poder de las relaciones amorosas, a la misoginia y al machismo, a la toxicidad disfrazada de romanticismo, poniendo sobre la mesa asuntos tan actuales como el consentimiento o la imparable rebeldía del movimiento feminista. Como recientemente conseguía la estupenda Strange Darling, el cine de género con espíritu de serie B encuentra una nueva y refrescante vuelta de tuerca en La acompañante, una gozosa muestra del poder de un buen guion que no teme plantear reflexiones socialmente relevantes en medio de un descenso a los infiernos tan divertido como enloquecido.