El 24 de septiembre de 1991, ahora hará justamente 30 años, vio la luz Nervermind, el segundo álbum de Nirvana y uno de los mejores discos de rock de todos los tiempos.
Un trabajo que traspasó los límites de lo estrictamente musical para convertirse en un fenómeno social y cultural. Una verdadera revolución que, en sus canciones creadas sobre guitarras sangrantes como arañazos al alma y versos tejidos de negro nihilista, se convirtió piedra angular del grunge y banda sonora de una Generación X que encontró en Kurt Cobain en su icono y su martir.
Sobre Nirvana, su historia y su legado, se han escrito infinidad de libros, ninguno, sin embargo, de la relevancia y resonancia de Come as You Are. Michael Azerrad, uno de los periodistas que mejor conoce la escena alternativa norteamericana, tuvo acceso directo a la banda, pudiendo entrevistar personalmente, detenidamente y en profundidad, a los tres miembros del grupo: Kurt Cobain (voz y guitarra), Dave Grohl (batería) y Krist Novoselic (bajo), consiguiendo dar forma a una de las biografías de rock más íntimas, descarnadas e intensas de todos los tiempos.
Come as You Are, un libro que deleitará a los seguidores de Nirvana en particular y a melómanos de todo tipo en general, llega mañana a las librerías de la mano de la editorial barcelonesa Contra. Os avanzamos su primer capítulo (respetando el trabajo de traducción al castellano que ha realizado Elvira Asensi).
Un chavalín rebelde de pelo grasiento
Cow Palace, San Francisco, 9 de abril de 1993. Once mil personas —chavales de estética grunge, deportistas, metaleros, público mainstream, punks, niños pequeños con sus padres, hippies— han venido desde lugares tan lejanos como Los Ángeles o Seattle para ver el primer bolo de Nirvana en Norteamérica en siete meses, un concierto benéfico para las víctimas de violación en Bosnia.
Aparte de una gira por clubs de siete semanas a finales de 1991, lo más cerca que la mayoría de fans norteamericanos ha estado de ver al grupo en directo fue en su actuación en Saturday Night Live hace más de un año. Desde entonces han ocurrido muchas cosas: rumores sobre consumo de drogas, rumores sobre la separación del grupo, pleitos y la venta de unos cinco millones más de ejemplares del disco Nevermind a nivel mundial. Y no han ocurrido muchas otras, como una gira de estadios por Estados Unidos o un nuevo disco.
Se trata de un concierto crucial. El grupo sale al escenario. Kurt Cobain, ataviado con una chaqueta de punto de color aguamarina, una camiseta de Captain America del revés y unos vaqueros hechos trizas, saluda nervioso al público. Se ha teñido el pelo de rubio para la ocasión. Un gran mechón le cubre los ojos y, de hecho, toda la mitad superior del rostro. Desde los primeros acordes de 'Rape Me', el grupo toca con una fuerza explosiva, lanzándole al público un bombardeo sónico desde el escenario: 'Breed', 'Blue', 'Sliver', 'Milk It', 'Heart-Shaped Box'. Hacia el final, tocan el Hit, y a pesar de que Kurt la pifia en los primeros acordes, los moshers se vuelven locos en la pista.
Mientras se alzan las cerillas y los mecheros durante 'Lithium', todos los presentes en este local cavernoso recuerdan exactamente por qué les encanta Nirvana. A pesar de que a Krist Novoselic y a Kurt los separan por lo menos diez metros, se mueven e interactúan como si estuvieran mucho más cerca; no les cuesta nada comunicarse. A mitad del set, Kurt le dice a Krist: "¡Me lo estoy pasando genial! ¡Podría seguir tocando una hora más!". Dicho y hecho, embuten veinticuatro canciones en una hora y media, incluidos ocho temas de su próximo álbum.
El público aplaude entusiasmado el nuevo material, sobre todo la brutalidad con la que atacan "Scentless Apprentice" y la majestuosa "All Apologies", que acaba disolviéndose en una confusión de canto mantra y feedback. Eddie Vedder de Pearl Jam ve el concierto desde el lateral del escenario; no muy lejos está Dale Crover, de los Melvins. Frances Bean Cobain está en el piso de arriba en el camerino de su padre con su niñera; Courtney baja justo a tiempo para esquivar una botella de plástico de agua mineral que Kurt ha lanzado sin mirar y le saluda con sarcasmo.
Al acabar el set, Kurt, Krist y Dave Grohl desaparecen detrás de la tarima de la batería y se pasan un cigarro mientras deliberan sobre qué canciones tocar, y luego vuelven a salir para hacer un bis de media hora con siete canciones que alcanza su punto álgido con 'Endless, Nameless', el misterioso tema que cierra Nevermind. A medida que la banda acelera el riff principal de la canción, entra en trance. Kurt pasa por encima de su torre de amplis. No es que esté a mucha altura, pero aun así resulta fascinante, como un suicida en potencia que camina por la cornisa de un edificio. La música se acelera todavía más. Las guitarras despiden chillidos, Krist se ha soltado la correa del bajo y lo zarandea frente al ampli; Dave Grohl ataca la batería con un desenfreno calculado. Cuando la música alcanza su punto álgido, Kurt cae con fuerza sobre la batería y los timbales, y los pies de los platos se caen abriéndose hacia afuera, como una planta carnívora que se abre para devorar a su presa. Fin del concierto.
La gente se pregunta si Kurt estará bien. Esto no forma parte del espectáculo; de ser así, habrían puesto antes algún tipo de acolchado a modo de protección. Puede que se trate de un truco de frikis, como el típico niño en la escuela primaria que se hacía sangrar la nariz y se esparcía la sangre por la cara para que el matón de la clase lo dejara en paz, un ejemplo de "ya me hago daño yo antes de que me lo hagas tú" protagonizado por un tío que ha empezado el set con una canción titulada 'Rape Me' . Puede que sea un homenaje a dos de los saltimbanquis preferidos de Kurt: Iggy Pop y Evel Knievel. ¿O será que la música le produce tal subidón que se vuelve insensible a cualquier daño físico, como un swami exaltado que camina sobre carbón incandescente?
A juzgar por el público, radiante y entusiasmado, esta última explicación parece ser la más adecuada. Al acabar, todo el séquito de la banda celebra el concierto triunfal en el patio del motel Phoenix, el sitio de moda, a excepción de Kurt y Courtney, que se han retirado a un hotel de lujo al otro lado de la ciudad. El Phoenix les trae malos recuerdos, comenta Courtney. Además, las toallas de baño son demasiado pequeñas. Aun en su ausencia, el lugar se convierte en una especie de Nirvanalandia. Está Dave con su madre y su hermana, Krist y Shelli, y también el sonriente Ernie Bailey, el técnico de guitarras, y su mujer Brenda, el tour manager Alex Macleod, la diseñadora de luces Suzanne Sasic, la gente de Gold Mountain Management, Mark Kates de Geffen, e incluso algunos miembros del grupo Love Battery de Seattle, que casualmente están en la ciudad.
Krist se acerca al supermercado y vuelve cargado de cervezas y la fiesta prosigue hasta altas horas de la madrugada. Al día siguiente, Krist hace una peregrinación a todo un punto de referencia de la generación beat: la legendaria librería City Lights. Sale a la calle para ir a un cajero, donde un indigente anuncia: "¡Oigan, buenas noticias! ¡Nos complace comunicarles que por ser Pascua aceptamos billetes de veinte dólares!". Krist le da uno.
El concierto del Cow Palace fue toda una victoria. Parecía confirmar que, después de todo, el hecho de que a un grupo de punk rock le hubiera tocado el gordo del mainstream no había sido mera chiripa. Aquella victoria tuvo repercusiones para el grupo, para todos los grupos similares, y puede que incluso para el mundo de la cultura en general. Como dijo Kim Gordon de Sonic Youth recientemente: "Cuando un grupo como Nirvana sale del underground, realmente expresa algo que está sucediendo a nivel cultural y no es un producto". Lo que estaba sucediendo a nivel cultural no solo quedaba reflejado en el sonido de la música, sino, de manera igualmente importante, en cómo alcanzó la popularidad.
El fenómeno del punk rock empezó prácticamente cuando Johnny Ramone le dio con la púa a la cuerda de su guitarra, inspirando así una década y media de trabajo duro por parte de innumerables grupos, sellos discográficos independientes, emisoras de radio, revistas y fanzines y pequeñas tiendas de discos que se esforzaron por crear algún tipo de alternativa al rock corporativo insulso y condescendiente que le estaban endilgando al público las cínicas multinacionales, los estadios impersonales, las tiendas de discos gigantescas, las emisoras de radio dirigidas al populacho y las revistas de rock nacionales obsesionadas con las estrellas.
Motivada por la revolución del punk rock, la escena musical underground creó una red mundial, una industria musical en la sombra. Creció sin parar hasta que ni siquiera todos los esfuerzos de la industria musical controlada por los baby boomers pudieron detenerla. R.E.M. fue la primera explosión, Jane’s Addiction llegó después, y luego llegó el Big Bang: Nevermind lleva vendidos hasta la fecha más de ocho millones de ejemplares a nivel mundial. Desafió los mayores esfuerzos de gente como Michael Jackson, U2 o Guns N’ Roses, y alcanzó el número 1 en la lista de discos de Billboard. Después de esto, todo fue pre- o post- Nirvana.
La radio y la prensa empezaron a tomarse en serio el rollo "alternativo". De la noche a la mañana, las discográficas se replantearon su estrategia. En vez de promocionar de manera muy intensa un pop ligero que vendería bien al principio pero del que nunca más se volvería a saber nada, decidieron empezar a fichar artistas que tuvieran un potencial a largo plazo. Y los promocionaban desde la base, desde un nivel más centrado en la comunidad, en vez de soltarles dinero a espuertas hasta que empezaran a vender.
Se trataba de imitar la manera en que Nirvana consiguió darse a conocer: un pequeño grupo nuclear de medios locales y fans de la música cuyo valioso boca a boca fue aumentando el número de seguidores del grupo, poco a poco al principio y más tarde a pasos agigantados. El despliegue mediático era mínimo, con la buena música bastaba. El afán investigador necesario para abrirse paso a través del laberinto de la música independiente era, en efecto, un reproche al consumismo de masas. Suponía un avance molesto para las grandes discográficas, que habían pasado a depender del dinero invertido en la promoción de los artistas para conseguir camelarse al público.
La música independiente requería una manera de pensar independiente, empezando por los artistas que hacían la música, pasando por los empresarios que la vendían y acabando por la gente que la compraba. Es mucho más difícil encontrar el nuevo single de Calamity Jane que hacerse con un ejemplar del último cd de C+C Music Factory. En 1990 no hubo ningún álbum de rock que llegara al número 1, lo que llevó a algunos expertos del sector a profetizar el fin del rock. Los programadores radiofónicos habían ido fragmentando de manera sistemática el público de la música en busca del perfil demográfico perfecto, y parecía poco probable que los aficionados al rock pudieran unirse en torno a un disco en número suficiente como para colocarlo en lo más alto de las listas.
Así que mientras el rock degeneraba en una falsa rebelión tremendamente procesada de melenas al viento, géneros musicales como el country y el rap representaban de una forma más directa el estado de ánimo y las preocupaciones de las masas. Si bien hubo varios discos de rock que alcanzaron el número uno en 1991, Nevermind consiguió unir a un público que nunca se había unido hasta entonces: el de los veinteañeros.