Cámara tambaleante. Y de golpe ritmo, estampida tras unos policías encañonando a un chaval que se mea encima del susto. Así arranca lo que es, desde ya, uno de los platos fuertes para siempre del catálogo de Netflix. Son cuatro capítulos sobre un crimen horrible. Pero, por increíble que parezca, el crimen es lo de menos. 

Adolescencia es un thriller profundamente inmersivo cuya tensión se sustenta en un plano secuencia infinito. Una serie compleja y ambiciosa en lo narrativo, que prescinde del diálogo, que aprieta y pone contra las cuerdas a todo Dios. Nadie está cómodo en este escenario. No lo está el niño, presunto autor de los hechos, ni los padres, ni los agentes de policía que investigan la tragedia. Y, el que las pasa más canutas, el espectador.

La ficción profundiza mucho en según qué cosas, como el proceso de detención, pormenorizado y meticuloso, para luego proponer grandes lapsos temporales. Pese a los saltos, no crea lagunas. Uno vive las dudas, las cautelas y las dificultades de una circunstancia así. “¿Has intentado suicidarte? ¿Has desayunado?”, pregunta el policía del tablero de admisiones al asesino, de tan sólo trece años. Y el niño, comiéndose las uñas y llorando con la cámara dándole vueltas, capturando todos los ángulos, hace que no con la cabeza. Le sirven unos crispis. Y a la celda. 

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Foto: Netflix

Hay que parar a respirar muchas veces durante la serie. El rodaje es una coreografía apabullante. Una producción brutal. Y el guion, finísimo: el agente, que tiene un hijo en la misma escuela donde estudian víctima y supuesto verdugo, se enreda en su argot oficial, diplomático, ante una panda de adolescentes que no están más que al chisme y la carnaza. La locura que se vive en el colegio es tan aplastante... Capta el frenesí y el absurdo de un aula de secundaria, el sufrimiento del profesor pasante, el dolor de los chavales.

Hay que parar a respirar muchas veces durante la serie

La serie, bien Sherlock, trata sobre todo de la dificultad de vivir un periodo tan controvertido como la adolescencia. Así lo chiva el título. No se había visto una obra que trabajase el tema con esos grises. Los idiomas excluyentes que parece que hablan los adultos respecto a los críos. Y viceversa: incels, machosfera, redes. Mensajes encriptados. Normalización de la violencia, la crisis de salud mental, la masculinidad tóxica. Crianza desoladora. Choque generacional. Quién da lecciones a quién. Las reflexiones del cuarto episodio y final son para enmarcar; sin moralina, pero para que ocupen todos los foros de discusión posibles. 

El actor Stephen Graham ha vuelto a encumbrarse, esta vez además estando tras el texto y acompañando a Philip Barantini (Boiling Point) en la dirección. Una suerte muy diferente respecto a su otro estreno de 2025: la última del creador de Peaky Blinders, Steven Knights, es muy mejorable. Prometía la pugilística en A Thousand Blows. Se redimió en Adolescencia. Netflix se ha desmarcado de su cartel habitual, y en su género favorito, el crimen. Y lo ha hecho con una serie de obligado visionado en todas las casas y, a poder ser, también en las escuelas.