Hace unos años tuve la oportunidad de entrevistar a Robert Crumb, el legendario dibujante de cómics underground. Cuando le pregunté si todavía estaba interesado en explicar historias, me respondió: "Maldita sea, creo que ya he hecho bastantes dibujos en esta vida. Además, he dejado de ser relevante. La generación woke actual me odia porque los jóvenes creen que soy un viejo repugnante, racista y sexista. Es como si me hubieran cancelado. Vale, veamos qué hacen con su energía creativa". Más allá de ser una respuesta contundente, polémica y con su sarcasmo habitual, esta reflexión pone en evidencia los cambios generacionales que se han vivido en el sector de la cultura en los últimos años y la necesidad de ofrecer cosas originales para ser relevantes en un panorama que evoluciona a la velocidad de la luz.
El cómic alternativo no puede vivir de la nostalgia de unas épocas pasadas que se han idealizado por su transgresión y por haber sobrevivido al auge de los superhéroes
Evidentemente, los tiempos han cambiado y el cómic alternativo no puede vivir de la nostalgia de unas épocas pasadas que se han idealizado por su transgresión y por haber sobrevivido al auge de los superhéroes. No obstante, a veces es necesario mirar atrás para coger impulso y así crear obras que resuenen en el momento de incertidumbre actual. Eso es lo que ha conseguido Adrià Turina (Barcelona, 1988) con el cómic Canícula, un thriller de proximidad lleno de perturbados que, con la llegada del calor, sube hasta límites insospechados y donde la protagonista, ajena a este desagradable entramado, tendrá un papel clave en la resolución final. Con ecos del cine más gamberro de los años noventa y una estética a caballo entre el humor grotesco y el absurdo, ganó la Mención al Talento Novel en la segunda edición del Premi Finestres de Cómic en Catalán. Hemos hablado con su creador para conocer los secretos que se esconden detrás de una obra pulp que prefiere sugerir antes que mostrar (¿o quizás está en la inversa?).
Te propongo empezar esta historia por el principio. ¿En qué momento pasas de ser un aficionado a los cómics a querer crear tus propias obras originales?
Siempre he dibujado y toda la vida he soñado que algún día llegaría a escribir una historia. Pero durante mucho tiempo me consideré únicamente un dibujante y tenía la esperanza de que apareciera alguien que me llamara: "Mira, tengo una historia, a ver si me la puedes dibujar". Como puedes imaginar, este momento no llegaba nunca. Entonces decidí que lo haría yo mismo. Así ha sido y he tenido que aprender a escribir. El concepto de narrar y de mover las viñetas lo tenía controlado y me salió de manera natural para que funcionara. Lo que me costó más fue construir una historia y saber qué quería explicar. Esta parte se me colapsaba.
Pensé que si escribía una historia que sucediera en los paisajes que conocía sería más fácil que se me ocurrieran ideas y no tendría que perder tiempo documentándome
¿Cómo te planteaste este reto como guionista?
Había hecho historias cortas y me había planteado algunas novelas gráficas, pero siempre me encallaba cuando tocaba pensar el nudo de la historia. Canícula es la primera vez que he conseguido hacer un resumen y tener claro el final. Ha sido un trabajo de ir repitiendo, equivocarme e ir buscando caminos para no perderme dentro de la historia, hasta que llegó un momento que vi necesario hacer un esquema de todas las páginas. Con una palabra tenía que explicar qué pasaba a cada una de ellas. Cuándo llegó este momento y vi que me habían salido 160 páginas, pude arrancar definitivamente y los diálogos fueron saliendo de manera más fluida.
Canícula ha recibido la Mención al Talento Novel del Premio Finestres de Cómic en Catalán 2023. ¿Cómo viviste la experiencia de presentarte a este concurso?
De hecho, yo me estaba planteando presentarme a otro concurso estatal, pero vi que no llegaba tiempo de entregarlo. Entonces descubrí por Instagram este concurso y resulta que los premios eran mayores. Me lo tomé con calma y me presenté. Tenías que entregar las treinta primeras páginas y un resumen de la historia donde explicaras cómo se desarrollaría y cómo acabaría. Cuándo lo presenté, todavía no tenía el guion acabado y eso fue un reto porque, una vez recibí la mención al talento novel, tuve que escribir un guion con un final que ya había explicado. Eso hacía que no pudiera dejarlo correr y el guion no podía variar mucho del resumen que había presentado.
El hecho de que la trama esté ambientada en un pueblo del Maresme le aporta una originalidad en un momento que parece que todo tenga que pasar en las grandes ciudades.
La elección de este escenario fue una especie de soporte para que las cosas me salieran más fácilmente. Pensé que si escribía una historia que sucediera en los paisajes que conocía sería más fácil que se me ocurrieran ideas y no tendría que perder tiempo documentándome. Si lo hubiera ambientado en Nueva Delhi, habría ido muy perdido y no habría sabido de qué estaba hablando. Cuando conoces el lugar donde pasa la historia, se te presentan más posibilidades e, incluso, el paisaje adquiere una dosis de protagonismo. Sin avanzar ningún detalle del argumento, puedo decir que el final se resuelve gracias a cosas intrínsecas del paisaje.
La historia transcurre al principio del año 2000, antes de que se popularizaran los móviles y las redes sociales. Entonces los adolescentes hacían más vida en la calle y en las plazas de los pueblos para intentar no aburrirse.
Para crear a la protagonista me inspiré mucho en mi propia adolescencia, porque coincidimos en edad. Yo me pasaba todo el día en la bicicleta por el pueblo, de allá para acá, intentando encontrar las emociones fuera de casa. En aquella época, en el Maresme, todavía había muchos polígonos industriales y muchos invernaderos. Al final no salió por temas de espacio, pero me planteé incluir en la trama el mundo de los trabajadores de los invernaderos. Otro hecho habitual eran las riadas. Ahora ya no pasa tan a menudo, pero recuerdo que siempre había alguien que había dejado aparcado el coche en la riera cuando había una riada.
Quizás antes las cosas eran más románticas. Pese a todo, no quería que el cómic fuera una cosa nostálgica
Una de las cosas que llama más la atención del cómic son las numerosas referencias culturales que aparecen, sobre todo de películas de terror de los años noventa.
No es tanto porque| yo sea muy fan del cine. Lo soy, pero a un nivel normal, de usuario podríamos decir. Pero cuando tuve la idea de incluir en la historia las películas snuff, un tema muy de los años noventa del cual ahora casi no se habla, vi claro que me daría mucho juego que apareciera un videoclub con todas estas referencias cinematográficas. Eso me ha permitido hablar de películas que me gustan y de otras que no me gustan tanto. Por ejemplo, Blade Runner no sale muy bien parada. ¡ambién aparece Mars Attacks! resumida de manera ilustrada en media página. Creo que es la parte que más he disfrutado dibujando.
Estas referencias funcionan como una pequeña reivindicación a una ola de cine que marcó una época. ¿Crees que se ha perdido alguna cosa por el camino?
No sé si se ha perdido alguna cosa. A cada época le toca lo que le toca. Supongo que ahora los adolescentes viven intensamente lo que hay, aunque yo no lo pueda entender. No creo que hoy sea peor que ayer. Quizás antes las cosas eran más románticas. Pese a todo, no quería que el cómic fuera una cosa nostálgica. De hecho, no espero que vuelvan los videoclubs, prefiero Netflix.
Formas parte de una generación que vivió los primeros pasos de la tecnología digital aplicada al mundo creativo. ¿Cómo afrontaste la parte visual del cómic?
Hace poco que trabajo completamente en digital. Antes tenía la necesidad de dibujar en un papel, aunque solo fuera el esbozo, y después escanearlo. Todo cambió cuando compré una tableta gráfica buena. Pese a todo, siempre intento que el dibujo parezca que está hecho a mano sobre papel porque me gusta esta estética. Incluso evito copiar y enganchar elementos. Cuando veo que alguien lo hace, pienso: "No, tio, cada viñeta tiene que estar dibujada desde cero". A mí me gusta este trazo porque parece que hay un papel detrás. Depende también de lo que quieras transmitir. Quizás un dibujante quiere tener un estilo más frío y más aseado, entonces lo puede hacer con un programa vectorial para que quede mucho más nítido.
Si dejas espacio a la imaginación, el lector siempre acabará imaginando cosas peores que las que tú habías pensado
El cómic es un relato luminoso que, poco a poco, se va adentrando por caminos oscuros, inesperados y con ciertas dosis de violencia y canibalismo. ¿Te planteaste que eso pudiera ser un inconveniente a la hora de publicarlo?
Intenté que saliera poca violencia y la puse hacia el final, como si fuera una película de Tarantino. Creo que siempre es más interesante sugerir que mostrar. Lo tenía claro desde el principio. Además, si dejas espacio a la imaginación, el lector siempre acabará imaginando cosas peores que las que tú habías pensado. Pero que muestre cómo se clava un puñal tampoco es tan impresionante porque ahora vemos de todo. El tema del canibalismo de la abuela es por amor. De hecho, me planteé poner un flashback donde se explicaran los motivos de esta decisión. Me planteé que su marido hubiera ido a la guerra, que hubiera sobrevivido comiendo carne humana y le hubiera dicho a su mujer que, cuando se muriera, la probara porque era exquisita. Había muchas ideas que acabé descartando porque no había espacio para todas.
La protagonista aparece escuchando música, pero no haces referencia a ningún artista en concreto. ¿Cuál sería la banda sonora del cómic y del proceso creativo que llevaste a cabo?
Le di mil vueltas a las páginas donde la protagonista aparece escuchando música con un discman. Llegué a plantearme que escuchara Dover, pero no vi claro que fueran canciones en inglés. Al final, si no me salía de manera natural la música que escuchaba, era mejor no ponerlo. Que cada uno se imagine su propia banda sonora. Yo no escucho música mientras dibujo. Pongo pódcasts para ir oyendo a gente hablando.