Algunas anécdotas relacionadas con el mundo del arte son tan inverosímiles que, cuando las vemos expuestas en un gran museo, nos cautivan de una manera especial, como si fueran un secreto que merece ser compartido con el resto de la humanidad. Este es el caso de la "relación" que se estableció entre la dibujante de cómics barcelonesa Isa Feu (miembro del colectivo underground El Rollo a finales de la década de los setenta) y la famosa directora de cine belga Agnès Varda. Tal es el amor por el séptimo arte que profesa la ilustradora catalana que, entre el 30 de octubre del 2022 y el 5 de octubre del 2023, decidió mirar de manera sistemática las películas de aquella cineasta que entonces estaban disponibles en la plataforma Filmin y llenar las páginas de sus cuadernos con todas las ideas e imágenes que le sugirieran. El resultado fue una aproximación personal a la obra de una artista que siempre trabajó a contracorriente y ahora se puede admirar en el marco de la exposición Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar que organiza el CCCB hasta el 8 de diciembre.

Si el éxito de una exposición se midiera por el riesgo que asumen los organizadores al escoger el tema central sobre el que quieren reflexionar, nadie dudaría de que esta muestra sobre la fotógrafa, artista y cineasta es uno de los grandes acontecimientos artísticos y mediáticos de la temporada en Barcelona. Sobre el papel, podría parecer que dedicar esta enorme cantidad de recursos a una figura tan poco conocida por el gran público es una apuesta demasiado arriesgada y solo apta para cinéfilos. Pero cuando nos sacamos la venda de los ojos y nos dejamos llevar por el recorrido audiovisual que nos proponen se hace evidente la necesidad de recuperar y reivindicar la trayectoria de esta directora de cine que marcó una época irrepetible desde los márgenes del sistema. Porque la historia de Agnès Varda siempre avanzó en paralelo a la historia con mayúsculas y, en varias ocasiones, ambos caminos se cruzaron con todos los fuegos artificiales y las luces de neón brillantes que eso comporta.

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Sin más preámbulos, adentrémonos en el universo de Agnès Varda. La protagonista de esta magnífica exposición nació en Bélgica en 1928 y ha sido reconocida como la gran voz femenina de la Nouvelle Vague (el famoso movimiento cinematográfico francés de finales de la década de los cincuenta), además de ser una de las pioneras del cine feminista en el siglo XX (todas las directoras le tendrían que estar en deuda). No en vano, a través de sus fotografías, películas, documentales y videoinstalaciones para museos construyó una mirada personal e intransferible en la que mezclaba la representación realista, el comentario social, la invstigación poética y también la experimentación audiovisual. Este activismo incorruptible fue recompensado antes de su muerte, en marzo de 2019, con el César honorífico (2001), la Palma de Oro honorífica en el Festival de Cannes (2015), el Premio Donostia del Festival de San Sebastián (2017) y el Óscar honorífico (2017).

Aunque, más allá de los momentos mainstream que vivió la protagonista, el mayor acierto de la directora artística Rosalie Varda y de la comisaría Florence Tissot ha sido construir esta exposición como un collage de momentos personales, de épocas y de lugares que se van sobreponiendo sin un orden aparente para acabar desvelando las diferentes facetas de una mujer difícil de encasillar. Un recorrido fascinante que empieza en 1951, cuando alquila una casa en la calle Daguerre de París para montar su primer estudio de fotografía. En aquella época se ganaba la vida haciendo álbumes de fotos para familias, colaboraba en la revista Réalités y era la fotógrafa oficial del Festival de Teatro de Avinyó. Eso le permitió retratar a los grandes actores del momento y, al mismo tiempo, tener el espacio necesario para experimentar con sus composiciones artísticas en blanco y negro (principalmente desnudos con los que quería mostrar la realidad que se escondía detrás de las apariencias).

Esta muestra sobre la fotógrafa, artista y cineasta es uno de los grandes acontecimientos artísticos y mediáticos de la temporada en Barcelona

Unos años más tarde decidió dar el salto al mundo del cine con la película La Pointe Courte (1954) y, para definir su visión sobre el trabajo de cineasta, acuñó el neologismo cinécriture ("cinescriptura") porque se dio cuenta de que participaba en todo el proceso de creación de la obra fílmica, desde el guion hasta el montaje. En uno de los paneles de la exposición se incluye una reflexión muy acertada de la protagonista sobre este tema: "El desglose del guion, los movimientos, los puntos de vista, el ritmo del rodaje y del montaje se piensan y se sienten como las elecciones que hace un escritor". Este rigor profesional nunca eclipsó su vertiente experimental y Agnès Varda fue redefiniendo su propio estilo para adaptarlo a las necesidades de cada proyecto. Entre los más destacados que aparecen en la muestra están las películas Cléo de 5 a 7 (1962), donde anticipó el personaje errante que caracterizaría el cine de la década siguiente, Sin techo ni ley (1985), sobre una mujer vagabunda con problemas mentales, y Los espigadores y la espigadora (2000), donde reflexiona en formato documental sobre la idea de recuperar y reutilizar aquello que otras personas no quieren.

Aunque el cine fue el mejor vehículo que encontró para expresar sus ideas, Agnès Varda siempre se sintió incómoda con la etiqueta que le colgaron como única mujer cineasta de la Nouvelle Vague, un movimiento en que destacaban personalidades tan fuertes como las de Jean-Luc Godard, François Truffaut y Claude Chabrol. En uno de los paneles de la exposición se incluye una cita suya que deja claro como se sentía: "La excepción, la cuota o el elemento decorativo, la mascota del regimiento, la guinda del pastel". No obstante, el tiempo ha puesto su obra cinematográfica en el lugar que le corresponde y, gracias a su marido (el cineasta Jacques Demy), acabó teniendo una buena amistad con la mayoría de representantes de esta nueva ola de cine francés que sacudió los fundamentos de la modernidad de los años sesenta con sus películas transgresoras.

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Otro acierto de la exposición es reunir por primera vez algunas de las instalaciones más importantes que Agnès Varda hizo para museos de todo el mundo. En este caso, la muestra se abre y se cierra con dos videoinstalaciones vinculadas a su amor por la playa y el mar. Ella misma afirmaba que, si la abrieran por la mitad, encontrarían una playa en su interior. A pesar de estas afirmaciones grandilocuentes, resulta imposible resumir la esencia de esta artista inclasificable sin conocer su amor por los gatos (hay una sección de la exposición dedicada íntegramente a este tema tan curioso) y, por descontado, los viajes que realizó a lo largo de su carrera. Entre los más destacados: la ruta que hizo por Catalunya en 1955, donde pudo fotografiar a Salvador Dalí en Portlligat; los dos meses que pasó en China en 1957 con una delegación francesa encabezada por el cineasta Chris Marker; su visita a Cuba a finales de 1962 (con retrato incluido de Fidel Castro) y, sobre todo, su inmersión en la contracultura norteamericana durante su estancia en California en 1967 (aprovechando el rodaje de una película de su marido), donde inmortalizó con su cámara una generación que se rebelaba contra el establishment. Allí pudo fotografiar al grupo de rock The Doors, conocer a Andy Warhol y tener contacto directo con los hippies y los Panteras Negras, que entonces reclamaban la liberación de su líder e ideólogo Huey Newton.

Con la inmersión en la contracultura norteamericana durante su estancia en California el año 1967 (aprovechando el rodaje de una película de su marido) inmortalizó a una generación que se rebelaba contra el establishment

Aunque todo recorrido tiene siempre un final, esta exposición sobre Agnès Varda acaba con unos puntos suspensivos que demuestran que la obra de la fotógrafa, artista y cineasta belga sigue más vigente que nunca. Quizás este es el privilegio de aquellas personas que se han atrevido a desafiar las normas de su época y han apostado, contra viento y marea, por su manera de representar el mundo. En el caso de la protagonista, una visión feminista que se impone sobre todos los obstáculos y una tendencia al autorretrato que, de manera más o menos evidente, va sembrando detalles de su vida personal en todos los proyectos en los que se ha embarcado. Tal como se comenta en uno de los últimos paneles expositivos: "A lo largo de setenta años, sus palabras y su obra dibujaron el retrato de una mujer que tuvo que convivir en un entorno a veces hostil, pero siempre afirmando sus ideas con convicción y sencillez". Seguramente este fue su mayor éxito y es el tema que, al fin y al cabo, celebra esta magnífica exposición: la sencillez de una mujer icónica y su obra excepcional.