“Los republicanos también compran zapatillas”, se cuenta que dijo Michael Jordan cuando, en 1990, en la campaña para las elecciones al Senado, le pidieron que apoyara públicamente a Harvey Gantt, primer candidato negro que se presentaba en Carolina del Norte, estado donde el entonces jugador de los Chicago Bulls se había criado y donde había despuntado en las filas de su equipo universitario. La estrella miró hacia otro lado y Gantt perdió ante el republicano Jesse Helms, un veterano senador que impulsaba políticas racistas. En la fabulosa serie documental The Last Dance, producida por Netflix hace un par de años, Jordan explicaba que la frase se había sacado de contexto, que la había pronunciado bromeando con sus compañeros de equipo. Pero la frase en cuestión ponía dos hechos incuestionables sobre la mesa: por un lado, la conocida equidistancia, si no pasotismo, del jugador ante cualquier hecho controvertido que pidiera posicionarse. Por otro, el gigantesco negocio paralelo de Michael Jordan como icono publicitario.
Las Air Jordan, unas zapatillas deportivas para la historia
Más allá de su indiscutible e inigualable talento sobre la cancha, un escalón fundamental para alimentar la posición del deportista como fenómeno de la cultura popular es el acuerdo que, antes de jugar en la NBA, firmó con Nike. "Una zapatilla solo es una zapatilla hasta que alguien se la pone". Y él sería el primer jugador de basket con una línea de bambas propia, inaugurada con las Air Jordan 1. Una idea revolucionaria, inspirada en los contratos de tenistas como Arthur Ashe o Stan Smith, y con paternidad disputada: en The Last Dance, por ejemplo, se la atribuye a David Falk, el agente del jugador, pero el guión de Air (y otras fuentes como el libro Michael Jordan: La biografía definitiva, de Roland Lazenby) nos habla de la figura de Sonny Vaccaro, empleado de Nike por su control del baloncesto universitario y por sus ideas para conseguir que los productos de la marca, asociados entonces a la práctica del atletismo, penetraran en el mercado del deporte de la canasta.
La película nos cuenta que fue el visionario Vaccaro quien no paró hasta convencer a Phil Knight, el propietario de Nike, que era necesario destinar todos los recursos monetarios presupuestados a su división de baloncesto contratando a un jugador que, a punto de debutar en la NBA, estaba a punto de cambiar la historia del deporte. Y lo que nos cuenta Air es, precisamente, el camino de este italoamericano gordinflón y terco hasta convencer a la multinacional de hacer una oferta con cara y ojos, y hasta lograr sentar en la mesa de negociación a un reacio Jordan que prefería firmar con Adidas y, en caso de duda, Converse.
Situada a principios de los años 80, con una banda sonora que empieza de forma nada casual con el Money for Nothing de Dire Straits y que hace sonar a ZZTop o Chaka Khan, y salpicada de estímulos que nos ponen en situación con más sentido del humor que nostalgia, la película tiene un punto de partida de interés aparentemente muy limitado. Pero es aquí donde el talento del director de orquesta se pone en marcha.
Bien Affleck y su talento detrás de la cámara
El planeta parece preocupado por convertirlo en un meme recurrente, ya sea por su talento como actor, a menudo despreciado injustamente, ya sea por la ropa que lleva, por los kilos que pesa, por su confesado alcoholismo o por sus relaciones sentimentales con Jennifer Garner o Ana de Armas y, especialmente, por sus idas y venidas con Jennifer Lopez. Y mientras tanto, como quien oye llover, Ben Affleck va engordando una fenomenal carrera como cineasta, iniciada con Adiós, pequeña, adiós (2007) y continuada con The Town: Ciudad de ladrones (2010), la oscarizada Argo (2012) y Vivir de noche (2016).
El planeta parece preocupado para convertirlo en un meme recurrente mientras tanto, como quién oye llover, Ben Affleck va engordando una fenomenal carrera como cineasta
Air es quizás la más redonda de todas. Primero, cuenta con la magia de un grupo de actores inspiradísimos: Matt Damon, Jason Bateman, Chris Tucker, Chris Messina y, cómo no, Viola Davis, la madre de la criatura (que estuviera ella, fue la única condición que puso Jordan para dar su bendición al proyecto); todos y cada uno de ellos brillan con luz propia. Y después, es magnífica la capacidad que demuestra Ben Affleck de recoger la anécdota y darle grandeza narrativa, de generar tensión con una decisión final que todos conocemos sobradamente, o de disparar a las emociones en un puñado de escenas relevantes (cada aparición de Viola Davis, la confesión familiar de Jason Bateman/Rob Strasser o el discurso improvisado, casi sacado de una película de Frank Capra, de Damon/Vaccaro).
Igualmente, Affleck logra un envidiable dominio del timing cómico, como director pero también como actor, en su sutil y afinada interpretación del propietario de Nike. Y es que el sentido del humor sobrevuela constantemente en el film, en secuencias más o más relevantes y en la enorme cantidad de ingeniosos diálogos escritos por el guionista Alex Convery.
La figura de Michael Jordan no es nada más que el macguffin de la trama
De hecho, en esta historia sobre el trasfondo humano de un éxito empresarial sin precedentes no hay un particular enaltecimiento de Nike, ni siquiera del protagonista del acuerdo comercial. Air prefiere fijarse en los hombres y en la mujer en la sombra, verdaderos responsables. Es capaz de poner sobre la mesa temas como la apropiación de la cultura negra para enriquecer a empresarios blancos, por ejemplo. Y, en realidad, la figura de Michael Jordan no es nada más que el macguffin de la trama. En la película nunca se le ve el rostro, toda una declaración de intenciones de este retrato irresistible, a ratos satírico, por momentos nostálgico, a veces inmisericorde, siempre poseído por una energía buenrollera made in Affleck & Damon, de una época que empezaba a explotar comercialmente la cultura pop y sus iconos.