Si Aitana sabe lo que quiere o es un producto del mercado no nos corresponde a los demás enjuiciarlo. Si hay consentimiento, no hay delito, por más que el resultado no sea del agrado del conjunto. Lo que es demostrable a ciencia cierta es que la cantante catalana llenó el Palau Sant Jordi y que ni las polémicas de los últimos días consiguieron boicotear un espectáculo diseñado al milímetro para un público entregado en edad de crecimiento. Como una auténtica marea blanca –el color elegido por la artista para el dress code de sus dos noches en Barcelona– , los aitaners hicieron sold out y cumplieron en su propósito de elevar a su musa y entronarla como una nueva diva del electro dance más global, recuperando sonoridades diseñadas mucho antes de su irrupción en este fatídico mundo. Si Britney superó 2007, ya no hay quien pueda erradicar la nostalgia de esos años.
Fue llegar y besar el santo. Una no recuerda como era tener 15 años hasta que no escucha los chillidos de una manada de hormonas revolucionadas delante de su estrella. La de Sant Climent de Llobregat no había pisado el escenario y un ensordecedor grito colectivo ya la absorbía, magnética. Cuando salió de entre bambalinas, con camisa blanca, falda negra y botas altas a conjunto, se gestó el eclipse. La intro electrónica y mecánica al estilo Beyoncé en su Renaissance puso las primeras notas al concierto para empalmar con Los Ángeles, uno de sus últimos éxitos de escuchas y pistas, y un supuesto argumento que los fans relacionaron con su vida amorosa. “Bona nit Barcelona!”, chilló entre la jauría, en un catalán materno que más tarde se le olvidó mantener. “Intentaré no plorar, avui és un día per cantar, gaudir, ballar i també plorar, és un día especial perquè estic a casa i la meva familia és aquí”.
La evolución de Aitana es evidente. Nada queda de aquella niña dulzona e inocente que salió de Operación Triunfo en 2017 y que enamoró a la audiencia con una voz acaramelada y absolutamente enternecedora. Seis años después, y con una buenísima afinación que ha sabido sostener, sus ambiciones han crecido proporcionalmente a sus vivencias y victorias, y así lo demostró en la escasa hora y media que duró el concierto. Fue un espectáculo de consumo rápido pero más maduro, de coreografías bien empastadas y alejado de los ritmos pop. Las sonoridades dance y house cogieron las riendas haciendo de las suyas. El recinto se convirtió en un club de los 2000 y Aitana se consolidó como la Kate Ryan catalana, como la Kylie Minogue de nuestro territorio. “Barna, es muy fuerte lo muchísimo que lo estáis dando todo”, y la euforia se mantuvo lineal todo el rato, sin pestañear.
Pese al ruido, Aitana no cambió ni un milímetro su propuesta, callando bocas, porque quizás la suciedad está sobre todo en los ojos del que mira
Se nota que la cantante es la segunda artista catalana más escuchada de Spotify –solo por detrás de Rosalía— y que acumula millones de reproducciones en las plataformas, porque no hubo ni un tema que se quedara sin el suficiente quórum para ser recitado. Cuando llegó el turno de Mon amour, fenómeno viral con más de 600 millones de reproducciones, casi parecía que el suelo fuera a desprenderse, pero el auténtico terremoto llegó minutos después con mi amor y la famosa coreografía que suscitó polémica al inicio de su gira por estar demasiado hipersexualizada. Pese al ruido, Aitana no cambió ni un milímetro su propuesta, callando bocas, porque quizás la suciedad está sobre todo en los ojos del que mira. Hizo pleno en la presentación de su último disco, Alpha, interpretando sus 15 canciones como si ya fueran himnos. La primera letra del abecedario griego estaba estampada en luces de neón bajo el suelo que pisaba, como el símbolo de una nueva era en la que Aitana ya parece ser la dueña de su propio producto.
También se arrancó a cantar una canción que no suele exponer en las giras "porque sé lo importante que es para vosotros", y dedicó Con la miel en los labios a las miles de voces que no la dejaron sola en ninguna nota. Echó un par de lágrimas al viento entonando The Killers, y convirtió la arena en una fiesta dance suprema en unos bises finales repletos de ritmos frenéticos, rapidez, estímulos y bombo, muy al estilo de los nuevos formatos. Y, sobretodo, dejando claro que un nuevo orden musical ha llegado aunque sea bebiendo de nuestros pretéritos –utilizar un fragmento de un absoluto himno como es Flying Free en Pensando en ti es gloria asegurada–. La tríada final fue para Vas a quedarte, el veraniego LAS BABYS y su remake del noventero Saturday Night de Whigfield, y Formentera, que marcó el final del renacer de la Aitana del que todo el mundo habla.