“Me ha costado preparar la entrevista porque sentía que estaba invadiendo tu intimidad”. Es de las primeras cosas que le digo a Alba Muñoz cuando pulso el botoncito rojo del móvil, una cola zero y un agua con gas acompañando el bodegón de la mesa. Me parece justo empezar con la misma honestidad que ella vuelca en Polilla (Alfaguara), su impecable debut en literatura, teniendo en cuenta que ahora ya me sé al dedillo los trapos sucios de su corazón. Enseguida Alba abre sus ojos claros hasta el borde de la órbita, como dando por hecho que qué hago aquí si no. Es el impulso de la periodista que solía hacer las preguntas y sabe lo que hay, y ahora empatiza afablemente desde el otro lado del tablero. Así que me dice que pregunte lo que quiera, “evidentemente”, y que si hay algo que no quiere contestar ya me avisará. No llegará a ser necesario.

La timidez primeriza de Alba va sacudiéndose con el rato, aunque la sobriedad del discurso será una constante lo que dure la entrevista, y yo percibo su fuerza de volcán dormido, me da que tiene un fuego dentro que cuando sale debe arrasar con todo. Me cuenta que tiene un poco de pánico escénico y que al principio de la promoción tuvo unos días un poco negros, que le gusta más “estar detrás”. De hecho, la amparan muchos años de curro y esfuerzo. Se forjó como reportera independiente escribiendo para El País o 5W y durante cinco años fue una de las manos que levantó PlayGround, la revista online que curtió a una generación de periodistas a base de explotación laboral y que se convirtió en el gran paradigma de lo que el periodismo no debería hacer. También ha colaborado con la BBC, El Mundo o ElDiario.es, ha dirigido un documental —Now You Are a Woman (2019), premio del público del festival FIRE!!— y es de las pocas que aguantan en esto del mundo freelance, porque “todo va de conocerse a una misma, y yo, aunque sufra siéndolo, me identifico más viviendo así, estoy más en mi naturaleza y en mi esencia con esta inestabilidad que no estando todo el día en una oficina”.

Esa actitud elástica la llevó a apuntarse a un viaje grupal a los Balcanes recién terminada la carrera. Quería encontrar el tema de su vida, el que la lanzaría a ser una reportera de verdad. Y picando mucha piedra, enviando muchos correos, consiguió lo que la mayoría de colegas de oficio se pasan intentando siglos: un hilo del que tirar que la llevó al núcleo del tráfico de mujeres y la explotación sexual en la Bosnia de la guerra y la posguerra, conociendo a prostitutas como Nikolina, que puso sus convicciones patas arriba. Al mismo tiempo se enamoró de Darko, un hombre bosnio, con quien se lanzó a inspeccionar los límites del deseo, la violencia y el placer, desafiando la fragilidad impuesta en su casa por su padre. Su padre, otro antagonista en segundo plano con quien mantuvo una relación complicada hasta el final y a quien le dedica estas páginas. Toda esta amalgama la ha soltado en esta crónica íntima y periodística que es Polilla, como la llamaba cariñosamente su padre, y que tanto rima con Campanilla como significa insecto que va obsesivamente hacia la luz.

Alba|Amanecer muñoz - julia ventura
Foto: Julia Ventura

¿Te habías preparado para el después del libro?
Como es un tema familiar, de alguna manera también toca a mi madre, y tenía muy claro que quería que ella se lo leyera antes de entregárselo a la editorial. Era mi cumpleaños, yo estaba en Madrid, y empecé a recibir felicitaciones de toda la familia, pero no de mi madre. Cuando la llamé estaba muy robótica, tuvo un momento de estar afectada. Me dijo que lo estaba leyendo y que, aunque todo era verdad y tampoco explicaba tanto, me exponía mucho, y que le era imposible quitarse las gafas de madre. Eso me destrozó. Pensaba que si ella no estaba cómoda me costaría mucho defenderlo y no lo pasaría bien, porque para mí es un libro importante a nivel personal. Recuerdo que me fui llorando a buscar el AVE, de repente nada tenía sentido y no quería hacerle daño. Me llamó cuando se lo acabó, y yo me encerré en el lavabo del tren, las dos llorando. "Es muy bonito, lo he entendido perfectamente". Para mí lo más importante era que entendiera que no era un ejercicio de exhibicionismo vacío, ni del morbo por el morbo, sino que para mí las vivencias personales tienen sentido cuando conectan con alguna reflexión más o menos universal, y que en este caso tienen que ver con la libertad de las mujeres.

¿Hay mucho trabajo de aceptación personal tras tanta honestidad narrativa?
Hay un proceso de aceptación absoluto. De esto ya hace bastantes años, yo tenía 21 y ahora tengo 39. Pero esta digestión de lo que me pasó es lo que yo considero más valioso del libro. Pasé muchos años intentando escribirlo porque me quería dibujar como una protagonista demasiado nítidamente heroica, con una versión de heroicidad que estaba en auge aquellos días, después del Me Too, con la víctima como testimonio 100% legítimo que todo el mundo tiene que escuchar. Y allí empecé a pensar si realmente me había sentido víctima de lo que viví con Darko. Yo tuve momentos de dolor y de pasarlo mal, evidentemente, y fui una víctima, pero no solo eso. Yo tenía momentos de placer o de rebeldía. La película que me monté con él me sirvió para encontrar mi fuerza y mi libertad. La paradoja era que aquella fantasía era una relación abusiva y de sumisión en la que yo había encontrado la manera de coger las riendas de mi vida. Fue la digestión de esta pepita lo que me hizo ver que era lo que tenía que explicar.

La película que me monté con él me sirvió para encontrar mi fuerza y mi libertad; la paradoja era que aquella fantasía era una relación abusiva

Tú resignificas el concepto de la "víctima perfecta"; en ningún momento se te percibe como una mujer sometida, a pesar de serlo.
Yo fui una víctima de una relación abusiva, pero creo que esta dificultad en admitirlo cuando un tío no te ha destrozado completamente es una de las claves. Es decir: ¿por qué sentimos que la fortaleza contradice nuestra legitimidad como víctimas? ¿O por qué sentimos que nuestra fuerza personal va en contra de nuestra experiencia como víctima? Es importante que haya testimonios de mujeres como Virginie Despentes en la Teoría King Kong; a ella la violaron y dijo: "a mí no me destrozaréis la vida", y por su carácter, por su personalidad o por como le pasó, no permitió que le pasara. Con eso no quiero decir que todas las mujeres tengan que ser heroínas y sobreponerse, hay vivencias que son muy difíciles de superar. Lo que quiero decir es que hay mujeres que lo han superado y se han revelado contra el agresor, o que incluso experimentaron la violencia recibida de una manera más ambivalente, incluso con momentos de placer. Tenemos que ser capaces de explicar esto precisamente para entender la naturaleza de la violencia, como impacta en todo tipo de mujeres y de personas. Siempre tengo la sensación que tenemos que estar pidiendo perdón por ser fuertes.

Es que incluso las mujeres hemos aceptado inconscientemente este marco mental de no poder permitirse ser funcional si se ha sufrido violencia, la que sea.
Claro, y cuando estamos idealizando a una víctima muy concreta, lo que le estamos diciendo a las mujeres que sufren violencia, y que quizás a priori no les afecta tanto, es que en el fondo la fortaleza no es una cosa que vaya con la naturaleza de las mujeres. Y precisamente la lucha feminista lo que pretende es crear espacios de libertad y de fuerza. No niego que el testimonio es importante, curativo y terapéutico, pero creo que tenemos que empezar a intercalar otras sensibilidades y naturalezas de mujeres. Hay algunas a las que quizás las violan en un lavabo y no les impacta, pero la violencia sexual la han recibido igualmente. Y tienen que poder hablar a su manera, porque a menudo olvidamos cuál es el objetivo del feminismo, que es precisamente que las mujeres podamos vivir sin miedo y que nos repongamos de estos agresores con más fuerza, no hacer crecer esta figura dolida y desvalida. Nos incomoda la fuerza femenina.

"Me pareció que la categoría de mujer maltratada se me quedaba grande. Como si no la mereciera, porque el síndrome de la impostora se filtra por lugares insospechados". Esto escribe Jenn Díaz sobre su experiencia como superviviente de maltrato.
La escala de la víctima. No tiene sentido compararnos. La violencia psicológica de un padre o de una pareja puede ser mucho más destructiva que un tipo te empuje por la calle. Todo es muy relativo, cada mujer es diferente. Vivimos en una realidad patriarcal donde sabemos que hay violencia contra las mujeres, y podemos seguir hablando de ello, pero también sería bueno intentar ir más allá del hiperanálisis. Yo con 21 años no había oído nunca hablar de feminismo y de repente aquella ceguera me daba una fortaleza brutal. Ha sido con la perspectiva de género y con mi formación feminista cuando he empezado a sentir una presión del mundo en general, y un miedo a sentir esta amenaza constante, a ver peligros donde antes no los veía. Esta paradoja me parece interesante. Evidentemente a mí el feminismo me ha ayudado a desentrañar lo que me atraviesa y afrontarlo con lucidez, pero es paradójico que el mismo resultado que producía la sociedad de nuestras madres y yayas, con la privación de la libertad, se vea ahora en chicas jóvenes, que sienten la violencia de forma ambiental. Tiene una parte de verdad, pero tenemos que analizar si esto nos libera. El hiperanálisis no te deja mover: no te relajas de la misma manera, no vas por la calle, no vives la ciudad ni te vistes como quieres cuando tienes esta hiperconciencia de la mirada del otro.

71BT5Kzc5XL. AC UF894,1000 QL80

¿Tú cuando sentiste que ya no controlabas tu libertad?
Sí que había detectado alguna vez la diferencia de trato de mi padre con respecto a mí y a mi hermano, y evidentemente allí había machismo. Me impusieron una fragilidad que no quería. Nuestros padres, sin quererlo, tratan a las niñas con una fragilidad impuesta, y yo tenía la necesidad de hacer el bruto. Pero el gran choque feminista lo tuve durante este viaje, cuando tuve momentos de espejo con Nikolina, porque yo iba con la idea de que me encontraría a una víctima perfecta, hecha caldo, sin ganas de vivir ni ambiciones, y era todo lo contrario. Era una tía que no se sentía víctima, que solo pensaba en estudiar y que tenía una actitud extraña. Cuando me dijo que todavía seguía enamorada del primer chico que la vendió, pensé: ¿pero cómo puede ser? Me hizo pensar si yo estaba idealizando mi amor con Darko y me hizo pensar en eso que creo que muchas mujeres sentimos, que es por qué los hombres no nos quieren como les queremos nosotras y por qué no son capaces de prestar atención a los detalles, como sí hacen las mujeres. De este odio y del descubrimiento de esta industria de explotación sexual recibí esta bofetada. De repente vi que los hombres nos agredían, nos explotaban, se aprovechaban de nosotras y de nuestros sentimientos, que ellos pasaban por el mundo con ligereza y nosotras quedábamos con el corazón roto.

Nikolina era víctima de tráfico de mujeres. ¿Te daba miedo banalizar su violencia?
Es una pregunta muy interesante porque eso me preocupaba mucho. Yo no quería comparar por nada del mundo la violencia que estas chicas sufrían con la mía, ni mi privilegio absoluto como reportera joven, europea y con recursos. Por nada del mundo quería que se intuyera que yo intentaba comparar las dos realidades. Y de hecho, lo que yo veo con Nikolina no es una similitud, sino una conexión, cuando la relación periodista-entrevistada empieza a desbaratarse. Ella me reta y sabe perfectamente cuáles son mis debilidades, me pincha con los vestidos porque sabe que a mí me pondría muy nerviosa ponerme un vestido sexi. Se convierte en un diálogo bastante de tú a tú. Esta conexión, que no comparación, me sirvió para analizar todos los engranajes que hay detrás de la actividad periodística. En algún momento sentía que quería poseer a Nikolina, su historia, su cuerpo maltratado, igual que un hombre quiere poseerme a mí. Y sacar provecho. Quise adentrarme en las profundidades de las emociones ocultas de la práctica periodística, que tiene una imagen muy limpia pero por debajo hay ego y posesión. Quieres tener unas intenciones muy altruistas, pero en el fondo quieres poseer a esta chica como cualquiera de los clientes que han pasado por allí.

La periodista Cèlia Cernadas decía que se ha llegado a sentir mala persona entrevistando a personas muy vulnerables.
Yo entonces tenía un objetivo muy claro, que era hacer un reportaje que me lanzara como reportera, tenía una ambición muy individualista y muy basada en unos referentes de reportero masculino intrépido. Ahora mismo no le vería mucho sentido a hacer una entrevista a alguien que acaba de vivir una catástrofe. Siguiendo con el ejemplo de Nikolina, lo más interesante no es tanto todas las cosas por las que ha pasado, sino cómo eso modificó la manera con la que ella vivía el amor. Hablándome de su nuevo chico de la universidad, que no sabe nada de su pasado, me dijo: "me gusta mucho, después de follar hablamos". Con esto me estaba diciendo tanto...

En algún momento sentía que quería poseer a Nikolina, su historia, su cuerpo maltratado, igual que un hombre quiere poseerme a mí, y sacar provecho

Tenías una historia impresionante que muchos buscan y nunca encuentran pero no la publicas. ¿Por qué?
Es el mayor reportaje que he hecho nunca y con grandes titulares, tenía casos de personas concretas de las misiones internacionales que habían participado en tramas de explotación sexual. Tenía 30 o 40 entrevistas: hablé con políticos bosnios, con gente de las misiones internacionales, periodistas locales, gente de pueblos, habitantes. Estuve en otras casas secretas, entrevisté a muchas víctimas. Leí muchos informes e indagué mucho sobre la violencia sexual durante la guerra y la posguerra. Lo que se ve en el libro es una parte muy, muy pequeña. Tenía un material increíble, y visto en retrospectiva lo tendría que haber publicado y después hacer un libro, pero se me empezó a mezclar la pulsión ambiciosa con la romántica, porque conocí a Darko antes de que Fadila me enviara aquel SMS. Eso hizo que la investigación quedara envuelta por este amor y que formara parte de una nueva aventura que lo unificaba todo. Yo ya me veía a mí misma siendo corresponsal en los Balcanes, viviendo con él, teniendo hijos guapísimos. De repente quiero escribir el reportaje pero también sentirme aceptada en el país, porque me estoy inventando un vínculo con Bosnia, y todo se me mezcla. Pero no lo llegué a escribir nunca. Se me fue de las manos.

¿Está escrito desde la frustración periodística?
No me frustro por no publicar el reportaje. De hecho, un periodista de una sección internacional de un diario de tirada nacional me dijo "hostia, esto que me estás explicando es más interesante que el reportaje, es un libro". La cabeza me hizo un clic. Mi frustración fue por el libro, porque no llegaba, porque tenía un bloqueo, esperé muchos años, lo dejé, volví... Cuando entendí que esta idea me encajaba, no sufrí tanto por no publicar aquel material, pero fue doloroso hacer la elección. Encontrar el equilibrio era vital. Esta ha sido mi obsesión absoluta.

La pulsión del vínculo con tu padre también es troncal en la narración. ¿Llegaste a hablar con él?
No, porque con mi padre no se podía hablar. Él, para vivir su vida y ser capaz de ser una persona funcional, hacía actividades para no profundizar en nada. Tenía una gran herida y si nos aproximábamos, su fortaleza absoluta e incuestionable se hundía. Y yo lo detecté. Esto hacía que me desesperara mucho, porque quería verme y hablar conmigo, pero después no me escuchaba, y la capacidad de atención hacia el otro es la capacidad de querer. Mi padre no sabía querer porque no lo habían querido de pequeño, sufrió abusos, y él me quería pero no sabía como fortalecer y profundizar en este amor. Tuve un par de intentos de hablar con él de lo que le había pasado, pero no supo nunca lo que yo descubrí de él. Cuando se estaba muriendo tuvimos unos días muy bonitos; tenía un cáncer muy extendido y pocas posibilidades de salvarse, y no quería seguir mucho en este mundo. Era un tipo con mucho sentido del humor. Y en aquellos últimos momentos él intuía que yo sabía cosas, y simplemente no lo pudo hacer mejor. Y esta persona tan fuerte e importante para mí, tan heroica, al final era un hombre vulnerable y lleno de heridas, y entenderlo, aceptarlo y quererlo igualmente fue muy complicado para mí. Pero sí siento que en sus últimos momentos de vida nos agradecía a mi hermano, a mi madre y a mí haberlo intentado.

7
Foto: Julia Ventura

¿Hay una reconciliación también con esa Alba pequeña, que por fin es capaz de entender?
Totalmente. Y no solo una reconciliación, sino una puesta en valor. Yo empiezo el libro diciendo que me gustaría reírme de esta chica. Imagínate: yo sigo siendo una periodista vocacional, y sigo pensando que si el periodismo no estuviera tan desvirtuado tendría mucho poder para cambiar las cosas, creo que es una herramienta increíble y es el trabajo que me gustaría estar haciendo, si pudiera. Sigo compartiendo la misma visión, de alguna manera. Y no puedo reírme de esa Alba absolutamente rebelde y antisistema porque esta furia que ella tenía, esta energía imparable, yo la quiero para mí. Posiblemente es romántica, utópica, idealista, pero aquellas aventuras que viví siendo joven me han hecho quien soy. La abrazo y le digo: "de aquellas cosas que te has llevado, déjame unas cuantas". No quiero dejar estas cosas de mí en el pasado porque son con las que me identifico y las que conforman mi manera de vivir en el mundo.

¿Ahora qué relación tienes con el periodismo?
Por suerte he podido trabajar bastante, he hecho muchos reportajes de internacional como freelance, viví un año en Sudáfrica, he hecho muchas cosas. Pero hubo un momento que un gran diario de este país me pagó 150 euros por un reportaje de investigación, a toda página, sobre unas fábricas abandonadas de Sudáfrica que, además, eran radiactivas. Me puse en peligro yendo allí un mes por 150 euros. Vi que me tenía que replantear la vida. Siempre me he sentido muy conectada con el presente, con la realidad. Me gusta mucho pensar y eso lo sigo haciendo. Para pagar facturas tengo trabajos en el ámbito de la comunicación y ahora estoy haciendo coordinación de contenidos en La turra. Tengo proyectos de documental, de libro, me gustaría montar una productora con Anna Pazos. Pero ya iremos viendo. Lo que ya entendí es que el periodismo, para vivir, no.

Impresiona que sea un discurso tan extendido pero no haya colectivización para lucharlo.
Tenemos como una autopercepción de superioridad respeto a los otros trabajadores, Anna Pachecho habla de ello en su último libro. No estás en la obra o trabajando en un bar, y eso te da como una autopercepción de clase medianera, por así decirlo, que está ligada con el ego. Cuando en la realidad, sobre todo en la era digital, vivimos como jornaleros del clic: nosotros estábamos en una fábrica de contenidos y no ha habido estructura más febril y precarizante para los periodistas. Vivíamos en unas estructuras de revolución industrial realmente denigrantes. Pero con la autoría del periodismo hay una cosa de identidad más compleja que con otros trabajos, y eso genera un cierto ego individualista que nos evita tener esta conciencia colectiva obrera. Y es una lástima, porque es un trabajo que se está perdiendo y es crucial para las democracias. También pasa que yo no creo que la crisis del periodismo, como dicen muchas vacas sagradas, fuera culpa de internet. Yo trabajé en grandes diarios antes de que apareciera, y aquello ya era un pase constante de publirreportajes de gadgets, de llenar páginas y páginas con porquería, y unos presupuestos que adelgazaban para hacer periodismo; el medio de comunicación como empresa con otros intereses y otras áreas de negocio ya había empezado. La otra razón que explica la falta de conciencia laboral es este desencanto hacia las empresas que nos contratan, no encontramos un medio que nos enorgullezca. Si tú no estás enamorado del medio por el que trabajas, si no te comprarías el diario donde publicas o no miras la tele donde curras, es que realmente no tienes nada por lo que luchar.