En la Sala Villarroel se acaba de estrenar un espectáculo que, sin duda, será uno de los éxitos de la temporada. Y no es fácil, porque estamos viviendo unas semanas pletóricas tanto con respecto al número de estrenos como en la calidad de las propuestas. Este Elling parte de la adaptación teatral que hizo Simon Bent de la novela del noruego Ingvar Ambjørnsen, que ha conocido también una versión cinematográfica —con guion de Axel Hellstenius, en colaboración con Petter Næs—. Pau Carrió dirige con polvo firme —y muchas ganas de hacernos reír— esta comedia sobre las aventuras y desventuras de dos hombres que, unidos por unas circunstancias más bien adversas, acaban construyendo un sólido vínculo de amistad.

"No son mentiras: son historias". Así justifica Elling, asumido por el magnífico y multipremiado actor David Verdaguer —el domingo pasado, sin ir más lejos, se alzó con una estatuilla de los Gaudí, su fabulación infinita. Reconoce que es un "niño de la madre", sobreprotegido y con dificultades para enfrentarse al mundo real. Conspiranoico y obsesivo, sus delirios van a mil por hora. Está dotado de una imaginación hiperactiva, que será clave en su evolución como artista nerd y underground con un proyecto de poesía social.

El otro protagonista de la historia es Kjell Bjarne, que interpreta un Albert Prat en estado de gracia. El actor, que veníamos de ver en una composición muy oscura, un poco sórdida, en El gos —obra de Lluïsa Cunillé dirigida por Albert Arribas en el Teatro La Gleva—, nos sorprende aquí con un personaje torpe pero entrañable, "un tipo simple y crédulo" que es todo pulsión, capaz de explotar de entusiasmo por cualquier pequeña cosa. Del todo ajeno a las convenciones y códigos relacionales, se vuelve progresivamente más despierto y firme, hasta mostrar del todo sus puntos fuertes. Al fin y al cabo, "no tiene nada malo; solo es un poco extraño".

El montaje, que se abre con la canción First day of my life de Bright Eyes, cuenta con una escenografía ‒a cargo de Sebastià Brosa‒ hecha de módulos de madera con que es posible construir en un abrir y cerrar de ojos muebles y espacios diferenciados —apartamentos, cabañas, vagones de tren—, con lámparas que aparecen y desaparecen como por arte de magia. Los temas musicales suavizan las transiciones y elevan la comedia. La dramaturgia no se abona al flashback original, sino que restituye los hechos en su debido orden cronológico. Así, asistimos al primer encuentro entre los dos hombres en una habitación del hospital psiquiátrico, y en la escena siguiente ya los vemos en trámite de adaptarse al piso de inserción que les han proporcionado a fin de que puedan empezar una nueva vida y espabilarse por su cuenta. La obra escenifica su proceso de reintegro en la sociedad.

Se escenifica en clave de comedia el proceso de reintegro en la sociedad

Del rechazo inicial y la suspicacia que les suscita el trabajador social o "espía municipal" interpretado por Òscar Muñoz —Elling lo considera uno de sus principales enemigos, después del vértigo y la ansiedad—, se pasa al reconocimiento, nunca del todo explícito o confeso, de su labor y entrega. Bajo su supervisión, tendrán que acostumbrarse a llevar a cabo tareas tan elementales como salir a comprar o coger el teléfono. Y es en la búsqueda de una vida normal que la amistad entre Elling y Kjell se intensifica. Gracias al apoyo que se prestan mutuamente, impagable complicidad, irán salvando estos obstáculos y creando nuevos vínculos, que les harán sentir útiles y necesarios. Eso sí, nos resulta difícil de imaginar cómo se abrirían paso en la sociedad de ahora —la novela es de 1996—, con los iPhones, las redes sociales y el porno por todas partes.

Elling empieza a avistar, secretamente, un futuro literario. En el Café Nordraak, su primera toma de contacto con la poesía —en un recital hilarante, muy bien parodiado— resulta desilusionante; es por eso que escoge el bando de los clandestinos incomprendidos: ¡nada de publicar ni buscar los halagos de los eruditos! Además, conoce a un poeta retirado que resulta providencial, una "vieja gloria" que Albert Ribalta compone como un caballero crepuscular. Por su parte, Kjell se enamora de la vecina de arriba, ante la cual se muestra del todo irresoluto, a pesar de su desbordante, incontrolable energía. Esta nueva compañera, tan inadaptada como él, es interpretada por Queralt Casasayas, una actriz que a lo largo del espectáculo transita también, con la solvencia y la gracia que ya le conocemos, por los roles de enfermera, camarera sobre patines y poeta torturada.

Si nos enamoran es porque Prat y Verdaguer, tan compenetrados como los personajes, están sublimes

La obra juega a la indefinición temporal y al anacronismo, un poco a la manera del cineasta finlandés Aki Kaurismäki. Se impone el contraste impagable —des de la caracterización misma, a cargo de Núria Llunell, y el vestuario de Zaida Crespo— entre el obsesivo Elling, que parece un señor del siglo pasado, y el primario Kjell, con aspecto de rudo leñador. Los personajes de Elling nos atrapan desde el primer momento, a pesar de las carencias de un texto que a ratos suena un poco antiguo y rudimentario, juega a un buenismo lleno de clichés y desprende un cierto tufo misógino —muy rebajado, eso sí, respecto de la novela—. Si nos enamoran es porque Prat y Verdaguer, tan compenetrados como los personajes —y fantásticamente acompañados por el resto del elenco—, están sublimes. Hay que aplaudir su entrega, audacia y talento. Y la dirección de Carrió, claro está.