Aclaración antes de empezar: pese a la coincidencia de firmas que ha provocado múltiples equívocos durante años, el autor de este artículo no es el director de la película. El Álex Montoya cineasta da un gigantesco paso adelante profesional con este su tercer largometraje (después de Lucas y Asamblea), y tras una larga y reconocidísima carrera en el mundo del cortometraje, que vivió todo un hito, cuando Cómo conocí a tu padre (2008) fue premiado en el prestigioso Festival de Sundance. Este miércoles estrena La casa, que llega a los cines con el aval de cinco premios en el último Festival de Málaga, entre ellos el siempre codiciado galardón otorgado por el público.

El director valenciano adapta la celebrada novela gráfica homónima de Paco Roca y ofrece una película catártica que es, al mismo tiempo, un espejo y un abrazo al espectador

El director valenciano adapta la celebrada novela gráfica homónima de Paco Roca y ofrece una película catártica que es, al mismo tiempo, un espejo y un abrazo al espectador. La casa nos cuenta el encuentro de tres hermanos en la vivienda donde pasaban los veranos y fines de semana, construida con sus propias manos por el padre recientemente fallecido. En la reunión también están presentes las parejas y los hijos, y, en medio de desatados recuerdos del pasado común, también despiertan algunos reproches y provoca que algunas heridas para cerrar sigan haciendo daño. “Con las proyecciones que hemos ido haciendo, en Málaga, en el BCN Film Fest y en otros espacios, y con las reacciones de los espectadores que me llegan, me he ido dando cuenta de que, más que emocional, la película es casi una terapia. Porque te hace pensar en tus propias experiencias, en las vivencias que hemos tenido y que, de alguna forma, nos colocan a todos en el mismo plano. Esto es mérito de Paco Roca. Diría que La casa resulta catártica y nos hace ver que, quien más quien menos, todos vivimos cosas muy parecidas. Y que, como dice uno de los protagonistas, todos terminamos haciendo lo que podemos”.

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Álex Montoya ha llevado al cine la novela gráfica La casa de Paco Roca / Foto: Montse Giralt

La adaptación de un cómic difícilmente adaptable supuso más de un quebradero de cabeza para Montoya, coautor del guión con Joana M. Ortueta. La estructura planteada por Roca funcionaba como un reloj en el lenguaje de las viñetas, pero el audiovisual demandaba una vuelta de tuerca. La solución llegó al comprimir la acción en un fin de semana, aumentando ligeramente el conflicto entre algunos de los personajes, poniendo en cuarentena la decisión de vender la casa, y reuniendo a los personajes alrededor de una mesa, o en algunos de los rincones de ese espacio que genera tanta memoria emocional y tanta nostalgia. Montoya admite que una de las grandes preocupaciones fue la forma de mostrar los flashbacks: “En el cómic, los recuerdos llegan cambiando el tinte de color y de repente ya estás en otra época. Pero a mí la cosa sepia me parece una estilización muy falsa. Entonces revisas cómo recordamos nosotros la infancia, o el pasado, y la memoria está muy vinculada a alguna foto o algún vídeo. Por eso aposté por el Súper-8, que es muy de nuestra generación y que se entiende universalmente. Quise darle a los flashbacks de la película el aspecto de álbum de fotos”.

Su gran efecto es señalarnos que nosotros mismos podríamos ser personajes de cómic o de un guion

Es entonces cuando la ausencia del padre fallecido se hace muy presente en un relato que pone el foco en cómo el pasado nos conforma. Y en la necesidad de reconciliarnos con todo lo que todavía hoy, y por años que pasen, escuece. Es prodigiosamente sorprendente cómo, pese a las características de la historia, la película nunca se abandona a la sensiblería. Con tacto, con mucho mimo, apostando por el minimalismo, evitando subrayados, sin levantar la voz ni jugar la carta de la emoción barata, cada una de las decisiones formales y la propia estructura narrativa, con los cambios de perspectiva entre hermanos, todo ello va envolviendo a un espectador que pronto se da cuenta del sanador juego de espejos que propone La casa. Porque su gran efecto es señalarnos que nosotros mismos podríamos ser personajes de cómic o de un guión.

Los actores hacen piña

Con un magnífico reparto coral encabezado por un David Verdaguer que, tras el  Goya por Saben aquell, vive un momento especialmente dulce, por la película desfilan Luis Callejo, Óscar de la Fuente, Lorena López, Marta Belenguer, Jordi Aguilar, María Romanillos, la pequeña Tosca Montoya (hija del cineasta, divertidísima en su debut en la pantalla) y el veterano Miguel Rellán. Todos los intérpretes tienen su momento, y, como nos explica Álex Montoya, “ninguno de ellos quiso sobresalir por encima del resto, no hubo ningún disidente, todos hicieron piña y remaron a favor de obra, y... ¡es que, además, todos son buenísimos!”.

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Álex Montoya: cine para abrazar a los espectadores / Foto: Montse Giralt

Sin embargo, en este sentido nos sorprende una de las confesiones que nos hace el director: “A mí no me gusta demasiado ensayar previamente con los actores. Porque de repente salen cosas muy chulas, pero cuando ruedas te vuelves loco porque eso no vuelve a suceder. Lo que sí hago es repetir muchísimo, de algunas escenas hemos hecho más de veinte tomas, y es verdad que esto puede poner nerviosos a los actores. Mi teoría al respecto es que los directores que venimos más de lo visual, del cómic, tendemos más a utilizarlos como muñequitos. Quiero que hagas esto aquí, allí, y luego ya les dejas cierto margen. De alguna manera buscas una especie de coreografía donde todo debe estar en su tiempo y en su sitio, y... no sé, yo creo que los actores lo acaban entendiendo. Una de las actrices, Marta Belenguer, que ya me conocía de cuando hicimos Asamblea, dice que ruedo como un montador, y quizás tiene razón, porque a veces me empeño en conseguir ese instante determinado que deseo y me despreocupo un poco más del proceso interpretativo. Es curioso porque siempre me han alabado la dirección de actores, que desde luego no es nada habitual, pero tengo la sensación de que si les preguntas a ellos no me alabarán tanto”, dice entre carcajadas.

La casa es una película que acaba siendo un abrazo al espectador

Rodada en la casa real de Paco Roca, el mismo espacio que inspiró la novela gráfica, y con un cameo del dibujante (fijaos en un señor despistado en la sala de espera de la consulta del médico), la película contó con la bendición del autor de la obra original: “Nos dio mucha libertad, aunque yo le fui consultando algunas cosas y comentando los cambios que hacíamos respecto al cómic. Me preocupaba mucho no traicionarle, ni a él ni a sus miles de lectores. Pero creo que está muy feliz con el resultado final”. Y en este sentido, el del resultado y los efectos que La casa tiene en el público, Montoya anima a la gente a dejarse llevar por la catarsis: “No quiero vender nada, pero es que las proyecciones que hemos vivido me dicen que la gente llora y ríe, y pasa por una experiencia compartida muy bonita”.

Nosotros damos fe, porque esta historia sobre el amor y el duelo, y sobre reconciliarnos con el pasado y entender que somos como somos porque venimos de dónde venimos, se traduce en una película que acaba siendo un abrazo a el espectador. Larga, de siete segundos como mínimo, que es lo que duran los buenos, bien prietos, abrazos de verdad.