Hay una romántica correa de transmisión que conecta la fabulosa Almas en pena de Inisherin con El hombre tranquilo, grandioso clásico de John Ford sobre un boxeador que, después de un mal golpe en el ring, vuelve a Innisfree en busca de raíces y refugio, para enamorarse de una pelirroja tan temperamental como indomable, y pelearse con su futuro cuñado mientras medio pueblo aplaude como se apalean. Aquella obra maestra y la película que nos ocupa convergen en la atmósfera poética de los viajes que nos proponen, de Innisfree a Inisherin, pueblos ficticios y bellísimos de la Irlanda de hace un siglo. Las dos utilizan el costumbrismo más afinado para retratar pequeñas y pintorescas comunidades de personajes que viven en casas con paredes de piedra blanca y techo de paja, que se mueven de un lado a otro con carretas arrastradas por caballos, y que se reúnen en el pub para arreglar el (suyo pequeño) mundo o para cantar y tocar canciones que conocen desde pequeños porque las aprendieron de los padres y de los abuelos.
Como pasaba en El hombre tranquilo, Almas en pena de Inisherin está barnizada por una mirada profundamente humanista, y utiliza el sentido del humor para enmascarar la tragedia
Como pasaba en El hombre tranquilo, Almas en pena de Inisherin está barnizada por una mirada profundamente humanista, y utiliza el sentido del humor para enmascarar la tragedia. Pero es en este punto donde se empiezan a diferenciar: la luz fordiana, su espíritu lúdico y trapacero, aquí se convierte en tristeza y melancolía, soledad y vacíos existenciales, con toneladas de humor negrísimo y poso amargo como el de una cerveza negra.
Pequeñas y grandes guerras
Vamos por partes: el argumento de Almas en pena de Inisherin nos sitúa en un pequeño pueblo de una pequeña isla en el oeste de Irlanda, el año 1923. Aislada incluso de la Guerra Civil entre hermanos que masacra el país ("todo era más fácil cuando se trataba de matar ingleses", oiremos decir), Inisherin parece instalada en una pesada rutina que va del trabajo físico al esparcimiento regado con pintas de Guinness. En este contexto, conoceremos Colm (Brendan Gleeson) y Páidric (Cuelen Farrell), dos inseparables miembros de la comunidad. Pero, de un día para el otro, Colm ya no quiere saber nada del que, hasta el día antes, era su amigo íntimo: "Ya no me gustas, eres demasiado aburrido", le lanza, dejando Páidric boquiabierto, primero, y consumiéndose en un doloroso desconcierto, después. Colm prefiere dedicar el tiempo que le quede de vida a pensar, a componer música con su violín y a abrazar el silencio. La amistad dinamitada que John Ford solucionaría a puñetazos, y todavía podríamos citar otro referente sagrado, La taberna del irlandés (1963), coge un cariz bastante diferente de Almas en pena de Inisherin, más siniestro, con más sombras y desolación.
La amistad dinamitada que John Ford solucionaría a puñetazos, y todavía podríamos citar otro referente sagrado, La taberna del irlandés (1963), coge un cariz bastante diferente de Almas en pena de Inisherin, más siniestro, con más sombras y desolación
La aparente sencillez de la premisa de la película, la de esta relación incomprensiblemente rota de sopetón por motivos como mínimo dudosos, y la de la escalada de consecuencias inimaginables, es, en realidad, una puerta abierta para reflexionar sobre asuntos tan profundos como la soledad, la amistad, el peso (y el paso) del tiempo, la voluntad de trascendencia y de dejar un legado, y el sentido de la vida. Sin perder ninguna oportunidad para filtrar golpes de humor negro.
El prestigio del dramaturgo
Con el minimalismo por bandera, el director y guionista Martin McDonagh juega con la dimensión entre fantástica y mitológica del relato, poniendo el foco en las banshees, las almas en pena del título, que parecen sobrevolar el cielo irlandés, y que toman forma humana en aquella anciana que fuma en pipa y que vaticina las desgracias que están por llegar. Y todavía añade una nueva lectura, la de la dimensión espejo, aquel ruido de explosiones y tiros de escopeta que llegan desde el otro lado del mar, sonidos de la Guerra Civil de la que la discusión y ruptura de los protagonistas del filme parecen ser un reflejo.
McDonagh planteó Almas en pena de Inisherin como cierre de una trilogía formada también por dos de sus éxitos teatrales, El cojo de Inishmaan i El teniente de Inishmore, obras unidas por el vínculo indisoluble al paisaje, a una ubicación que impregna los caracteres de los personajes y el devenir de los relatos. Dramaturgo reconocido y premiado, con triunfos en los escenarios como La reina de belleza de Leenane (en nuestro país todavía recordamos el fantástico montaje dirigido por Mario Gas y protagonizado por Montserrat Carulla y Vicky Peña) o La calavera de Connemara, Martin McDonagh dio el salto en el cine con Escondidos en Brujas (2008), donde ya contaba con la extraña pareja formada por Colin Farrell y Brendan Gleeson, puestos en la piel de dos asesinos a sueldo de vacaciones forzadas en Bélgica, que esperan la llamada de su jefe para conocer cuál es su próxima misión.
La química de los dos protagonistas se reproduce ahora, y los dos están inmensos, extraordinarios
La química de los dos protagonistas se reproduce ahora, y los dos están inmensos, extraordinarios (como también lo están Kerry Condon y Barry Keoghan), con interpretaciones marcadas por la sutileza, por uno menos es más que juega a favor de la atmosférica puesta en escena y de todo aquello a que podemos considerar la marca del cineasta. Dice Colin Farrell que el sello McDonagh se caracteriza por su gusto por aquello que es grotesco y macabro, por lo que resulta absurdo e hilarante, y por su gran interés por la belleza de lo que es más humano. Todo eso está presente en Almas en pena de Inisherin, como lo estaba en la tercera colaboración del director con Farrell, Siete psicópatas (2011), la ya mencionada Escondidos en Brujas, o en lo que es, hasta el momento, el largometraje más conocido de McDonagh, Tres anuncios en las afueras (2017), ganador de dos Oscar.
Este es un cuento trágicamente cómico, humanista, costumbrista y oscuro, sobre amistades partidas por la mitad, soledades compartidas y necesidades de trascendencia
En definitiva, este es un cuento trágicamente cómico, humanista, costumbrista y oscuro, sobre amistades partidas por la mitad, soledades compartidas y necesidades de trascendencia, paisajes agrestes y cervezas al anochecer, burras y perros, vecinos fisgones y dedos cortados, y miradas al infinito con aroma al imaginario de John Ford. Una maravilla.