Mi generación se ha criado con referentes ultra tóxicos del amor y con tópicos irreales y machistas como las películas de Disney. Pero gracias al feminismo actual, que ha trabajado mucho sobre el modelo de relaciones, somos muchas las que no hemos sentido identificadas con este cliché y hemos deconstruido por completo los ideales del amor romántico. Construyendo nuevas formas de entender las relaciones – no monógamas, poliamorosas... – y empezando a vivir libremente nuestra sexualidad sin tabúes y de una forma que hemos sentido mucho más empoderada.
Por contraste, nos hemos criado también en la época de la obsolescencia programada, donde todo caduca en poco tiempo y es reemplazable rápidamente. Y parece que el amor ha seguido también esta dinámica. De hecho, los espacios donde actualmente más se liga – como Tinder - parecen un catálogo de compra. Aparece una imagen del producto y deslizas a la derecha si lo quieres o a la izquierda si no te gusta, y así sucesivamente.
El amor romántico de Cenicienta se ha visto reemplazado por el amor rápido y programado; las relaciones tienen una fecha de caducidad de dos años y enseguida se sustituyen. Siguen la lógica de un modelo capitalizado y superficial – que por cierto, todos hemos alimentado y reproducido - en un contexto hipersexualizado, donde lo único que se valora es cuántas relaciones sexuales tienes a la semana y con cuántas personas diferentes. Nos hemos sumado a este tren sin ni siquiera plantearnos si realmente nos gusta o nos satisface. Como si el sexo no fuera mucho mejor con confianza, comunicación y cariño. O como si estas sólo se tuvieran que dar en los vínculos amorosos y no fuera la base también de las relaciones esporádicas y casuales. La responsabilidad afectiva es la herramienta para construir relaciones sanas y comunicativas, no implica ni vulnerabilidad ni que quieras volver a follar o quedar con aquella persona.
Las relaciones siguen la lógica de un modelo capitalizado y superficial; como si el sexo no fuera mucho mejor con confianza, comunicación y afecto
Si la situación no fuera suficiente devastadora y fría, llega una pandemia mundial que obviamente influencia muchísimo a la hora de relacionarnos y de ligar. Una pandemia que pone distancia y mascarilla donde antes no estaban y que crea relaciones mucho más banales y frías. Por un lado, la mascarilla genera un paradigma curioso. A todos nos ha pasado que nos hemos enamorado de alguien en el metro hasta que se ha bajado la mascarilla. Nos enamoramos más a primera vista. Pero también nos defraudamos más cuando aquella persona no cumple las expectativas físicas que nos ha creado la misma mascarilla y nuestro imaginario.
Por otra parte, la nula relación con personas fuera de la burbuja hace que aplicaciones como Tinder – la red social que más nos mercantiliza, pero que todos utilizamos para follar - se conviertan en la herramienta fundamental a la hora de ligar, y que a estas alturas – con la nueva normalidad – esta dinámica se siga reproduciendo.