Porque se ha hablado mucho y me ha gustado tanto que ya no diré nada nuevo que no sea desde la mirada de fan y que no se deje llevar por el tópico y el edulcaramiento, a pesar de la gracia de la serie es justamente que no cae ni en el tópico ni en el azúcar. Y eso que nos ha hecho de espejo terrible (tan celosos, caprichosos o sentenciosos) cuando entre los 30 y los 40 hemos visto que eso del amor también trae agotamiento y decadencia.
Los capítulos 11 y 12
No hablaré de Los años nuevos, hablaré de cuándo mi madre quería que cantáramos la canción del Puff y a mí me hacía una pena terrible. Un niño no quiere cantar canciones de dragones que se quedan solas y muertos|muertes de pena. Sin el giro final del chico que vuelve a verlo u otro niño o alguna bestia, que los dragones viven para siempre y tenía tiempo de encontrar a otro amigo. Me pasó lo mismo con el cuento de La pequeña cerillera, de Andersen. La historia, que es muy corta, acaba con la pobre niña que va descalza y vende cerillas (que nadie quiere comprar), muerta de frío en la nieve. Siempre intentaba que quedara bajo otros cuentos para que no lo sacáramos y no tuviéramos que leerlo, ni ver la ilustración final de una niña muerta que ríe (eso era completamente perturbador) porque ha muerto encendiendo la última cerilla y ha visto la imagen de su abuela, también muerta, que la espera en el cielo, mientras los vecinos que no le han comprado cerillas, se la miran sorprendidos. Me hacía rabia tenerlo, que fuera tan diferente de los otros cuentos y que me explicara que los niños también mueren. Lo recuerdo mucho, como un cuento maldito, con la portada antigua y triste. Estaba convencida de que los cuentos no tenían que ser así. Incluso me planteaba qué tipo de persona horrible había escrito aquello de los pies rojos y azules, del frío atroz, de una niña que no tiene nadie que la cuide ni que haga alguna cosa para que no se muera.
Crecer ha sido amar el drama y las imágenes perturbadoras de la decadencia
Ahora, en las ficciones, detesto los finales felices, ya he hablado aquí. Crecer ha sido amar el drama y las imágenes perturbadoras de la decadencia. Y me discuto con los amigos cuando los necesitan como Puff necesitaba a un niño, y el niño ya era un adolescente que pasaba de todo. No me gusta que la ficción nos quiera reconfortar de una manera tan obvia. No hablaré de Los años nuevos, hablaré de cómo algunas historias me entusiasman, pero enseguida sé desprenderme de ellas. Otras te hurgan y quieres comentarlas con quien sea, pero quieres evitar hablar en un artículo en el que si hablara, no diría nada de nuevo. Porque he leído un montón de críticas que diseccionan la maravilla de los diálogos, de la estructura, de los protagonistas, de toda una generación y de esta década en la que, para bien o para mal, se concreta lo que antes solo has proyectado. El final del final del amor y este espejo que debe ser el que también reconforta. Si hablara explicaría dónde me han llevado los capítulos 11 y 12. Cómo no habría sabido escribir la discusión definitiva. Pero no, no hablaré.