Un cadáver, una duda razonable —suicidio, accidente o asesinato—, una sospechosa, un juicio, un testigo muy particular y un perro con nombre de leyenda azulgrana. Son los ingredientes que remueven la cineasta francesa Justine Triet (Los casos de Victoria, El reflejo de Sybil) y su compañero en tareas de guion (y de vida) Arthur Harari para construir un thriller apasionante que juega con las herramientas de los procedimentales para, en realidad, trascender el género y analizar y hacer añicos una relación de pareja: la caída del título es la de un hombre desde una ventana, pero también la de un matrimonio. Y, todavía más allá, Anatomía de una caída ofrece el retrato de una mujer liberada que planta cara a lo que todo el mundo espera. Y también quiere ofrecer una mirada inmisericorde de un sistema judicial que, como reflejo social contemporáneo, no se saca de encima las cadenas del patriarcado.
 

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Vamos por partes: la primera escena de esta película, ganadora de la Palma de Oro en Cannes y nominada a cinco Oscars de los grandes, nos presenta a una novelista de éxito que vive en una casa de montaña en el regazo de los Alpes, con su hombre, su hijo de 11 años con una discapacidad visual causada por un accidente, y su perro. La encontramos haciendo una copa de vino mientras recibe a una aspirante a escritora que trata de hacerle una entrevista. Pero alguna cosa hace que la charla sea imposible: trabajando en el piso de arriba, el marido, a quien no vemos, pone música a un volumen insoportablemente elevado. En bucle, suena una versión instrumental de P.I.M.P., de 50 Cent, y la imparable incomodidad envuelve una conversación que, por momentos, también parece un juego de seducción mutuo entre las dos mujeres. Son solo unos minutos que se nos hacen eternos, con esta tensión que Justine Triet es capaz de crear con poquísimos recursos. El uso musical como fuente de ansiedad también se consigue con otro tema recurrente, el Asturias de Isaac Albéniz que uno de los protagonistas toca repetidamente al piano para que el espectador aumente su desazón.

Anatomía de una caida. Foto: Las Filmes Pelléas/Les Filmes de Pierre

Con P.I.M.P. perforándonos los tímpanos, las dos mujeres lo dejan para otro rato, se citan en unos días, la periodista se marcha, el niño sale a pasear el perro, la madre se va a su habitación y, un buen rato más tarde, cuando el crío vuelve, se encuentra al padre muerte. El cuerpo ensangrentado, en la puerta de la casa, indica una caída desde el ático. Una vez llegue la policía, empiezan en crecer las dudas de cómo ha sucedido la muerte: ¿ha sido un suicidio? ¿Quizás un accidente fortuito? ¿Un asesinato? En su primer acto, en los interrogatorios a los protagonistas, en las recreaciones de los hechos, Anatomía de una caída plantea preguntas, las que se hacen tanto los agentes de la justicia como el abogado de la escritora, que cada momento que pasa parece más sospechosa. Un cartel nos indica que, pasado un año, empieza el juicio por homicidio contra la mujer.

Artillería misógina

Llegados a la corte, Anatomía de una caída coge las formas de película judicial de toda la vida, con un puñado de giros argumentales, de testimonios relevantes, de réplicas ingeniosas de los letrados, de cortes de una jueza que no se está por tonterías. Pero todo no es más que una manera de distraernos mientras el hábil guion de Triet y Harari prepara la artillería: sin que el espectador tenga ninguna pista privilegiada que le permita ir de antemano ni formarse ninguna opinión sólida sobre la culpabilidad o inocencia de la protagonista, a quien, por cierto, el guion no regala ningún elemento que nos la haga especialmente simpática, la película pone el foco en las formas del procedimiento, en los exabruptos sexistas del fiscal, en los prejuicios hacia una sospechosa que de alguna manera altera la orden para no encajar en los límites que la norma y la moral piden.

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"Tienes que empezar a verte a ti misma de la manera como te percibirá al resto de la gente", advierte al abogado a la acusada. "Este juicio no va de qué es verdad". En realidad, la película tampoco va de certezas: en las declaraciones ante el tribunal, con testimonios que tratan de llenar con dudosas suposiciones los espacios en blanco en torno a los (pocos) hechos comprobables, la protagonista se ve interrogada por su vida personal supuestamente disoluta. Siempre en presencia del hijo, camuflado entre decenas de asistentes al litigio, se habla de la bisexualidad de la acusada y de si el matrimonio dormía en camas separadas, y se cuestiona a la sospechosa por sus relaciones extramatrimoniales y por los posibles pactos de abrir o no la pareja ("¿estaba su marido de acuerdo?", "dice que era honesta porque le explicaba... interesante visión de la honestidad"). Y el patriarcado enquistado en las instituciones, también en la judicial, se quita las caretas cuando se descubre un audio, donde se puede escuchar una discusión del matrimonio del día antes de la muerte, registrada a escondidas por el marido.

Critica Anatomía de una caida

Es entonces cuando Justine Triet introduce un flashback para mojar pan, en el que fundamentalmente seremos testigos del listado de reproches de un hombre herido, victimizado, por todo aquello que las mujeres llevan siglos aceptando, o soportando, en silencio: desde dar un paso al lado para acompañar el éxito profesional de su pareja hasta encargarse de tareas domésticas o de la educación del niño. La masculinidad ofendida y la violencia creciente de aquel audio abunda en la percepción que la fiscalía quiere dar de la acusada y en la ambigüedad por la que apuesta la película. Y remata lo que es, quizás, el otro gran tema de Anatomía de una caída, aparte de la disección de un matrimonio acabado: la ruptura de una confianza, la de un niño hacia su madre.

Hüller es una intérprete superlativa, el Sol en torno al cual giran al resto de personajes

Tomándose su tiempo en cada uno de los pasos que Justine Triet y Arthur Harari escogen para sus personajes, la película añade capas de reflexión a todo lo ya comentado: una de las más importantes, habitual por otra parte en el cine de la directora, está en el uso de las experiencias reales y vividas como material dramático o literario. Y en cómo, a partir de eso, podemos construir retratos de los autores que, a menudo, se basan demasiado en nuestros propios prejuicios. Anatomía de una caída pone el foco constantemente en cómo percibimos a una mujer que no encaja en la norma, o más bien que se ha sabido quitar de encima los vínculos sociales. Cómo la percibimos en tanto que espectadores, pero también cómo la ven el resto de personajes, más o menos próximos a ella: del abogado con quien se insinúa una aventura sentimental previa a la periodista que trataba de entrevistarla, pasando por su propio hijo. O también, en cómo la retratan los medios de comunicación siempre dispuestos a construir un buen circo mediático, como buenos tiburones, o buitres, cuando huelen sangre.

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Sin prisa, con la lucidez y complejidad de un guion inteligentísimo que huye de trampas propias de los procedimentales policiales, más que nada porque sus objetivos son otros, la película se pone en manos de una actriz extraordinaria, la alemana Sandra Hüller (este año también en otro de los títulos del año, La zona de interés). Los recursos interpretativos y los matices parecen infinitos, capaz de mostrar un poliédrico abanico de emociones que viajan de la ternura a la frialdad, de la tristeza a la autoconciencia, de la seducción al victimismo, de la manipulación al miedo. Hüller es una intérprete superlativa, el Sol en torno al cual giran el resto de personajes, también el perro con nombre de leyenda azulgrana. Todavía en estado de shock por lo que acabamos de ver, acabada la película, el primer título de crédito nos despierta la sonrisa: el precioso Border Collie, a quién en el filme nombran Snoop se llama, en realidad, Messi.