Era uno de los álbumes más esperados del año desde antes incluso que se hubiera desvelado ninguna canción o fecha, pero la expectativa y las ganas y la ilusión eran proporcionales a los 25 años de amor, bailoteo y calle que nos han regalado los hermanos Muñoz. Y no decepcionó en absoluto. La maestría canalla de Estopa volvió porque jamás se fue: sigue siendo la razón de ser de los que han dormido con la camiseta del Che Guevara, el grinder en la mesita de noche, el chándal Adidas y las diademas anchas, y por eso ya ha llenado los pabellones más grandes del país, incluído su primer Estadio Olímpico con las entradas agotadas en pocas horas, recinto que se estrenará este miércoles acogiendo a un grupo catalán (y español) por primera vez en toda su historia. David y José conjugan la segunda persona del plural mejor que nadie y nos meten a todos en el saco; han universalizado el noble arte del andar por casa y lo han impregnado de un estilo callejero con el que han izado la bandera de la patria barriera y quinqui en algún lugar llamado mundo, sin dios ni leyes ni meritocracias baratas.
Con Estopía se ratifica que ni un cuarto de siglo ha permitido que la esencia estopera cambie ni un milímetro, adorablemente ordinarios en su desparpajo, vistiendo los tejanos desgastados del trabajador humilde y utilizando el deje del populacho, el que comprende todo hijo de madre. La publicación de su nuevo álbum hacía tambalear una hegemonía casi total que se ha impuesto al devenir de los tiempos —¿seguirán sonando a Estopa?—, pero esta docena de canciones pone punto y seguido a un legado que es como el vino tinto. El disco pauta su trayectoria al dedillo y sigue confiando en las sonoridades y temáticas de su vida, aunque algunas estén algo obsoletas por desactualizadas: el amor perdido, el trago para olvidar las penas, el realismo mágico en lo más absurdo, la nostalgia de los corazones heridos, el jolgorio como forma de vida, las mujeres salvavidas, el romanticismo explícito, la camaradería para sobrevivir. También algún giro de guion sublime que confirma tanto sus licencias como su estado de madurez.
1. El día que tú te marches
El prólogo del disco empieza apuntando fuerte. La rumba de toda la vida: las palmas, el gorgorito de David y sus toques de voz grave, melancólica, las cuerdas de José que cualquiera sabe que son de José, el ritmo de un zapateao en una carpa de la fiesta mayor. El echar de menos es el puntal de un tema que evoca la pureza inconfundible de Penas con rumba y vuelve a cantarle a una figura desconocida que podría ser cualquiera, y de ahí la cercanía, el piel con piel. Dice: “Sin ti no puedo vivir, me dedicaré a buscarte, me bajaré al infierno de los cobardes, te buscaré en el cielo que tú siempre me enseñaste”. El hombre hecho trizas por la mujer deseada, el amor romántico más clásico y previsible y la perpetuación de un binarismo macho-hembra desbancado por las nuevas generaciones pero que continúa legitimando la marca Estopa.
2. Ké más nos da
"Queremos pizzas para cenar, cuatro amigos y cerveza, y una mesita para charlar y se nos vaya la cabeza". Un canto a la amistad, la normalidad y la sencillez como lo más importante de la vida, una canción que enseña su filosofía como ninguna, todo muy made in el barrio con algunos toques más rockeros y duros. "Nos presentamos en cualquier bar, si nos gusta nos quedamos, la misma manera de actuar". Poco más que añadir.
3. La rumba del Pescaílla
La primera canción en catalán de Estopa es mucho más que la historia del Pescaílla. Es un homenaje a sus raíces (catalanas), un puñetazo en la mesa dirigido a los criticones y un punto en la boca para los puristas nacionalistas de ambos lados. Los Muñoz reivindicados en forma y fondo más allá del gentilicio. Es el catalán representando a los charnegos y a los obreros del Polígono Industrial de Cornellà de Llobregat, el catalán exigiendo su lugar en la frontera, reivindicando la periferia olvidada, el catalán reclamando poder ser hablado con acentos sureños y oralidades disidentes. También la voluntad de esforzarse más por una lengua que también es la suya. Esto decían en 2010, y en catalán: “cuando nos preguntan por qué no hacemos canciones en catalán es porque, para hacerlas, se necesita espontaneidad y no perder nada en el camino, y si piensas una idea y tienes que traducirla, ya pierdes”. La dedicatoria a Antonio González es solo la excusa, pero también un espejo: el marido de la Faraona era más catalán que el pa amb tomàquet —de la estirpe de los gitanos de Gràcia—, aunque se enfrentó a los mismos descalabros. Y no se puede decir que no hiciera nada por nuestra cultura: inventó la puñetera rumba catalana —con permiso de Peret—.
4. No digo ná
No decir ná es algo muy de los hombres de la generación de los Muñoz, acostumbrados a sentirlo todo para adentro. Menos mal que David y José aprendieron el arte del cante y la guitarra para quitarse las penas de encima, porque sino ahora probablemente estarían abocados al quiste estomacal perenne. De todos modos, No digo ná viene a ser una balada in crescendo que expresa la necesidad de tener a esa persona al lado (mujer, probablemente) que salva al susodicho en una situación de alarma —"cuando me conociste yo era un tren con retraso"—, y aunque él quiere redimirse y salir a flote y demostrar tanto, no dice ná.
5. Mañana clara / 7. Tan dulce
Tras la incapacidad verbal de No digo ná, el set list del disco pasa a Mañana clara y vuelven la primavera, las flores y el color verde, vinculados a una melena negra que alimenta el corazón del amado desde un balcón. Estopa utiliza el mecanismo de la idealización femenina desde el inicio de sus tiempos y siempre le ha funcionado: Tu calorro, Cuando cae la luna, Me quedaré, Tragicomedia... en todas ellas existe esa evocación de la mujer ideal y perfecta que casi solo se alcanza en sueños y que huele a algodón de azúcar. Se ve perfectamente en Tan dulce, séptima canción de Estopía: "Tan dulce carcelera con su llave escondida, me abre todas las puertas, me cierra las heridas". Es una estrategia algo manida y que distorsiona la realidad, por supuesto, pero saben que es un caballo ganador. Y la nostalgia lo perdona todo.
6. Luz de las velas
"Mi paz, de cualquier manera, no". ¿Será una declaración de principios encubierta por no haberse vendido a las exigencias de una industria excesivamente moldeadora?
8. Sin tinta en el boli
Seguramente una de las canciones más profundas, psicoanalíticas y dolorosas del disco: una oda a la confusión, a dudar, a no saber por dónde tirar. También a la naturalización de decir que está bien tener un lío mental de tres pares de narices. Y que quedarse sin tinta en el boli está bien.
9. Sola
"Yo no sé si será culpa mía que ella no quiera estar a mi vera, solo sé que no vendrá detrás mía y sola se quedará". Leyendo esto la red flag se puede ver desde Marte, pero la cosa sigue. "Ella ya no está por aquí porque yo no supe ver que se sentía sola delante de mí, siempre miraba al reloj, no lo dejaba correr, y a solas me decía que se quería ir, y no la supe entender". Por fin cobra sentido la discapacidad emocional de no saber qué decir, las ansias de querer a la mujer amada y decírselo hasta la pesadez, la movida de no saber por dónde tirar cuando ya se ha metido la pata hasta el fondo. En Sola sabemos el por qué de todo lo anterior, y aquí Estopa se desnuda de su masculinidad frágil y hace un maravilloso ejercicio de lamento, autocrítica y empatía. Bravo.
10. Pesadilla familiar
Era imposible que los Muñoz no nos contaran una historia rocambolesca y de final dudoso al estilo de Suma y Sigue, La raja de tu falda o El Blade. También era imposible que el disco no citara las drogas, una temática recurrente en algunas de sus canciones que el dúo ha catapultado como elemento indispensable de su universo. "Anoche descubrí que mi madre traficaba con hachís". Y a partir de este inicio sentenciador, Pesadilla familiar pasa por muchos miembros queridos para radiografiar los estragos de la mala vida. Pero no hacen nada de broma de ello: como ya hicieran con la inolvidable Exiliado en el lavabo, David y José se vuelven a poner serios para sembrar la semilla de la conciencia, aunque dejando el tono aleccionador en el cajón.
11. Del revés
Claro, es que ¿cómo dar lecciones a nadie cuando tú te has puesto del revés?
12. La ranchera
Ahora está de moda salirse de la raya y probar cosas nuevas. Lo han hecho Aitana, Beyoncé, los Figa Flawas, incluso Coldplay cantando con la banda más influyente del K-Pop. Todos lo hacen, de hecho. Pero no es la primera vez que Estopa experimenta con sonoridades ajenas, ya lo hizo en su primer disco con una bossanova —de título Bossanova y también cerrando el repertorio— y la jugada le brindó más de dos décadas de viaje y la posibilidad de hacer lo que les hiciera la gana. Tampoco es la primera vez que Estopa desdibuja una melodía con brusquedad equilibrada para dejar un poco descuadrado al oyente, como hicieron en un Partiendo la pana consagrado como himno del despiporre sonoro. Mismas estrategias, diferentes resultados, pero La ranchera es lo que parece: una noche celebrando, dos corazones acelerados y un divertido fin de fiesta que ratifica la era eterna de los de Cornellà.