La madrugada del 31 de julio al 1 de agosto, Antoni Areny dormía plácidamente después de una jornada intensa de trabajo en el campo. No tenía noción de lo que pasaba a su lado, de tan dormido como estaba. Tampoco escuchó cómo su medio hermano se levantaba del lecho que compartían y salía de la habitación del Mas de la Costa (o Cal Gastó), escuchando unas voces internas dentro de su cabeza. Aún menos prestó atención al momento en que Pere Areny cogía el arma, apretaba el gatillo y le rebentaba la cabeza, dejando restos viscosos de sesos enganchados en las paredes y chorreando colchón abajo. El fratricidio sacudió a todo el Pirineo andorrano y cuestionó los cimientos de una sociedad tranquila nada acostumbrada a los desbarajustes.
Lo que pasó después fue una mezcla entre el desconocimiento, los prejuicios y la necesidad precipitada de coger las riendas que tenía el orden público en Andorra, un país pobre a caballo entre los maquis y el nazismo. El juicio fue un engañabobos, los magistrados iban bien perdidos y se omitieron detalles cruciales en la sentencia, un peso que se ha ido arrastrando con el paso del tiempo y que ha sembrado la culpabilidad en la zona. El 18 de octubre de 1943, poco más de 2 meses después del crimen y sin tener un trato justo ni proporcional, el fratricida Pere Areny fue sentenciado a la pena capital y se convirtió en el último condenado a muerte de Andorra. Tenía 29 años.
El libro que rompe con el trauma
Según la costumbre, cuando había una muerte violenta en el Pirineo, el alcalde picaba la cabeza del muerto tres veces con un palo mientras decía "muerto, ¿quién te ha matado?" en el momento de levantar el cadáver; así era como se aseguraban que el cuerpo estaba bien aturdido. La semana pasada salió a las librerías Morts, qui us ha mort? (Comanegra), la crónica novelada que Iñaki Rubio ha escrito para dar una nueva interpretación al caso. Han sido más de 3 años de documentación e investigación exhaustiva para hacer una contraportada del suceso y demostrar el escarnio público y la ignorancia judicial que se vivió en 1943.
"El simulacro, el juicio y el contexto de guerra mundial hace que se ejecute la sentencia en dos días, se procede a su lectura pública y se ejecuta de una manera brutal", explica Rubio. No había precedentes recientes. La última condena a pena capital fechaba de 1896 – el reo acabó siendo sentenciado a prisión perpetua – y no había constancia de cómo actuar. En aquel momento, la administración se basa en el Manual Digest – libro del siglo XVIII que recoge los usos y costumbres andorranas desde la época medieval – y pone en marcha un engranaje precipitado que acaba con el fusilamiento del fratricida delante de todo el pueblo. Ahora sabemos que cualquier persona podría haber levantado la voz para pedir clemencia y que, de haber pasado, no hubieran podido matar a Pere. Nadie lo hizo. Y la versión oficial, la del hermano loco que mata al heredero por dinero, se ha ido engordando durante más de 75 años. Alrededor, silencio y culpa.
En las páginas, Iñaki Rubio hace un ejercicio narrativo para humanizar a cada uno de los personajes e investigar en sus sensaciones más profundas, intuyendo pensamientos y calcando – posiblemente – la huella de todos los que aparecen. Se trata de una recreación detallada y pulida sobre una época enemistada con la libertad; una mezcla entre crónica periodística y novela histórica que habla de un contexto extremadamente primitivo, alejado de la libertad individual y sentenciado a la tradición más arcaica y barroca.
La importancia de la salud mental
"Los hechos que pasan en 1943 son consecuencia de un problema de salud mental". El que habla es Jordi Mas, uno del herederos de los Gastó por línea sucesoria y responsable de haber dado acceso a documentación restringida al escritor– aunque la sentencia es pública, el sumario no puede consultarse hasta pasados 100 años. Si bien es cierto que la pandemia o los Juegos Olímpicos de Tokio han vuelto a poner en valor la salud mental, en aquel momento era un tema escondido, incomprendido y estigmatizado. La ignorancia impregnaba cualquier rincón. Hoy sabemos – intuimos, más bien – que Pere Areny sufría una enfermedad mental grave y que, probablemente, era esquizofrenia - igual que la hermana que quedó viva, Àngela.
"En este contexto, muy rústico y de montaña, con gente de poca o ninguna formación, se espera que una persona como Pere se comporte como una persona normal y lo tratan como lo tratan, y nunca podía ser una persona normal", explica Iñaki Rubio. El tratamiento humano que ha dado a todos los personajes, especialmente al fratricida, ayuda a crear conciencia y a no culpabilizar gratuitamente los actos de alguien que no está bien en un contexto de marginación y desprecio; mucho menos todavía en un proceso judicial que no sólo no tuvo en cuenta este factor, sino que no tuvo ninguna garantía legal.
"Lo hicieron con la decisión previa del que la hace la paga y decidieron una cosa muy bestia, que es fusilar en medio de la plaza pública a un enfermo mental de 29 años; es un hecho de vergüenza de sociedad y de país, y el libro hace que, por primera vez, la sociedad andorrana pueda tratarlo de una manera clara y hacerse preguntas", celebra Joan. Y lo dice desde la tranquilidad de quien, por fin, se ha quitado un peso de encima y puede respirar en paz.