Andrea Genovart tiene los ojos del color de la coca-cola y la capacidad de soltar un promedio de 7 palabras por segundo. Y sin cansarse, una crack. Acaba de publicar su primer libro y con Consum preferent (Anagrama) ha ganado el Premio Libros Anagrama de Novela. Dice que no se lo esperaba, que de verdad me lo dice, y me remarca que se quedó en tal shock cuando la llamaron un viernes, que el lunes creía todavía que lo había soñado. Andrea Genovart reconoce que no ha sido nunca madre, pero es precisa cuando compara todo su proceso de escritura con un embarazo demasiado largo: casi cuatro años de contracciones y un parto de los de epidural. Es una tipa que sabe más por las preguntas que se formula que por las certezas que conoce, más lista que el hambre. "Solo sé que no se nada", me dice, una lección reservada a los que le han dado tantas vueltas al coco que ya solo quieren fingir que son una palmera enfrente del mar.

Consum preferent no cuenta una historia autobiográfica, aunque la forma en la que está escrita se entiende mucho más teniendo a su autora delante. Andrea ha construido una narrativa enfadada, vertiginosa, desenfrenada y vomitiva para retratar la duda y la necesidad de identificarnos con algo que tenemos los de su (nuestra) generación en un contexto social de horror vacui que nos obliga a posicionarnos constantemente. Es una novela insistente, políticamente incorrecta, maquiavélica, angustiante, cabrona hasta los cimientos, pero perfectamente hilada en su propósito de retratar el agotamiento de los treintañeros y la frustración de estar mal cuando estamos bien.

De la debutante me gustó su humildad provinciana, su transparencia y la rebeldía de cuestionárselo todo y huir de las verdades absolutas. Porque no hay de eso, en su libro, solo acidez, sátira, talento y un espejo apto para mentes abiertas y reflexionadores que se salgan de la superficial egolatría tuitera que quiere encajar allí donde brilla la caspa. A Andrea le salió una risilla nerviosa cuando me confesó que esta ha sido la primera entrevista de su vida y me pareció muy de verdad, muy tierna. Si no la conociera de solo un par de horas, me atrevería a decir que es una tía de puta madre.

Foto: Montse Giralt

¿Eres de autoboicotearte?
Todo el rato. Yo pensaba que el libro no saldría nunca. No había publicado antes y yo pensaba que mi propuesta no encajaba en el modelo. Me había obsesionado mucho en que solo había una manera de hacer las cosas y aquella manera no era la mía. Había asumido que la novela quedaría en un cajón.

Pues navegando por internet ya he leído algunas reseñas en las que te etiquetan como una de las promesas literarias del año.
No me gusta. Me da cosa decirlo porque estoy muy agradecida y muy muy contenta, pero de repente se te disparan muchas presiones y la autoexigencia de tener que decir cosas interesantes, hablar bien, tener una buena fonética catalana, no hacer castellanismos, quedar bien en las fotos, y se te activan unas cosas que dices... ¿por qué? Cuando veía a la gente que lo había petado con la primera novela, yo siempre pensaba que no me gustaría tener este éxito. Como el fenómeno Sally Rooney, por ejemplo. Para mí, como autora, sería una condena, porque los demás te ponen un horizonte que ya no te permite escribir de la misma manera. ¿Joven promesa con solo 190 páginas? Eso es estar al servicio del mercado, no de la literatura.

¿Joven promesa con solo 190 páginas? Eso es estar al servicio del mercado, no de la literatura

En el libro hablas de tantas y tantas cosas que es casi imposible enumerarlas todas.
Tenía muy claro que quería hablar de la sobreestimulación, de la cosa polifónica, del desorden. Y, sobre todo, quería intentar hacer convivir pacíficamente muchos discursos que muchas veces nos aparecen desde el imperativo ideológico de "identifícate con eso, tendrías que ser así", pero que al mismo tiempo, en un mismo plano, son muy contradictorios entre ellos o es imposible que convivan de una forma complementaria. Y eso hace que el sujeto lo viva de una forma muy angustiante. Esta sensación de multiplicidad y de sobrecarga es la que yo quería que rezumara.

¿Qué tiene Alba, la protagonista y narradora, de ti?
Yo creo que tiene lo mismo que cualquier persona de mi edad que se ha criado en Barcelona o en una ciudad moderna. Una cosa que nos atraviesa mucho a mi generación es esta necesidad de una identificación para tener clara una estructura. Nos sentimos en falso todo el rato.

¿Por qué?
Este es el gran qué de la narradora. El ser humano siempre ha tenido mucha necesidad de identificarse. Lo que pasa es que antes las cosas a las que te podías aferrar no te ponían en crisis, o no se ponían en crisis a ellas mismas: si tú te querías identificar con un trabajo, tenías un contrato indefinido o vitalicio de por vida, así que no tenías que renegociar constantemente si te identificabas con aquello. Incluso en términos de pareja, conocías a alguien asumiendo que no tendrías que negociar si te querías casar o tener hijos, porque se daba por hecho. Ahora nos queremos identificar con cosas que, en esencia, sea por condiciones materiales o porque nuestra sociedad o generación tenemos otra capacidad crítica, ya de por si no las asumimos como a definitivas o como resueltas. Y eso nos pone en una crisis constante que se manifiesta en sentimientos de angustia.

¿Hemos heredado la clásica de que somos lo que trabajamos?
No tendríamos que ser lo que trabajamos, pero es muy difícil que haya un espacio para construirse desde otro lugar. Es que yo creo que la pregunta de por sí ya está corrompida, porque si dices que somos lo que trabajamos, ya te estás preguntando qué somos. ¿Pero por qué tendríamos que ser una cosa, y más en un entorno tan cambiante y transitorio? También me lo he preguntado en la novela: ¿por qué no podemos soltar esta necesidad de definirnos? O de no definirnos con nada o hacerlo con cosas contradictorias y asumirlo. Vivimos como un problema no identificarnos con nada.

Y las redes sociales magnifican eso de una manera bestial.
Cuando gané el premio, mucha gente del sector me dijo que, cuando saliera el libro, me borrara las redes porque se empezarían a decir cosas. Son una herramienta superinvasiva y todavía no hemos reunido la suficiente fuerza o disciplina para saberlas utilizar bien. Vemos constantemente mucha seducción por lo que nos gustaría ser pero no acabamos de autoimponernos racionalmente para reconocer que si una persona dice que está leyendo cinco libros por Twitter pero está cinco horas tuiteando, a nivel fáctico, es imposible. Caemos de una forma muy inocente y naif por la pura necesidad de mirarnos al espejo, y tenemos que seguir insistiendo desde otro lugar que no sea el placer o esta receptividad perezosa que tenemos en las redes a la hora de consumirlas. Lo que pasa es que es un pez que se muerde la cola, porque muchas muchas veces estos discursos ya nos llegan por las mismas redes sociales, y es muy difícil hacerles frente si lo estamos haciendo a través de una puerta de acceso nociva.

También podríamos salir a la calle a quejarnos y no lo hacemos.
Esto es un poco unpopular opinion, pero yo creo que ahora mismo, y eso creo que lo intuimos los de nuestra generación, no sirve tanto la calle como hacer un #MeToo en Twitter. La tecnología ha invadido tanto el espacio que yo creo que tiene más sentido reconvertirlo. Por ejemplo, el caso de Saül Gordillo seguramente hizo más ruido porque la denuncia empezó a proliferar en Twitter y la gente se sumó que si nos hubiéramos plantado cuatro personas delante de la sede del Principal. Hemos intuido que quizás la calle ya es un espacio caduco porque el control pasa por otros espacios. También nos pasa, y creo que eso lo leí de Eudald Espluga, que somos una generación que hemos teorizado mucho la queja porque somos muy críticos, pero a veces la teoría ocupa tanto espacio que, paradójicamente, nos lleva al inmovilismo.

No acabamos de autoimponernos racionalmente para reconocer que si una persona dice que está leyendo cinco libros por Twitter pero está cinco horas tuiteando, a nivel fáctico, es imposible

"El capitalismo y la explotación laboral también son un mal de nuestro mundo, pero claro está, no tenemos derecho a estar mal". ¿Somos una generación que se queja demasiado?
A veces me da mucha rabia la idea de generación porque el precio del alquiler afecta a todo el mundo, gente de 45 años con criaturas se tiene que marchar de Barcelona y personas de casi 60 se abren Tinder cuando se separan. Pasan cosas que nos atraviesan a todos. La etiqueta de 'generacional' es una forma más de infantilizar o banalizar un discurso y que no se tomen responsabilidades sociales. No hacen un flaco favor asumiendo que es una cosa generacional cuando hay muchas cosas que no son un problema generacional. Y si tenemos la estampa de que nos quejamos mucho es porque todavía no hemos resuelto algunas contradicciones. Alguna cosa falla cuando tenemos un montón de libros sobre el patriarcado o sobre los cuidados y no paramos de hacer ghosting por Tinder, que es una herramienta de nuestro tiempo. O no paramos de teorizar sobre trastornos alimentarios y hemos creado unos formatos como Instagram que nos hace ser esclavas de la imagen más que nunca. Tenemos motivos de sobra para quejarnos, pero sí que creo que lo señalamos y después no lo ponemos en práctica.

¿Cómo ha sido tu relación con la precariedad?
Mi generación ya es una generación precaria. Cuando decidimos estudiar ya sabíamos que había mucho índice de paro y que ser mileurista era a lo que podías aspirar. Era desesperanzador, no tenías una gran proyección. Encima, yo me decidí por la cultura y me he maldecido mucho a mí misma por no tener otros intereses o gustos, porque si me hubiera gustado la economía quizás hubiera tenido muchas más ofertas o un convenio salarial más alto. Entonces, claro, se juntan primero la generación y segundo la precariedad dentro de la cultura, que es casi insostenible. Es básicamente como una relación de supervivencia, ¿sabes? Te mantienes po la misma supervivencia, pero no hay ninguna aspiración más allá.

¿La cultura es elitista?
Depende. Hay un montón de editoriales catalanas que no paran de crecer y eso también es síntoma de que hay muchos lectores catalanes y muchos tipos de propuesta o de oferta. En este sentido, la puerta de acceso a publicar es mucho mayor, y eso ya es mucho para una lengua como el catalán. Pero es elitista en el sentido que tienes que tener unas condiciones para dedicarte a ella que no todo el mundo tiene de punto de partida, y eso hace que mucha gente lo deje. Hemos perdido grandes voces porque no han podido conciliarlo con otros proyectos o con el cuidado de su salud mental. De los que empezamos muy jóvenes en este mundo me gustará saber cuántos continuaremos aquí dentro de 30 años. Yo creo que más de la mitad no estaremos.

Durante toda la escritura has colado frases hechas en castellano. ¿Cómo es?
La interferencia idiomática para mí era un principio de verosimilitud. Si yo quería que pasara en la Barcelona del 2023 no podía no incluir interferencias idiomáticas. Y no solo con alguien que es de fuera, sino en el punto de vista de la narradora en primera persona, en la forma en la que piensa, porque yo creo que los catalanohablantes muchas veces acabamos diciendo cosas en castellano por pura economía o inercia a pesar de saber utilizar perfectamente el catalán. Y me interesaba mucho el castellano a través del refranero castellano como esta cosa caduca del lenguaje: la narradora describe un monólogo o suelta una verborrea de ideas en catalán, y es muy irónico que acabe con un "haberlas, haylas", porque desactiva el lenguaje y la capacidad actual de nuestro refranero popular, que teóricamente tendría que recoger nuestra cultura.

Foto: Montse Giralt

¿Dudaste en qué idioma escribir el libro?
No, pero también sabía que yo no podía escribirlo en un catalán de los Pirineos. Si yo quería crear un registro oral no podía tener la naturaleza idiomática de una persona que no ha vivido en una Barcelona interferida de esta manera tan agresiva.

¿Sabes que esto puede generar mucha polémica por parte de los defensores de la pureza de la lengua catalana, no?
Sí, y me da miedo que me pidan explicaciones a mí como si fuera una persona que hace apología de la interferencia idiomática, pero que yo la refleje no quiere decir que esté a favor. Todo eso es una consecuencia del estado de nuestra lengua, de la globalización y también de una serie de decisiones políticas a las cuales no hemos sabido hacer frente, y ahora estamos sufriendo las consecuencias. En una situación en que el catalán se está perdiendo, y que incluso teniendo todo un universo en catalán, no lo estamos utilizando, tener la iniciativa de crear palabras nuevas o de conceptos inmediatos es realmente muy complicado. Y que ojalá, pero supongo que la lucha más urgente es que el catalán no desaparezca, y después ya encararemos todo lo que tiene que ver con la inventiva y el nuevo vocabulario. En la traducción al castellano —que sale en octubre— también conservaremos el bilingüismo y el catalán a través de palabras o conceptos simbólicos.

Me da miedo que me pidan explicaciones a mí como si fuera una persona que hace apología de la interferencia idiomática, pero que yo la refleje no quiere decir que esté a favor

¿Cómo llevas las críticas?
Todavía no he visto ninguna y no te lo puedo decir, pero estoy muy mentalizada con que llegarán malas, y solo faltaría, yo estoy muy a favor de poner distancia. Es mi primera novela, espero que sea la peor de todas, porque qué mierda si ya todo me lo comparan con esto. Pero me preocupa que me pidan explicaciones a mí en tanto que autora por decir cosas muy ácidas en la ficción. Para mí las expresiones artísticas de cualquier tipo obviamente tienen carga política porque están en un entorno y en un contexto social determinado, pero no tienen deber pedagógico. Es un marco, que yo creo que tenemos que proteger, donde tiene que haber juegos y experimentación al margen de los códigos éticos o morales.

Cosas ácidas nivel "a las feas y las gordas nunca las violan, y hay alguna cosa hiriente aquí" o "me pregunto si abrazaría a Abdul y seguidamente le rezo a Nuestro Señor para que me salve de la peste".
Es que estamos asistiendo a lo que Alba piensa. Ella es muy correcta cuando habla con la gente. Estamos reflejando una inmediatez todo el rato. Ella no procesa lo que piensa, asume que tiene unos pensamientos intrusivos pero no hace este ejercicio de pensar que no tendría que estar pensándolo en estos términos. La inercia de tu pensamiento es la cosa más difícil de cambiar, y no tiene sentido negarlo. Es cero penalizable porque el pensamiento tiene una dimensión impulsiva; otra cosa es la comunicación, que ya no lo es tanto. A mí me interesaba mucho esto, porque tú ves a la narradora y no tiene nada que ver como se comporta, que es todo muy low profile, con toda la contradicción y la intensidad políticamente incorrecta que tiene.

Mujer, joven, debutante y normativa que hace una novela sobre las preocupaciones de su misma generación. ¿Te preocupa la etiqueta?
Yo ahora me veo en cosas que me han pasado con chicas de mi edad que han publicado y que están muy obsesionadas con que se las trate con condescendencia por ser chica joven, sabes? Y a mí ya me han caído algún par de comentarios de operación de marketing, porque las mujeres, jóvenes y que escriben de una cosa contemporánea venden más, y entonces hablan de ti como de la nueva Sally Rooney. Y parece que solo puedas ser eso. Todavía no había salido el libro y ya sentía cosas de estas. Y sientes que tienes que justificarte por no haber conseguido las cosas simplemente por tener vagina.