Anna Gas Serra tiene veinticuatro años, tres obras publicadas y un Premi Mercè Rodoreda en el bolsillo. Después de darse a conocer con dos libros de poemas –Crossa d'aigua y Llengua d'àntrax–, esta escritora barcelonesa se ha llevado el galardón de cuentos y narraciones de Òmnium Cultural con El pèndol (Proa), una compilación de relatos que se pueden calificar de perturbadores y inquietantes. En el libro, Gas habla de sexo corrompido, de violencia cotidiana y de relaciones intrafamiliares disfuncionales; una temática, esta última, que recuerda al desconcertante cine de Yorgos Lanthimos, padre de obras como La Langosta, El sacrificio de un ciervo sagrado o la polémica Canino. Curiosamente, y a pesar de que la conexión entre su obra y la del director es total, la escritora reconoce que la descubrió después de escribir los cuentos de El pèndol. Literatura, perversión y, también, barricadas: la ganadora más joven de la historia del Mercè Rodoreda se explica en las siguientes líneas.

Anna Gas / Foto: Sergi Alcàzar

¿Hay que ser valiente para escribir un libro como El pèndol?

Me cuesta mucho pensar que he sido valiente, porque yo he escrito lo que tenía ganas de escribir. Pero, claro, al libro se le ha puesto la etiqueta de inquietante. Hay gente que me pregunta si estoy bien. ¿Qué tengo que decir? Claro que estoy bien, sólo he escrito sobre lo que quería escribir. Cuando te leen personas más próximas, como la familia, se quedan chocados. Se preocupan. A la gente próxima le cuesta distinguir entre la ficción y la vida. Quizás sí que hay que ser valiente para enfrentarse a lo que dirá la gente próxima, más que el público en general, que eso no me preocupa tanto.

No haremos spoilers, pero relatos como Els cecs pueden ser difíciles de digerir, para según quién.

Es difícil, yo intento hacer entender que lo que escribo no es la realidad. Puedo coger elementos de mi vida, pero lo que represento en los cuentos sólo es una elección, una representación de lo que considero que es problemático. No es un calco de la vida. A ellos eso les cuesta entenderlo.

25 años y tres libros publicados. ¿Cuál es el secreto: la constancia, el talento...?

Tiene que haber una sensibilidad, una manera de ver el mundo que te permita estar pendiente de las cosas, de poder captar los matices que la literatura pide. Evidentemente, también te tienes que haber formado lingüísticamente. Más allá de eso, no sé si es una cosa de talento innato. Tiene que haber trabajo, hay que picar piedra y leer mucho.

¿La formación es indispensable?

Puedes escribir relativamente mal y hacer literatura de consumo fácil, pero si quieres hacer alguna cosa más interesante, sí que creo que tiene que haber un trabajo sobre la lengua.

Como estudiante de psicología, te debes haber preguntado de dónde nace tu necesidad de escribir relatos.

Con 15 años empecé a sentir la necesidad de escribir, necesitaba hacer tangible algo que yo tenía en la cabeza en forma de deseo, preocupación, obsesión o fantasía. Necesitaba crear una realidad con las cosas que había en mi cabeza.

¿El hecho de que sean tan inquietantes es algo que buscas, o simplemente brota de dentro?

No me esperaba que el contenido de los relatos chocara tanto y que todo el mundo lo calificara de inquietante o perturbador. No me propuse hacer un libro inquietante, escribí lo que tenía ganas de escribir, que a veces puede ser un poco extremo.

En una entrevista, Yorgos Lanthimos reconocía que no entendía por qué a la gente le gustaba Canino. ¿Por qué nos sentimos tan atraídos por relatos perturbadores y surrealistas como La gàbia o Setrill?

Porque todos tenemos oscuridad dentro. El libro es un formato muy íntimo, intenta interpelar las partes que todos tenemos escondidas. Me gusta pensar que todos las tenemos, pero quizás me equivoco. Al fin y al cabo, se trata de hablar de una cosa muy humana, quizás cruda, pero con la cual todos nos hemos podido sentir identificados.

¿Tu literatura es surrealista?

Es realidad distorsionada. El caso de Setrill, por ejemplo, es una película que la protagonista se hace en su cabeza. Realmente no sabemos si ha pasado o no, ella lo está proyectando. Creo que es igual de real lo que pensamos o deseamos, nuestras obsesiones, que lo que hacemos en la vida cotidiana.

Anna Gas / Foto: Sergi Alcàzar

Paral·lels, Ariadna, Els cecs... cuentos que nos hablan de construcciones familiares defectuosas. ¿La familia perfecta existe?

Diría que no. Son más o menos disfuncionales, pero todas tienen sus cosas. La mayoría tendemos a barrer la mierda bajo la alfombra, si vas tapando los malestares y las incomodidades, puedes mantener un orden más o menos agradable. Lo que quería era sacar a la luz todas estas cosas que no funcionan. No me conformo, no me gusta resignarme. Por eso me interesaba ver estas cosas que no funcionan, y que supongo que hay en todas las familias. A veces, parece que si no hablas de los problemas, no están. De la misma manera, si hablas, parece que los crees.

Las situaciones que relatas en cierta manera las has vivido, pues.

No tal como aparecen al libro, sin duda. Que haya cosas de mi vida que se puedan parecer, pues sí, lo que me preocupa y me interesa parte de cómo soy yo y de lo que tengo alrededor. Pero no hasta los extremos del libro. Quizás he cogido una pequeña cosa que sí que he vivido y la he agrandado para hacerla visible y clara.

¿El pèndol es un libro feminista?

No se me lo había planteado, pero un buen amigo, Pol Guasch (flamante ganador del Premio Anagrama con Napalm al cor), me dijo que se interpretaría como un libro feminista. No era mi intención, pero desde mi mirada feminista hablo de temas de manera feminista, y, por lo tanto, es un libro que se puede considerar feminista. No me gustaría que se redujera únicamente a esta lectura, pero es completamente válida y me parece bien. Seguramente lo es, sí.

Los hombres salen malparados.

Sí, pero las mujeres tampoco creo que salgan bien paradas. Pero, claro, en cuentos donde hablo de sexo, lo hago desde mi visión de mujer. Si me pongo a criticar, lo hago para criticar lo que conozco. Me gustaría poder conocer el otro punto de vista, pero no es el caso.

El sexo y los orgasmos femeninos tienen peso en relatos como Pulsión o Barrufet. Es sexo insatisfactorio. ¿Tan difícil es, follar bien?

Creo que sí. Hasta hace unos años no lo creía, cuando eres joven todo es más fácil. Pero |cuanto más tiempo pasa, más se complica todo. Lo digo por experiencia personal, básicamente. Cuando era adolescente las cosas en este terreno eran más fáciles.

Se acaban teniendo más exigencias, quizás.

No sé si la cuestión es esta. A mí me cuesta más comunicarme. Si al otro también le cuesta, se acaba haciendo una cosa que nadie entiende.

Es un poco lo que pasa en estos dos cuentos.

La mujer acaba criticando la manera de hacer de los hombres que se encuentra, pero también quería exponer al personaje femenino, que se viera qué es lo que no está haciendo bien. Las chicas del relato no son santas. Buscan un tipo de relaciones que derivarán en este tipo de problemas.

El sexo de consumo, al estilo Tinder, ¿está sobrevalorado?

¿Tú crees que la gente lo valora? Con todos los respetos, pero creo que lo hacen porque no tienen nada mejor. No sé si siempre es una elección muy consciente.

Lo digo porque, en el caso de los relatos, las protagonistas apuestan por personas con las cuales no se sienten del todo cómodas.

Sí, pero en los relatos las protagonistas buscan algo más, aparte del sexo de consumo. Pero por la manera como lo están haciendo, y por las experiencias que han tenido antes, no lo están consiguiendo, de manera que acaban con este tipo de relación que, a ellas, no les acaba de funcionar. No les va bien.

¿Tú rompes una lanza en favor de la complicidad, no?

No privilegio esta opción por delante de la otra, intento explorar por qué se da, eso. Qué lleva a la gente a establecer este tipo de relaciones. Tampoco juzgo si es mejor o peor, pero sí que me acabo decantando por la opción menos desagradable. No por el sexo de consumo en sí mismo, sino por la manera como mis personajes lo viven, una manera destructiva y desagradable.

¿Cómo se explica la violencia de estos días en las calles?

Estoy completamente a favor de lo que está pasando en la calle. Es necesario. Ya lo ha dicho todo el mundo, pero pienso que la violencia no es quemar contenedores o romper escaparates de tiendas pijas, la violencia está en el sistema cada día del año. En el libro intento destapar la violencia de las situaciones cotidianas que normalmente no vemos. En este caso pasa lo mismo: ha explotado todo y está saliendo nuestra rabia, pero no es sólo por Pablo Hasél, es por lo que estamos aguantando día tras día. Los que insisten en decir que son actos vandálicos o terrorismo son los mismos que no se mojan o no hablan bastante de la violencia que vivimos todo el año.

Como dices, no se trata sólo de Hasél. Hay muchos más factores desencadenantes.

El paro, las dificultades para conseguir vivienda, la desigualdad social, que ahora se ha acentuado por el coronavirus, y evidentemente también el tema político. Hace años que queremos la independencia y la clase política se ríe de nosotros, no hace lo que dice que hará.

¿Qué tiene que cambiar, para que gente como tú o como yo podamos quitar el poder a los que hacen de tapón?

Con respecto a la cultura, los que nos queremos dedicar a ella nos encontramos una sociedad que no está diseñada para que tengamos puestos de trabajo. Hay trabajo para los ingenieros, no conozco a ninguno de entre 20 y 30 años que no tenga trabajo. Es un problema general, no hay bastante espacio para todo lo que es cultural y literario. No se destinan bastantes recursos. Y, evidentemente, estaría bien empezar a sacar a esta gente que ya tiene la vida arreglada y hacer sitio para los más jóvenes. ¿Pero claro, cómo los sacas?

Anna Gas / Foto: Sergi Alcàzar