La màquina Hamlet de Heiner Müller, con dirección de Marc Chornet y con el sello de Projecte Ingenu es el nuevo montaje de la Sala Atrium. Esta versión la protagonizan Xavier Torra Xuriguera y Anna Pérez Moya. Heiner Müller (1929-1995) es uno de los dramaturgos alemanes contemporáneos más conocidos, y que muy probablemente se ha convertido en un clásico. Se trata de un texto duro por la exigencia con la cual está escrita. Müller pretendía destruir a Hamlet, deconstruirlo aplicándole una serie de fórmulas dramáticas. No obstante, hay que avisar al espectador de que el contexto en el cual el autor escribe Hamlet es en un contexto de Guerra Fría y que especula sobre la implantación del capitalismo como lógica hegemónica. Y, como es de esperar, cómo afecta a la sociedad alemana dividida por el muro de Berlín. La obra de teatro se escribió en 1977, doce años antes de su caída. Es importante remarcarlo, porque en el montaje de Marc Chornet, el imaginario cinematográfico soviético está muy presente en las imágenes que observan los protagonistas.
Las decisiones de Chornet construyen la atmósfera gracias a la tecnología: los espectadores hacen uso de auriculares que amplifican el sonido y reproducen una sinfonía sonora paralela a la representación. Un texto que, partiendo de Hamlet, quiere subrayar la necesidad de pensar la utopía y la religión como motor ausente de la vida contemporánea. La duda de Hamlet ha quedado anulada, Hamlet no identifica a quién puede vengar. De aquí la obsesión del autor alemán por destruir la obra de Shakespeare, una obra bisagra también del paso del teatro medieval al teatro moderno, el despertar de la conciencia. En el caso de Müller, el bloqueo de la conciencia (política). La puesta en escena, realista, genera un gran impacto en el público del Atrium, y podrá verse en cartelera hasta el domingo 28 de abril con las entradas agotándose. Hemos hablado con la protagonista femenina, Anna Pérez Moya, que encadena varios montajes.
Hacer un Heiner Müller no es fácil. A nivel teórico hay un concepto, el distanciamiento, muy difícil de llevar a la práctica.
Es un trabajo que hemos hecho paralelamente con la lectura del texto. Todo lo que es teórico lo tienes que poner en la práctica. Y sí, lo hemos trasladado adoptando la forma de rupturas, de modulaciones del texto. Se hace difícil describir cómo puedes generar este distanciamiento en la ficción contemporánea, sí. Y más en teatro, que es lo que hacemos aquí.
Hay montajes históricos de Müller en Catalunya: Lluís Homar y Anna Lizaran en el Lliure de Gracia, con Quartet. Por no hablar de las direcciones de Bob Wilson que se han visto en la península.
Sí, ahí están. Nosotros, sin embargo, trabajamos con la huella de Projecte Ingenu. Es un montaje bastante tranquilito. Hemos construido una atmósfera para llenar las partes en las que no hay texto. Hay una relación entre Ofelia y Hamlet que no está estrictamente escrita, la hemos tenido que construir nosotros, y este trabajo nos hace acercarnos al texto de una forma singular. La versión del Lliure no la vi ni la conozco.
Los que estudiamos la rama de teatro físico en el Institut del Teatre creamos compañías por encima de nuestras posibilidades, y cuando no se las acompaña, mueren
¿Qué dificultades plantea esta puesta en escena?
Hay muchas imágenes locas que se proyectan a través del cuerpo de los intérpretes. No lo hemos trabajado desde la locura, ni desde la hiperactuación, sino con el siempre querer hacer menos. Es un texto muy poético y lo hemos trabajado desde la contención. Hemos partido de una situación madre que podría llevar a todas las acciones que observamos.
Toda la tradición alemana posterior a Brecht tiene la convicción de que el público es el enemigo. Pienso que en Catalunya tenemos pocos directores que hayan bebido de esta tradición, seguramente Albert Serra, y hace cine.
Bueno, hacia el final, en mi última frase le digo al público. "Aquí habla Electra. [...] Cuando ella con cuchillos de carnicero, avance por vuestros dormitorios, conoceréis la verdad". Está la necesidad de ver en el público a Hamlet. Es decir, el público como opresor, como aquellos que perpetran las violencias. Eso está en la obra, sí. Nos pasa toda el rato. Pero doy un salto; ¿no nos pasamos el día buscando culpables? O por ejemplo pienso en mal endémico: la burocracia y cómo luchamos en contra constantemente. Ofelia quiere buscar "la verdad", eso es muy poco concreto, es más esta actitud de afrontar esta vida monótona que la tiene enclaustrada.
Anna, venías de hacer La plaça del Diamant.
Sí, y allí la exigencia actoral era otra. Decíamos el texto al público, a pelo. Como actriz era mucho más difícil aquello que ahora hacer esto y actuar con esta frialdad, actuar con esta máscara que relaciona a Hamlet y Ofelia. Fue un montaje muy bonito, eso sí. Y lo que más me gusta es que con las otras actrices veníamos de mundos muy diferentes, actoralmente hablando, y no solo; también por trayectoria, y trabajamos con una energía compartida.
Háblanos de tu formación.
Es una historia larga. Los años de Institut del Teatre lo compaginaba con otros trabajos. Hacía una jornada completa de atención al cliente, medias jornadas mientras estudiaba. Y sí, más tarde di el salto a la profesión y fue un cambio radical. De momento vivo de eso, estoy encantada con la situación. No me lo había imaginado. Antes había pasado por Moveo, una escuela de danza durante cuatro años, dos en Londres. En el instituto descubrí que toda la técnica que tenía no era necesaria si no tenía otras cosas: saber leer, componer etc. En Projecte Ingenu me he podido desplegar. Normalmente, los que estudiamos la rama de teatro físico en el Institut del Teatre creamos compañías por encima de nuestras posibilidades, y cuando no se las acompaña, mueren.