Las series son el nuevo fútbol. Lo leí el otro día en un titular de un artículo de El diario vasco; no pude entrar la pieza, por aquello de la subscripción. Pero me resonaba la idea. También barruntaba algo parecido el guionista y monologuista Manel Vidal en X (Twitter) a propósito de la que es, sin duda, el objeto de debate del año, el Álvaro Morata del audiovisual en español: Los años nuevos de Rodrigo Sorogoyen.

Era mucho más fácil cuando solo existía Aquí no hay quien viva y Los Soprano

Hay varias cosas aquí. La primera, cualquier obra del Goya por As Bestas se mirará con atención (y con lupa). Más después de su última incursión en el audiovisual, la soberbia Antidisturbios (2020). La segunda, Los años nuevos tufa a moderno –desde la misma cabecera minimal– y a generacional (¡viva el MDMA!), y no hay nada más discutible, que provoque más incomprensión, que la tendencia y el “ay, es que esta generación…”. Lo tercero: las plataformas nos avasallan de tal forma con estrenos y estrenos que son carne de cuñado de Nochebuena. Era mucho más fácil cuando solo existía Aquí no hay quien viva y Los Soprano. Por citar televisión en abierto y canales de pago.

Consumidores y detractores

Hoy día todo el mundo tiene Netflix familiar, Movistar de los papis, Disney + de un amigo con peques y, claro, el concepto target se ha ido a freír espárragos. Todos somos potenciales consumidores de todo. Y potenciales detractores. En realidad, importa una mierda si te casas o no con la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen. Porque hoy, más que nunca, es tan importante lo que no ves como lo que ves. Saber que Celeste (Diego San José) es para ti y, en cambio, 1992 (Álex de la Iglesia), no. Este trabajo de curator que nos han adjudicado las plataformas como bienes de primera necesidad es una mierda más, a la altura de ser responsabilidad nuestra desengancharse de las redes. Gracias capitalismo.

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 Rodrigo Sorogoyen con los protagonistas de Los años nuevos, Iria del Río y Francesco Carril / Foto: Manolo Pavón / Movistar Plus+

En realidad, importa una mierda si te casas o no con la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen. Porque hoy, más que nunca, es tan importante lo que no ves como lo que ves

Cuando nos polarizamos sobre Los años nuevos no lo hacemos sobre la bonita o mala foto, la verosimilitud de Iria del Río o el dibujo de carcajada de la primera treintena. Llevamos al fango el audiovisual, porque nos lo están haciendo engullir como patos. Abran sus reels y vean la lista infinita de series que hay que ver. Siquiera nos ponemos de acuerdo con una serie fragmentaria como Los años nuevos, donde los capítulos son casi autoconclusivos y cada uno puede quedarse con aquello que quiera. Vuelvo a Vidal: “Os he visto decir qué no os gustaba en el primer capítulo, en el tercero, en el sexto. ¿Qué tipo de fomo audiovisual es este?”.

No sabría decir si son el sexto y el séptimo los que me parecen sublimes. Son estos los que me traspasan. Con los que conecto. Sobre los que no discutiré. Incluso los recomendaré. E intentaré, si puedo, volverlos a ver

No sabría decir si son el sexto y el séptimo los que me parecen –caí en la trampa que decía el guionista de La competència y La sotana– sublimes. Aquellos en los que se produce una cena de Navidad incómoda con los padres de ella en que la dejan de desastre por la vida, desarbolada y precaria, que lleva. Y el siguiente, cuando ya vive fuera. Y lo tiene todo y nada. Son estos los que me traspasan. Con los que conecto. Sobre los que no discutiré. Incluso los recomendaré. E intentaré, si puedo, volverlos a ver. Y no veré nada más esta Navidad. Se me salen las series ya, como los turrones, por las orejas.