El Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) presenta este jueves una exposición que pretende recuperar la figura del artista Antoni Fabrés, recordado sobre todo por sus pinturas de cariz orientalista. Antoni Fabrés (Gracia, 1854 - Roma, 1938) fue un artista que en vida tuvo un gran éxito, como pintor, pero también como escultor. En Catalunya, durante su primera etapa artística, se hizo famoso por sus obras orientalistas. Más tarde fue muy popular en México, donde vivió del 1902-1907, y también fue muy bien acogido en Roma, donde estuvo de 1907 hasta su muerte. El problema es que a partir de cierto momento no fue muy respetado por la crítica: a pesar de su perfección técnica y su versatlidad, siempre fue considerado un "démodé", alejado de las corrientes artísticas del momento. En realidad, en los últimos años tuvo problemas económicos y cedió a la ciudad de Barcelona buena parte de su obra a cambio de una pensión vitalicia. El Ayuntamiento, a pesar de todo, dejó de pagarle al cabo de algún tiempo; y aunque arrinconó sus pinturas en un húmedo almacén, se negó a devolver los cuadros a Fabrés (lo que le hubiera permitido vivir cómodamente, porque todavía era bien valorado en Italia, donde vivía). Las obras que el pintor cedió en 1925 al Ayuntamiento son las que ahora se exponen en el MNAC. En algunos casos han tenido que ser profundamente restauradas (tanto por los muchos traslados que sufrieron a manos de Fabrés, como por la mala conservación en las instalaciones municipales). La exposición A. Fabrés está integrada por 147 piezas del artista, ha sido realizada con el patrocinio de HP, Naturgy y el Banco Santander, y se podrá ver hasta el 29 de septiembre.
Versátil
La exposición pretende manifestar el valor de la obra de un artista polifacético. El Fabrés más conocido es el orientalista, situado en la estela de Mariano Fortuny. Pero en realidad fue un pintor que cambió continuamente de estilo y que nunca se quiso adscribir a ninguna escuela. De lo que no hay ninguna duda es de su capacidad técnica en todos los ámbitos y de su habilidad para hacer obras relevantes de diferente tipo. La luz resplendente de sus cuadros de tipo orientalista contrasta con el tenebrismo de los cuadros de temática romántica como Cementerio. La sutileza de sus acuarelas, como Pintor en su estudio contrasta con sus cuadros en la línea de Velázquez como El afilador. El miserabilismo de algunas de sus obras, como La loca, no tiene nada que ver con la exuberancia otras (como la sala de armas de Porfirio Díaz)... En algunas de sus obras la naturaleza tiene todo el protagonismo, como Desierto blanco, en otras desaparece por completo... En el MNAC encontramos a muchos Fabrés, y en lugar destacado, además del orientalista, encontramos al retratista.
Retorno a casa
Fabrés estudió en la Llotja y se destacó pronto como escultor. Con su escultura Abel muerto (que se puede contemplar en la exposición) ganó una beca para ir a estudiar a Roma. Pero en Italia renunció a la escultura porque no tenía bastantes recursos como asumir sus costes y desde entonces se dedicó básicamente a la pintura y a dibujo. Al retornar de Roma, en 1994, trabajó a menudo como ilustrador para revistas (como L'Esquella de la Torratxa, donde publicó dibujos muy interesantes), se hizo muy amigo de Narcís Oller, e hizo algunas de sus obras orientalistas más conocidas, como Un ladrón. En esta época pintó algunas de las obras orientalistaas más destacadas de las que se presentan al exposición, como Los encantadores de serpientes. Pero también se interesó por personajes marginales, a los que retrató con especial delicadeza. Nunca dejaría de pintar, de vez en cuando, mendigos, campesinos pobres, indios miserables...
El orientalista que nunca pisó el Oriente
Lo más fascinante de todo es que Fabrés, que ha pasado a la historia como pintor orientalista, por sus cuadros de temática marroquí, nunca pisó Marruecos. Sus pinturas orientalistas eran deudoras de la obra de Fortuny y de Delacroix, y de las imágenes románticas de la Alhambra de Granada... Un Marruecos de harenes, de lujo exuberante al lado de miseria absoluta, de colores variadísimos... Curiosamente estas imágenes de Fabrés determinaron profundamente la idea del mundo árabe que tenían muchos catalanes. Una vez en México, en alguna ocasión optó por el orientalismo al pintar indígenas exóticos y sensuales; pero al fin las obras de Fabrés con indígenas americanos caena menudo en el miserabilismo. No se sabe si era porque no encontró en las escenas mejicanas la inspiración que le ofrecían a las marroquíes, o porque el choque con la realidad frustró el orientalismo.
Producir por todas partes
En 1894 Fabrés dejó Barcelona para ir a París, que en aquel tiempo era la gran capital artística mundial. Allí fue muy reconocido. De FFrancia viajó hacia México, en 1902. En el país americano la llegada del artista catalán despertó muchas esperanzas. Se dedicó a la enseñanza de la pintura y se convirtió en el maestro de algunos de los más destacados pintores mexicanos, como Diego Orozco. Disfrutó de la confianza del presidente Porfirio Díaz, que le encargó la decoración de la Sala de Armas de la presidencia mexicana (donde Fabrés mostraría, de nuevo, sus gustos exóticos y arcaizantes). Durante este tiempo con frecuencia pintó paisajes o personajes de la calle, en sus salidas con sus alumnos. En 1907 llegó a Roma, donde fue muy bien recibido: incluso pintó el retrato del papa Benedicto XV. Pero su prestigio fue decayendo y Fabrés se vio obligado a sobrevivir de la docencia de la pintura. Los últimos años fueron muy duros para él, no sólo por las dificultades económicas, sino porque se consideraba privado de la gloria que creía que merecía. Le sentó especialmente mal que su ciudad le volviera la espalda.
Una vida especial
En la exposición se muestra, en una pared, una monumental fotografía del estudio de Fabrés en París. Dice mucho de su vida y de su obra. Nada que ver con el Dormitorio en Arlès de Van Gogh, ni conn el mito del estudio sobrio del artista bohemio. En el taller de Fabrés en París había una colección inmensa de armas blancas, y de armas de fuego antiguas (e incluso dos armaduras antiguas, completas). Al suelo, una piel de leopardo, y en los estantes cerámicas árabes, telas exóticas... Sin duda, Fabrés fue un personaje fuera de serie...El único reproche que se le puede hacer a la exposición es que no dé más relieve a su vida y a la contradictoria relación que mantuvo con su ciudad. Por suerte, eso se compensa con un magnífico catálogo: Antoni Fabrés. De la gloria al olvido, en que se analizan, punto por punto, la vida y la obra de este original artista.