Primero de todo, conviene que te avise, hipócrita lector, hermano mío: este artículo no trata directamente de lengua. Tampoco trata directamente de música. Quizás, mirándolo bien, no trata directamente ni de pintura. Mejor dicho, tampoco directamente de escultura. Este artículo, principalmente, trata directamente de la fortaleza de la fragilidad, ya que este texto está escrito pocas horas más tarde de haber hecho un ejercicio que te recomiendo que hagas: salir de casa, llegarse hasta los Espais Volart de la Fundació Vila Casas y entrar en la exposición En veu baixa de Antoni Llena: una retrospectiva antológica sobre la obra de este artista barcelonés, uno de los grandes nombres del arte contemporáneo catalán de los últimos sesenta años.
El luthier de la fragilidad
El ochenta por ciento de la obra de Antoni Llena ya no existe. Ha desaparecido, ya sea perdiéndose o deshaciéndose, pero al fin y al cabo, dejando de formar parte de este mundo. Mirándolo bien, trabajar con material de rechazo, escurriduras o fragmentos con el fin de crear obras llenas de dobleces, fisuras, suturas y rasgones tiene estos peligros, de los cuales Llena sin embargo está inmensamente orgulloso. "En mi vida no he hecho nada que no fuera frágil y no he querido preocuparme nunca por hacer una carrera artística", confiesa al autor de las casi 600 obras que pueden verse en una exposición concebida como un concierto. O mejor dicho, un cuarteto de cuatro partes donde las obras hablan entre ellas en voz baja, susurrándose las unas a las otras en esta especie de retrospectiva de un naufragio.
Susurrar, mirándolo bien, también es un verbo que denota fragilidad. Un papel de fumar no grita cuando choca con el rostro del viento. Tampoco habla. En todo caso, habla flojo. O mejor dicho, susurra. Lo mismo hacen todas las creaciones de varias épocas y estilos que llenan un recorrido expositivo que no sigue un eje cronológico y en el cual se juntan creaciones vanguardistas de los años sesenta, dibujos del año pasado, obras de gran formato de los años noventa, esbozos de obras inacabadas e incluso obras dentro de una caja. O mejor dicho, una ventana. Pasearse por En veu baixa es entender que todo se puede decir de una manera diferente e ir repitiendo como un loro "o, mejor dicho" delante de cada pieza de Llena, ya que las piezas también te hablan a ti y te interrogan, te hacen dudar y te dicen cosas, ni que sea con un hilo de voz digno de aquel cura muerto de sueño de la canción de Manel.
Piezas que te hablan, hermano mío, y que son capaces de emocionar no por aquello que transmiten desde una vertiente plástica o estética, sino por aquello que transmiten desde un punto de vista teórico. O mejor dicho, conceptual. Todo puede decirse de una manera diferente, ya que el lenguaje del arte tiene este poder: no habla una sola lengua, sino un idioma con el cual es capaz de decir cosas incluso cuando quien habla no conoce ningún abecedario. O, mejor dicho, incluso cuando un trapo, pelo, grapas o un papel de fumar se juntan en un mismo universo y conversan entre ellos, manteniendo así un diálogo con la historia de la pintura.
La resiliencia de la resistencia
He decidido empezar el artículo alertándote que este texto no sería el que quizás creías que era, quizás porque Antoni Llena también juega a este juego en muchas sus esculturas, cuadros u obras tridimensionales. Si todo puede decirse de una manera diferente es, quizás, porque hay una lengua que ha muerto. El título de este artículo, pues, es idéntico al título de una de las piezas de la exposición, concretamente de una expuesta en la tercera parte del recorrido, en el cuarteto titulado "Sin arrepentimiento". Se trata de un cuadro tridimensional estructurado como un tríptico con dos elementos etéreos en cada lado y una serie de elementos centrales que hacen resonar el título de la obra: Escriure en una llengua que es mor. "No es una sola lengua, como se ve en el cuadro, sino dos. Por una parte, el catalán. De la otra, la pintura," me explica el artista cuándo le pregunto qué narices quiere decir aquel título después de que las cortezas varias, el caucho, el papel de seda o las cintas adhesivas con moscas muertas del interior del cuadro me hayan hablado en voz baja durante los dos minutos de que, como una eternidad, me he pasado intentando comprender por qué la obra me golpeaba con una intensidad absolutamente inefable.
Si la pintura es una lengua que se muere, Llena se ha pasado la vida reinventando la forma de comunicarse con otros códigos hasta el punto de volver al punto de partida y hacer el boca-boca al enfermo. Al segundo cuarteto, "Noli me tangere", lo hace: 500 dibujos hechos durante los meses de pandemia que forman uno inmenso moral. O mejor dicho, un teatro del mundo. Un testimonio artístico y visual de aquellos meses en que no pudimos tocarnos nada y que Llena vivió con tanta intensidad, que, incluso, acabó sufriendo un derrame cerebral en plena crisis sanitaria por|para el coronavirus. La exposición acaba con el cuarto cuarteto, titulado "Viaje de invierno", igual que la composición de Schubert: un paseo que, como la de la canción, es un trayecto de alta intensidad emocional a partir de 38 cajas-ventana que pueden comprenderse como una sola secuencia.
Un viaje en línea recta que condensa toda la personalidad de un artista que decidió dejar de crear durante diez años después de su debut de la mano de Tàpies, que creyó en la muerte de la pintura, que después investigó con otros formatos y conceptos y que, finalmente, se cerró en un sótano para pintar dibujos al pastel mientras todos estábamos en casa haciendo pan artesano y descubriendo el Zoom durante el confinamiento. O mejor dicho, un artista que escribe sin palabras y habla una lengua sin diccionario, pero que parece creer en aquello que escribió Joan Vinyoli en aquel poema de Tot és ara i res protagonizado por una jarra volcada que alguien junta con resinas sintéticas para que sirva nuevamente.
Llena parece haber entendido profundamente el poema, escrito en una lengua que se muere -o mejor dicho, moribunda-, con aquello de "Tractem-la bé,/ mirem d'acostumar-nos/ a la fragilitat i no posar-la a prova." que dice Vinyoli y construir así no sólo una idea del arte, sino también un diálogo imaginario entre los dos. O mejor dicho, una conversación en voz baja en la cual estamos invitados a parar el oído.