Las raíces son importantes, sirven para orientarse. Esta verdad, tan útil para los individuos como para las naciones, es la que llevó Lluís Racionero a escribir su primera novela. Corrían los años ochenta, Catalunya acababa de recuperar la autonomía y, decidido a empezar una carrera literaria, el urbanista urgelense entendió que la mejor manera de hacerlo era remontarse a la época de los trovadores, es decir, a la raíz del hecho diferencial de nuestra cultura. Así nació Cercamon, una historia de aventuras ambientada al siglo XII, con un gran protagonismo para la herejía cátara y andamio con el objetivo de reivindicar una forma catalana-provenzal de entender la política y la vida. Recién emergidos de la oscuridad de la dictadura, Racionero quería recordar a sus lectores que, antaño, había existido un país guiado por unas costumbres "más refinadas y abiertas" que los de las cortes castellanas, un país que quedó truncado por la batalla de Muret y de la que los catalanes éramos los herederos morales.
La oposición entre dos universos
Esta forma de entender el pasado, de la que la mayoría de nosotros somos deudores, es, sin embargo, producto de una época muy concreta, un momento de esperanza (de inocencia, si se quiere) que ya hace tiempo que está muriendo. Eso es lo que he pensado leído Dulce a la tierra de barro, la última creación de Antoni Veciana (Reus, 1977). Publicada por La Segona Perifèria, la novela explica la vida imaginada de Dolça de Provença (1095-1127), condesa occitana, consorte de Ramon Berenguer III y madre de Ramon Berenguer IV. Nos encontramos ante una historia que transcurre en el siglo XII, tiempo del trovador Cercamon (1135-1152), tiempos, que, no obstante, se nos presentan de una forma mucho menos optimista. A diferencia de Racionero, que dibujaba el mundo catalán y el occitano como una continuidad, Veciana entiende los Pirineos como una frontera bien establecida. Por una parte, tenemos el refinado mundo provenzal, de donde llega Dolça; de la otra, el condado de Barcelona, tierra de frontera, sucia, áspera, cruel e incapaz de engendrar hombres que no sean unos salvajes absolutos.
Por una parte, tenemos el refinado mundo provenzal, de donde llega Dolça; de la otra, el condado de Barcelona, tierra de frontera, sucia, áspera, cruel, incapaz de engendrar hombres que no sean unos salvajes redomados
Tal contraste, representado por la condesa y por el bárbaro de su marido, es el que, a medida que avanzan las páginas, acaba dibujándose como el motor argumental del libro. Porque más allá de los cameos de Joan de l'Os (no confundir con Jacques Delors, expresidente de la Comisión Europea), de los recursos estilísticos marca de la casa y otras filigranas medievalizantes, el tema clave de la novela de Veciana es la oposición entre dos universos: masculino y femenino, refinado y salvaje, trovadoresco y militar, provenzal y catalán. Eso, que ya se intuye durante el viaje que Dolça hace desde su Llenguadoc natal hasta la triste y fría Barcelona, acaba quedando claro en un alegato donde la condesa nos dice que los catalanes solo sirven para escribir "recetas de cuña". Por si no fuera suficiente, Dolça (a quien su marido ha hecho la vida imposible por todos los medios) aprovecha para lanzar una maldición: "a les batalles crucials, deixareu elms i espases per anar a sopar. Els teus nets, Ramon Berenguer, perdran el que tu has malaguanyat, perquè la nit abans del dia que t’ho jugues tot (...) beuran fins a caure rodons, i l’ensendemà només seran bons per caure morts per llances".
Atentando contra la autoestima nacional
Son palabras graves que, más allá de su considerable mala sombra, cuentan con el agravante de atentar contra uno de los pilares mejor establecidos de nuestro discurso historiográfico-sentimental, según el cual los problemas de Catalunya empezaron con la derrota de Pere el Catòlic en la famosa batalla de 1213. Aquí se nos presenta otra tesis, la del país maldito, condenado antes que nada por una especie de propensión a la derrota y a la banalidad. "Los poetas palatinos de Barcelona habrían recibido una lluvia de tronchos y peladuras en cualquier mercado provenzal donde hubieran osado eructar sus versos", clarifica Dolça. En esta forma de entender el país, Veciana, que afirma refugiarse "dentro de la escritura" para escapar del "desengaño" que le provoca "la situación nacional", me recuerda bastante a otro autor reusense: Miquel Bonet. Mirándolo bien, no hace falta mucha imaginación para trazar un paralelismo entre los discursos del pez monstruoso que protagoniza El dia de l'escòrpora y el monólogo con el que Dolça abandona su consorte. "Habéis podido ser libres y habéis escogido ser como sois" dice la escórpora, "Catalunya empieza por la misma letra que cobardía" dice la mujer de Ramon Berenguer III. Las frases pueden sonar diferentes, pero esconden una misma manera de plantearse la vida y la literatura.
Veciana, que afirma refugiarse 'dentro de la escritura' para escapar del 'desengaño' que le provoca 'la situación nacional', me recuerda bastante a otro autor reusense: Miquel Bonet
A riesgo de obviar las muchas diferencias estilísticas que los separan, no me parece iracundo entender Bonet y Veciana como parte de una misma corriente literaria. Una especie de neodecadentismo que focaliza su gran talento prosístico (absolutamente innegable) al atentar sistemáticamente contra la autoestima nacional, una literatura que puede ser agradecida de leer, pero que suena a canto de cisne, a rendición perpetúa. No seré yo quien los critique por hacerlo, de hecho, tienen todo el derecho del mundo. Ahora bien, no sé hasta qué punto se trata de un camino sostenible. Una vez arrancadas, las raíces se vuelven inútiles y la desorientación aumenta. Yo entiendo que todo el mundo tiene que matar al padre, pero los abuelos y todavía más los abuelos de los abuelos, son las cuerdas que nos atan a nuestro centro de gravedad permanente, es decir, en el único lugar desde donde podemos crear obras que sobrevivan al paso del tiempo. Lo sabe Rosalía, que, como Racionero, empezó su carrera hablándonos de Occitania y lo tendría que saber Veciana, que, lo quiera o no, es tan nieto de Dolça como de Ramon Berenguer.